Cómo funciona la carpintería La Huella, una cooperativa conformada por usuarios del Hospital Borda- RED/ACCIÓN

Cómo funciona la carpintería La Huella, una cooperativa conformada por usuarios del Hospital Borda

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Pasar de estar internado en un neuropsiquiátrico a ser dueño de su propio trabajo y autosustentarse es el sueño que concretaron unas 20 personas con padecimientos mentales.

Cómo funciona la carpintería La Huella, una cooperativa conformada por usuarios del Hospital Borda

Pasar de estar internado en el hospital neuropsiquiátrico a ser dueño de su propio trabajo y autosustentarse es el sueño que han logrado concretar unas 20 personas con padecimientos mentales. Desde 2008 de manera informal y desde 2013 formalmente constituida como cooperativa de trabajo, La Huella ha hecho posible la reinserción social y laboral de sus socios. Acá te contamos el rol que cumple esta cooperativa dentro de la salud y cómo funciona.

La Huella funciona dentro del predio del hospital municipal porteño José Tiburcio Borda y contra todo lo previsto, la carpintería es pura luz. Grandes ventanales vidriados dejan entrar el sol de marzo que cae sobre mesas repletas de maderas, muebles en proceso de producción o restauración y herramientas.

Hasta allí llegan todas las mañanas los seis socios más los talleristas que actualmente conforman la cooperativa, relevan el trabajo que hay para hacer y comienza cada uno con su tarea.

La Huella lleva fabricados más de 500 muebles con diseño propio y realizado más de 400 servicios de restauración y reciclado de muebles a particulares, organizaciones públicas y privadas. Además, la cooperativa cuenta con una camioneta para hacer los retiros y entregas de insumos y muebles.

Los miembros de la cooperativa son personas que han estado internadas o con tratamientos ambulatorios. Que desean hacer este trabajo y cuentan con un certificado del profesional que lleva adelante su tratamiento en el que recomienda la incorporación al mundo laboral de esa persona. Muchos, al tiempo de trabajar en La Huella han conseguido otros trabajos o se han mudado con sus familias a otros lugares y así han dejado de pertenecer a la cooperativa.

Integrantes de la cooperativa La Huella. Foto: Stella Bin

“Acá se trabaja de manera continua pero a ritmo de una persona con discapacidad mental”, explica Oscar Ferrara, uno de los fundadores y hoy presidente de la cooperativa.

La jornada laboral formal comienza a las 9 y se extiende hasta las 15 hs. Sin embargo, varios llegan mucho antes o se van mucho después de lo estipulado. José Espinosa es uno de ellos: “llego temprano porque me gusta estar acá, me gusta el trabajo que hago”.

José vive en Berazategui, se levanta a las 5 y llega a la cooperativa a las 7:20 hs. Tiene 50 años y comenzó a trabajar a los 8, cuando aprendió a usar una calculadora y el almacenero del barrio lo contrató para que le hiciera las cuentas. Luego, trabajó en una panadería, con su padre en una empresa alimenticia, cargó bolsas, limpió barcos y limpió empresas. Hoy es el tesorero de la cooperativa.

José Espinosa. Foto: Lucas Levy / Gentileza La Huella

Actualmente, La Huella distribuye ingresos que alcanzan el salario mínimo vital y móvil, sumando las pensiones, entre los seis socios que conforman la cooperativa.

Incrementar el número de socios “depende de las ventas, del mercado”, sostiene Federico Bejarano, representante legal y coordinador general de la organización. Es decir, de empresas y personas que elijan consumir sus productos y servicios. “Por eso es que la reinserción social de las personas con padecimientos mentales es de algún modo responsabilidad de todos”, coinciden cooperativistas, especialistas y funcionarios.

Bejarano es sociólogo y psicólogo social y trabaja en el hospital hace 30 años como técnico en rehabilitación. Precisamente desde ese rol fue que junto a algunos usuarios del servicio del Borda fundaron la cooperativa. Inspirados en la experiencia italiana.

En Italia las cooperativas sociales nacieron en los años 80, fundadas para dar trabajo a las personas que salían de los manicomios. Al 2008 en en ese país había más de 2500 cooperativas sociales que daban trabajo a cerca de 30.000 socios con discapacidades.

La película Si puó fare ("Se puede hacer", en castellano) retrata el trabajo de estas cooperativas italianas. La recomiendo. Si bien no es documental, el film se basa en experiencias concretas para su realización. A mi me permitió entender el lugar que ocupan organizaciones como las cooperativas, dentro del sistema de salud.

Un modelo de negocio equitativo

Alrededor de una mesa por la que circulan mates dulces y amargos, socios y talleristas explican por qué se conformaron como cooperativa. “Este formato nos permite llegar al mercado laboral. Como cooperativa tenemos más posibilidades de hacer grandes ventas que un emprendimiento. Porque estamos inscriptos, facturamos, tenemos cuenta en el banco. Por supuesto, eso también significa que tenemos un área de contaduría”, detalla Oscar.

De hecho, “la semana pasada entregamos 20 sillas a la Escuela Argentina de Negocios porque al poder facturar somos proveedores”, agrega José.

Oscar recuerda que empezaron “tímidamente haciendo unos marquitos para cuadros, con gente del área de terapia ocupacional que funciona en el hospital. Ahora el taller estar conformado por carpintero, tapiceros, lustrador, operario, talleristas que pueden ser internos del hospital o estar en proceso ambulatorio de recuperación y cura”.

Las decisiones, como en cualquier cooperativa, se toman en asamblea. Se hace una por semana y allí se acuerdan horarios de trabajo, inversiones, estrategias de venta, producción y marketing, entre muchos otros temas.

Foto: Sabrina Agüero / Gentileza La Huella

“Trabajamos porque nos hace bien y nos gusta”, repite Oscar. “Pero tomamos medicación y a veces eso nos quita energía, nos hace sentir cansados. En esos casos, Federico habla con los psiquiatras para que revisen la medicación o la dosis de la misma”.

Lo que suele ocurrir, cuenta Federico: “es que las personas pueden estar medicadas por años de igual manera. Sin contemplar los cambios en su vida, como puede ser el trabajo, y cómo impactan sobre él. Aún cuesta lograr una relación fluida con los equipos de seguimiento de los pacientes. Sólo se logra a veces. A pesar de que una persona internada es muy costoso para el Estado. Mientras que nosotros no sólo somos una solución a eso, sino que generamos empleo, producimos”.

En cuanto al proceso de producción y comercialización, la cooperativa hoy más que nada presta servicios. Es decir, restaura muebles que particulares, organizaciones públicas y privadas les solicitan. “Eso nos exige estar aprendiendo todo el tiempo, adecuándonos al servicio demandado. Mientras que producir en serie diseños propios o de otros, que es lo que pretendemos, nos daría más fluidez interna. Para eso necesitamos incorporar a más empresas como clientes y en eso estamos trabajando”.

Además de los contactos personales, a las ventas las hacen por Facebook. En un momento probaron vender por Mercado Libre. De hecho, decidieron abrir los sábados para que la gente pudiera ir a comprar o retirar los productos fuera de los días laborables, pero no funcionó. “En realidad lo que más funciona es el boca en boca”, coinciden los socios.

El trabajo es indispensable para la salud

La relevancia de La Huella, como la de otros emprendimientos laborales dentro del área de la salud mental, se comprende cuando reconocemos que el trabajo es uno de los derechos humanos fundamentales y que la inclusión laboral de las personas hace a su inclusión social. Es decir, la cooperativa no sólo impactó positivamente en más de 20 usuarios del servicio público de salud mental, también mejoró la vida de sus familias, el entorno ambiental y a la propia institución hospitalaria.

Carlos Intino, Oscar Ferrara y Oscar Ledesma. Foto: Sabrina Agüero / Gentileza La Huella

De allí que una guía con recomendaciones para la conformación de dispositivos de inclusión socio laboral producido por la Dirección Nacional de Salud Mental y Adiccio (DNSMA) subraya que la realización de una actividad significativa para cada quien, valorada socialmente, remunerada, -en la medida de las posibilidades de cada individuo, en cada momento de su vida-, opera como un estructurante físico y psíquico, hace a la autoestima y dignidad de las personas, es parte constitutiva de su identidad y posibilita su circulación en la trama social.

Si a esto le agregamos que ninguna persona debería vivir en un hospital, pero que muchos permanecen en ellos porque no tienen donde ir, no tienen una estructura social ni familiar que los contenga, el rol del trabajo se revela como esencial. Y más aún si contemplamos que la  Ley 26.657 de Salud Mental, sancionada en 2010 y reglamentada en 2013, pretende cerrar los manicomios para 2020 y reemplazarlos por servicios de salud mental en hospitales generales y centros de atención en la comunidad.

La norma establece que los tratamientos de las personas con padecimientos mentales deben realizarse en la comunidad y priorizando sus redes vinculares. Las internaciones deben ser excepcionales y cuando las alternativas ambulatorias no sean suficientes.

Socios y trabajadores e La Huella. Foto: Lucas Levy/ Gentileza La Huella.

Ahora, “hay que entender que el proceso de externación es complejo. Muchas veces las personas no tienen dónde ir, ni herramientas para autosostenerse. Por eso el derecho a trabajar es fundamental para sus vidas. Algunas de ellas han perdido sus habilidades, el entrenamiento en el trabajo y otros casi no han tenido experiencia laboral. Por eso, los dispositivos de inclusión socio laboral no son emprendimientos laborterapia, tienen como objetivo incorporar a las personas al mercado laboral”, profundiza Luciano Grasso, director nacional de Salud Mental y Adicciones. Y agrega que los dispositivos deben articular con los centros de salud mental, “sin que por eso esté ahí el tratamiento”.

En el mismo sentido, y como ocurre con Federico Bejarano, el director subrayó que el sistema sanitario debe permitir que los trabajadores de la salud que prestan servicio allí dediquen horas a estos proyectos. “Así debe pensarse el proyecto terapéutico ampliado, no es el tratamiento de una psicopatología, sino una mirada integrada de la persona con padecimiento mental interactuando con la sociedad”.

Es más, para Grasso, estos emprendimientos deben contar con financiamiento público. “Por eso articulamos con la Secretaría de Economía del Ministerio de Salud y Desarrollo Social que tiene fuentes de financiamiento para que se contemplen partidas para estas organizaciones”.

Cooperativa La Huella. Foto: Stella Bin

El funcionario también marcó dos desafíos: que se deje de subestimar la importancia de estos emprendimientos y que estas cooperativas logren instalarse fuera de los centros de salud conformándose con personas con padecimientos mentales y personas saludables.

La desmanicomialización

Enmarcado en la Ley de Salud Mental, hay que avanzar en el cierre de los manicomios. El funcionario reconoció “que es difícil programar las externaciones si no sabemos qué población tiene cada servicio y qué apoyos necesita para lograrlo. Sin esos dato no se pueden pensar los dispositivos que cada localidad necesita. En un par de meses estamos terminando de censar a todas las personas internadas en hospitales públicos y privados del país. Y, a partir de ahí, vamos a poder pensar soluciones para cada caso”.

Mientras tanto, Grasso menciona un estudio que se hizo en 2015 financiado por el Ministerio de Salud de la Nación y del que participaron: La Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA).

El informe indica que el 29% de las personas tiene o tuvo un padecimiento mental, y en la mayoría de los casos entre sus problemas prevalentes está el trastorno del estado de ánimo (depresión), el trastorno de ansiedad y las adicciones.

Carlos Intino. Foto: Sabrina Agüero / Gentileza La Huella

Antes de estar internado, Carlos Intino trabajaba como soporte técnico de una empresa muy conocida. Hasta que sufrió una injuria cerebral. “Cuando me recuperé sentí que no podía seguir trabajando en sistema, con números. Así llegué a la Asociación Civil Artesanos, Restauradores y Anticuarios (ACARYA) y me formé como tapicero. Monté un taller cerca de mi casa, pero no pude sostenerlo”.

Carlos hace tres años se sumó a La Huella y el último enero cuando en la cooperativa se tomaron vacaciones, él decidió ir a trabajar. “Vine porque acá estoy bien, no es un trabajo en el que estoy sufriendo, esperando las vacaciones”, suelta.

Hernán Manero. Foto: Lucas Levy / Gentileza La Huella

Algo parecido le sucede a Hernán Manero, que está en La Huella desde hace seis años y es síndico suplente de la cooperativa: “La Huella es para mi un punto de partida hacia algo superior”.

Mientras que Oscar Ferrara conluye: “La Huella es mi segunda casa. Es un lugar de aprendizaje y contención. Yo nunca pensé que iba a estar internado en lo que es un manicomio. Y hoy es muy importante poder ayudar a mis compañeros y ver las respuestas de la gente a nuestros trabajos”.