¿Alcanza con el esfuerzo? La historia de Alicia y el difícil camino para mejorar la calidad de vida desde una villa- RED/ACCIÓN

¿Alcanza con el esfuerzo? La historia de Alicia y el difícil camino para mejorar la calidad de vida desde una villa

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

Muchos argentinos creen que la villa ofrece privilegios. Alicia vive en el Barrio Mugica desde hace 35 años y cuenta en detalle las dificultades que tuvo para progresar. Trabaja de portera y construyó la casa donde vive con sus hijos. No terminó el secundario, pero sus hijos ya piensan en la universidad. Por qué es injusto hablar de méritos cuando el punto de partida es tan desigual.

¿Alcanza con el esfuerzo? La historia de Alicia y el difícil camino para mejorar la calidad de vida desde una villa

Hace algunos años un video que circula por redes sociales se hizo viral. “La carrera de los 100 dólares” muestra a un grupo de universitarios que está por competir por ese dinero. El coordinador explica las reglas: el ganador se llevará el billete pero antes de comenzar hará algunas afirmaciones. Aquellos para los que esos dichos resulten verdaderos deberán dar dos pasos adelante, los que no permanecerán en su lugar. “Dos pasos adelante si sus padres siguen casados. Dos pasos adelante si has crecido con la figura de un padre en casa”. Solo algunos avanzan. “Dos pasos adelante si has tenido acceso a una educación privada; si nunca has tenido que ayudar a tus padres a pagar facturas”. Y sigue: “Dos pasos adelante si nunca te ha preocupado de dónde vendrá tu próxima comida”.

El coordinador pide que los que avanzaron miren atrás y les dice: “Cada afirmación que he hecho no tiene que ver con nada que hayan hecho ustedes, ni con decisiones que hayan tomado. Todos sabemos que las personas en primera fila tienen mayor posibilidad de ganar. ¿Significa que los de atrás no pueden correr?”.

No. Significa que los de adelante tuvieron oportunidades, herramientas, y recursos que los de atrás no. Que nacieron con ventaja.

El mes pasado, el diario La Nación publicó una encuesta titulada "La pobreza en los ojos de los argentinos", de la consultora Voices! El estudio muestra que el 77% de las personas entrevistadas reconoce que los pobres, en nuestro país, sufren discriminación; y que el 31% de los argentinos cree que quienes viven en las villas están en mejores condiciones que ellos porque no paga los servicios.

En RED/ACCIÓN nos preguntamos cuáles son los recursos y oportunidades que, así como muestran los jóvenes que corren con desventaja la carrera de los 100 dólares, no tuvieron las familias que hoy viven en villas de nuestro país, herramientas de las cuales carecieron solo por el lugar en el que les tocó nacer. Pensamos en la vivienda, la salud, el trabajo, la educación y la cultura. Y nos acercamos al Barrio Mugica, conocido como Villa 31, en Retiro, para conversar con Alicia, una vecina que lleva 35 años allí. Nos contó su historia. Que es la de muchos.

Vivienda: "Mi primera casa era de cartón"

Alicia es jujeña, trabaja hace 14 años de portera en una escuela en Retiro. Llegó a Buenos Aires a los 8 años, con sus padres y sus siete hermanos. Desde entonces siempre vivió en el Barrio Mugica. Hoy tiene 43. En el norte había poco trabajo y poca comida. Vinieron en busca de oportunidades. En la ciudad, su padre, que trabajaba en obras y mantenimiento, logró juntar dinero y comprar un pedazo de tierra.

—Vendimos una bicicleta a cambio de un terreno. Siempre me acuerdo: teníamos un nailon en el pasto y el techo nuestro era el cielo, porque eran las estrellas.   

Barrio Mujica, conocido como Barrio o Villa 31.

En el '95 su familia fue una de las cinco desalojadas por la entonces Intendencia de Buenos Aires, durante la presidencia de Carlos Menem, para la construcción de la Autopista Illia.

—Nos sacaron todo. Y a nosotros nos sacaron con la policía montada. Nos tiraron la topadora encima. Quedaron enterrados nuestros muebles, nuestros documentos. Acá quedamos, con lo puesto. Y así empezamos de cero de vuelta, acá, donde estoy ahora. Ese mismo día los vecinos nos ayudaron a hacer la casa. Entre todos trajeron madera, cartón, chapa, y la armaron. Esa primera casa era de cartón. Después trabajando, yo y el papá de mi hijo mayor, Alejandro, empezamos a hacerla de material. Y acá nos quedamos. Acá resistimos. Como digo yo.

Alicia tiene siete hijos varones: Alejandro (26), Damián (21), Nicolás (19), Gastón (9), Jesús (6), Luciano (5) y Agustín (2). Salvo los dos mayores, que se independizaron y viven en otras casas dentro del barrio, los otros cinco viven con ella. Su casa, de paredes desconchadas y garabateadas con crayones de colores, de objetos y ropas amontonadas en repisas y algún estante enclenque, de sillas con tapizado corroído —por el que se disculpa— tiene tres habitaciones. En una duerme la pareja con dos hijos, en otra duermen otros dos, y el mayor tiene una para él solo.

Todos sus hijos van a la escuela primaria o secundaria. De los más grandes, Alejandro ya completó sus estudios, es promotor de salud y parte del equipo de Taller 31, un proyecto de la organización Impacto Social que trabaja en el barrio, y quiere estudiar enfermería. Damián abandonó la escuela porque tuvo familia. Nicolás la está terminando. Por la mañana va a una escuela técnica y por la noche trabaja como bachero en un restaurante afuera del barrio.   

En las casas la luz se corta con frecuencia porque el barrio está cada vez más poblado —cuentan que en el último tiempo ha crecido la demanda de vivienda, el alquiler de una habitación cuesta entre 7 y 10 mil pesos por mes — y la distribución de energía no se produce de manera formal, no hay ningún ente que la regule.

Otra situación es la que viven respecto al agua, ya que tienen conexión a red de agua potable. Sin embargo, Alicia dice que desde que se iniciaron las obras de urbanización tienen cortado el suministro. Para conseguir un poco deben salir por la noche con un tacho a buscar en una canilla que hay en la vereda. Es la única forma de abastecerse para el día siguiente. Gas tampoco tienen. Compran garrafas que valen $ 480. A Alicia, una de esas le dura un mes. La usa solo para cocinar.

Según el último diagnóstico socioeconómico elaborado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en el Barrio Mugica, el 98% de las viviendas están construidas con ladrillo, piedra, bloque u hormigón pero cuando se observa el material predominante en los pisos y techos se evidencia precariedad. En efecto el 18% de los hogares son viviendas con techo de chapa y el 36% son viviendas con piso de cemento o ladrillo. El 27% de la población vive hacinada, con más de tres personas por dormitorio.

Trabajo: "Lo que tenemos es gracias a que trabajamos"

Alicia completó la primaria y cursó hasta tercer año del secundario. Después dejó porque tuvo a Alejandro, su primogénito, a los 17 años. El papá de Alejandro sí hizo el secundario completo. Luego no pudieron seguir estudiando. Su marido es albañil. Ella trabajó en el Ministerio de Salud en el empaque de las cajas PAN (Programa Alimentario Nacional). Con el fruto de ese trabajo empezaron a comprar los ladrillos para transformar la casa de cartón en una de material. 

—Todo era para construir. Y así, de a poquito.

Ahora, y desde hace 14 años, es portera en una escuela primaria, en Retiro.

Además de su trabajo en la escuela, Alicia tiene un emprendimiento:

Vende helados para complementar su sueldo.

—Yo siempre me doy una mano a pesar de mi trabajo porque no alcanza. 

Solo el 29% de los adultos mayores de 25 años del barrio posee secundario completo o nivel superior. La proporción de niños de 3 a 5 años que nunca fueron a la escuela representa el doble que el promedio de la Ciudad de Buenos Aires: un 21% nunca asistió. En los adolescentes de entre 13 y 17 años se observa un 10% de deserción escolar. Entre los jóvenes de 17 a 30 años, solo un 7% cursa o cursó estudios universitarios, y un 5%, terciarios.

Salud: "Hay gente que se ha muerto esperando la ambulancia"

Ningún centro de salud del barrio está abierto las 24 horas y no hay guardias para emergencias. Después del mediodía o a primera hora de la tarde, cierran. Los vecinos tienen que ir a las 5:30 de la mañana para conseguir un turno y otorgan solo diez por día. Si hay una emergencia por la noche, no hay nadie para atenderla. Por eso, los vecinos están luchando para que esa situación se revierta. 

Las ambulancias tampoco entran al barrio, porque no saben o no quieren. Cuando llegan, lo hacen con un protocolo de seguridad policial que los demora aún más. Los colectivos, muchas veces, tampoco pasan. Hay dos líneas, la 33 y la 45, que los vecinos pueden tomar para ir hasta Retiro, si no tienen que caminar unos 2 kilómetros, o más, para salir. Lo mismo sucede con los bomberos. Por eso ahora están capacitando a un grupo de vecinos bomberos voluntarios. En lo que va del invierno ya se incendiaron tres o cuatro casas por los cables, las malas conexiones.

—Y por las estufas. Pero si no la prendés, ¿cómo aguantás el frío? Nos traen McDonalds y nos cierran un centro de salud. Y no hay medicamentos. Estamos tan cerca y al mismo tiempo tan lejos. Salir de acá, cuesta.

El barrio tiene acceso limitado al sistema de salud privado. Solo el 23% tiene obra social. El 22% declaró haber sido diagnosticado con al menos una enfermedad crónica. Entre ellas predominan las que están relacionadas con el hábitat en el que viven: alergia (3,5%), asma (3%), gastritis o úlceras (1,5%), eficema o bronquitis (1%). En la población de 0 a 6 años, el 15% tiene alguna enfermedad crónica (Diagnóstico del Gobierno de la Ciudad. 2017).

Deporte: "Llevo a los chicos a jugar al fútbol con otros chicos para que socialicen"

Desde hace tres años, los viernes de noche, al llegar de su trabajo, Alicia se ponía a preparar todo para el sábado: el día que recibía a unos 20 o 30 chicos para darles apoyo escolar y una copa de leche. Este año tuvo que dejar de hacerlo porque ya no le alcanzaba la plata -que siempre ponía de su bolsillo- para darles algo caliente de tomar y las galletitas. 

—A los chicos hay que darles algo —dice. 

Pero este año no tuvo con qué. 

Ahora va con otras madres a diferentes barrios, a diferentes canchas, llevan a los chicos a jugar a la pelota: “Los saco afuera para que también socialicen con otros chicos”. Por eso, “los sábados son sagrados”, dice. 

Ahora empieza un ciclo de actividades solidarias en el barrio, los sábados. La primera es una jornada de salud donde se les va a tomar la presión, va a haber revisaciones y se van a hacer aptos físicos para niños. 

— Todo solidario, a pulmón, una puesta de salud a beneficio para los chicos. Son jornadas desarrolladas por las organizaciones sociales que están en el barrio, cada uno aporta lo que sabe y así van a ser todos los sábados.  

Esa es su actividad de fin de semana.

Las organizaciones sociales que trabajan en el barrio son más de 120. Ofrecen talleres y actividades para los vecinos que van desde manualidades, hasta fotografía, cine y teatro. Cine le llaman a ir a algún club y poner una película en la tele para verla todos juntos.

—¿Los adultos qué hacen los fines de semana para relajarse?

—No sé, yo no sé lo que es descansar —dice y ríe—. Estoy siempre corriendo. El tiempo que voy a trabajar son muchas horas, el fin de semana lo dedico a estar con ellos [sus hijos], se los dedico a ellos.

Un sueño: "Tener una fundación para ayudar a los chicos del barrio"

Si alguien le concediera un deseo, Alicia pediría una casa propia en buen estado y tener una fundación para ayudar a los chicos y a la gente. 

—Siempre me gustó ayudar —dice, y sus pupilas, del color de la tierra, brillan. 

Ayudar a sus vecinos. Ese es su sueño.

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