Crónica de una muerte evitada: cómo la red de desfibriladores de Chacabuco salvó a una persona infartada- RED/ACCIÓN

Crónica de una muerte evitada: cómo la red de desfibriladores de Chacabuco salvó a una persona infartada

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

En un partido de básquet, Carlos Luchessi, un hombre de 52 años, sufrió un ataque cardíaco. Fue resucitado gracias a un desfibrilador público: Chacabuco es una ciudad cardioprotegida y 1 de cada 16 habitantes sabe aplicar RCP.

Crónica de una muerte evitada: cómo la red de desfibriladores de Chacabuco salvó a una persona infartada

Intervención: Pablo Domrose

Carlos Luchessi tiene 52 años y vive en Chacabuco, una ciudad de 40.000 habitantes situada en lo profundo de la provincia de Buenos Aires, camino a Junín. Es padre de dos hijas de 14 y 11 años, y dueño de una rotisería que se llama “Como siempre”, y a fines de la década del ’90 era el DJ de una disco.

Le dicen “Cali”, y los sábados, desde hace quince años, juega al básquet en el Club Social con sus amigos. Ellos dicen que es un tipo que está siempre con ganas y que anda a mil. El 12 de octubre pasado a las cinco de la tarde estaba un poco nublado pero Luchessi fue a jugar con ellos: seis o siete ataques para entrar en calor y un partido a 20 puntos.

La vida rutinaria y apacible de Cali Luchessi se interrumpió ese día, cuando un infarto lo dejó tirado en la cancha. Podría haber sido un día trágico, pero la ciudad de Chacabuco estaba preparada para esta emergencia: desde 2016 ésta es una “ciudad cardioprotegida”.

“Yo estaba jugando al básquet y sentí un ardor en el pecho”, dice Luchessi por teléfono desde su casa, adonde todavía se encuentra haciendo reposo. No era la primera vez que sentía ese ardor. Dos meses atrás lo había notado, pero se lo había atribuido a un catarro o al aire frío que respiraba cuando hacía en su moto los envíos de comida. Cada tanto, el ardor volvía. Cuando jugaba al básquet el ardor llegaba y se iba, y Luchessi pensaba que se debía al ritmo de su respiración agitada. Dos años atrás, se había hecho el último estudio de corazón: un electrocardiograma. Había sido normal.

Cali Luchessi fue DJ en una disco de Chacabuco.

El ardor era la misma sensación a la que se refirió el escritor Hernán Casciari cuando narró su propio ataque: “siempre al principio el infarto parece un poco ardor de estómago”.

Desde 2016, Chacabuco ha decidido hacer todo lo posible por evitar las muertes por infarto. La Secretaría de Salud del gobierno municipal, los Bomberos Voluntarios y otras organizaciones crearon la Red de RCP, un programa con el que vienen dictando cursos de reanimación cardiopulmonar (RCP) y de uso de desfibriladores externos automáticos (DEA) en escuelas y otros lugares públicos.

En la Argentina hay 40.000 muertes por ataques cardíacos y cerebrales cada año, pero pocas ciudades están cardioprotegidas. Además de Chacabuco, Olavarría y Tigre lo están. Y hay un proyecto en el Congreso para crear áreas cardioprotegidas con DEA en zonas de concurrencia masiva. Con RCP y DEA, una persona que sufre un paro cardíaco tiene hasta un 90% de chance de llegar vivo al hospital, según el Instituto Nacional de Arritmias (INADEA). Cada minuto que transcurre sin desfibrilar resta un 10% de posibilidad de sobrevida.

Se estima que en Chacabuco 1 de cada 16 habitantes está capacitado en la aplicación de RCP. “Tenemos un programa continuo de capacitaciones”, dice el bombero José Luis Fernández. “Apuntamos a que todos los alumnos de quinto año aprendan RCP”.

La Red Solidaria también participa en Chacabuco, haciendo un nexo entre todos los actores. A través de un foro agropecuario local integrado por la Sociedad Rural, AAPRESID y la Asociación de Ingenieros Agrónomos, una donación de 10.000 euros de Bayer se utilizó para comprar diez desfibriladores Phillips (cuestan alrededor de 100.000 pesos cada uno). Los DEA fueron colocados en las cuatro estaciones de servicio, el hospital, la comisaría, el cuartel de bomberos, la Secretaría de Deportes y la Cruz Roja.

https://www.facebook.com/chacabucoenred/videos/2111013322353041/

Como en su familia nadie había tenido un ataque cardíaco, Cali Luchessi no se preocupó cuando el 12 de octubre volvió a sentir el ardor. Le dijo a un compañero: “Me empezó a arder el pecho de nuevo, como el otro día” y siguió jugando, pensando que se le pasaría.

“En un momento salgo de la cancha para que entre a jugar otro”, recuerda, “me siento a descansar, me mareo… y a los 10 segundos estoy despierto de nuevo. Así fue. Bueno, así fue para mí”.

Pero en realidad, las cosas no fueron tan sencillas ni tan breves.

Cuando Luchessi cayó, sus compañeros comenzaron a gritar y Marcos Merlo, un médico pediatra que estaba jugando en la cancha, corrió hasta él. Luchessi había caído boca abajo, y al darlo vuelta, Merlo vio que sangraba en la ceja. No tenía pulso ni latidos, y Merlo, el único que tenía experiencia en casos de emergencia, organizó el caos mientras sostenía por la cabeza a Luchessi: a uno le dijo que llame a la ambulancia, a otro le pidió que abriera todos los portones del club para que el vehículo pudiera entrar, a Roque Santora, un profesor de educación física, lo tomó como ayudante para hacer las maniobras de RCP y para conseguir un DEA.

El DEA utilizado para asistir a Luchessi.

Justo entonces pasó corriendo Roli Suan. Guardavidas en una pileta, instructor de gimnasia, maratonista: ese día había salido a entrenarse solo, corriendo doce kilómetros, porque el partido de fútbol en el que iba a jugar se había suspendido por el mal tiempo. Así que estaba por ponerse a elongar cuando vio el bullicio adentro del club y entró. “El panorama era feo”, dice. “Cali tenía las pupilas dilatadas y los ojos opacos y resecos. Había algunos a los que se le había bajado la presión y estaban tirados en el piso, y otros les tiraban aire o les levantaban las piernas”. Al lado de Luchessi, Suan vio a Merlo, el médico, junto a Santora y otros que lo abanicaban con sus camisetas.

Suan recordó una capacitación que había hecho de RCP y DEA. De hecho, una vez le había salvado la vida a un niño haciéndole respiración boca a boca al costado de una pileta. Sabía a dónde estaban los desfibriladores: había uno en una estación de servicio Axion, a dos cuadras. Así que salió corriendo. Cuando llegó, tomó el DEA, que tenía el aspecto de una valija roja y estaba colocado en una pared, al lado del shop. Una alarma comenzó a sonar: Chacabuco estaba oficialmente en emergencia. Suan vio que un muchacho estaba cargando nafta en su moto. “¡Llevame hasta el club!”, le dijo.

Roli Suan trajo el DEA hasta el club.

Merlo, el médico, conectó el DEA y lo disparó. La electricidad corrió hasta el corazón de Luchessi, con una potencia de 400 joules, a través de dos parches del tamaño de la palma de una mano. El DEA checkeó el ritmo cardíaco y activó un sistema que, con una grabación de voz, guió a Merlo. “¡Observación…!”, dijo la voz del DEA, y luego anunció que iba a realizar una descarga y que todos debían alejarse.

¡Brum! –la descarga.

“Continúe realizando masajes”, dijo la voz del DEA. Y Merlo lo hizo, 30 veces y con las dos manos. Y después lo hizo Roli Suan.

“Cali tenía una fibrilación”, explica ahora Merlo, “o sea, una descarga eléctrica anárquica, sin conducción, sin la función de bomba. La descarga eléctrica del DEA produce un reinicio y un ordenamiento”.

A Roque Santora le parecía inverosímil que Luchessi muriera delante de él y sabía que entre todos iban a poder evitarlo. “¡Dale, Cali!”, le gritaba. Aliento y masajes: de eso se trataba. No quería ser reemplazado en el RCP, tenía la fuerza para no abandonar a su amigo. Pero en un momento por fin aceptó alejarse y descansar un poco, y, apoyado en sus rodillas, lloró de rabia al ver la escena de lejos.

Roque Santora ayudó a hacer RCP a Luchessi.

El médico Merlo, en cambio, actuaba sin pensar. Operativo. Disciplinado. Había reanimado a muchos niños, pero siempre adentro de un hospital. Este episodio era distinto: lo llevaría al final a temblar de emoción y a pensar que toda su carrera había sido, en realidad, una preparación para esta prueba.

“Evaluando…”, dijo mientras tanto la voz del DEA. “Continúe realizando masajes”. Y después: “Realice dos insuflaciones”.

“A Cali lo vi muerto, qué querés que te diga…”, dice Suan. “Era una persona sin movimiento, con la cabeza echada al costado, los ojos sin brillo… Eso me quedó marcado porque tenía los ojos grandes. Y tenía las dos manos cerradas. Pero cuando el DEA hizo la descarga, las abrió y empezó a mover la cabeza”.

“¡Paren, paren, paren que está volviendo!”, gritó Santora.

Y así fue como Luchessi revivió delante de todos. “Entreabrió los ojos, pero estaba con la cabeza en otro lado”, dice Merlo. “Y mantuvo la frecuencia cardíaca por sus propios medios”.

La ambulancia justo acababa de llegar.

Chacabuco es una ciudad cardioprotegida desde 2016.

Siguió lo esperable, sin complicaciones: Luchessi pasó algunos días en el hospital y fue dado de alta.

Ahora, mientras se recupera, no puede hacer esfuerzos ni jugar al básquet. “Trato de estar tranquilo y de hablar mucho con mis amigos”, cuenta. Se siente un renacido y quiere aprender a ver la vida desde un nuevo lugar. “La gente no ve los DEA, pero por su aporte son un gran valor oculto. Tenemos que valorarlos mucho”.