Dormir entre cartones: qué sienten y cómo sobreviven las personas que viven en la calle- RED/ACCIÓN

Dormir entre cartones: qué sienten y cómo sobreviven las personas que viven en la calle

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION
Dormir entre cartones: qué sienten y cómo sobreviven las personas que viven en la calle

“Yo sé lo que es dormir en la calle. Estuve ahí banda de años: Constitución, Puerto Madero, Once, Caballito, Pasco, Alberti, Congreso, Castro Barros… Me venía caminando de Liniers hasta Once todos los días para hacer plata. Yo sé cómo es. Nadie te da un abrazo. Nadie te valora. Todos te discriminan por cómo estás vestido. ¿Entendés? Yo sé lo que es tomar frío y pasar hambre. Acostarte solo y levantarte solo. No hay vida así, pero se puede empezar todo de cero. Eso le dije, podés empezar todo de cero. La vida sigue y hay que darle para adelante varón, mirá el cielo. Mirá la luna. Por qué dejar esta vida, varón, si todavía tenemos para seguir adelante”.

Patricia Marín y su hijo, Bruno Ledesma.

El que habla es David. Cerca suyo, Bruno sonríe apretando los dientes. Pone las manos con los pulgares hacia arriba y mira fijo al celular. Le gusta que le hagan fotos. Cuando la cámara termina, se acerca y dice: “¡¿a ver?!”. Tiene 5 años y vive con Patricia, su mamá, en el mismo barrio en el que nació Maradona: Villa Fiorito. Es el primero en su familia que no vivió en la calle. Antes, Patricia pasó muchos años sin casa. No es un mal de pocos: según los datos oficiales del Ministerio de Desarrollo Social de la Ciudad, en Buenos Aires hay 1091 personas en situación de calle. Sin embargo, un censo alternativo presentado por el Ministerio Público de la Defensa indica que son 4.394.

Patricia es tímida. Suele estar en silencio mientras su hijo juega con desconocidos o sus sobrinas se le acercan a contarle cosas. No sé qué calla Patricia, la entrevista con ella se limita a estar sentados uno al lado del otro durante un rato sin decir nada. Está bien así.

Sus sobrinas en realidad son las hijas de su vecina, Mirta Franco. Mirta tiene 53 años y una voz finita. Las dos veces que la veo tiene la mitad de la cara cubierta por una bufanda blanca y negra como de cebra. La conocí un martes a las nueve de la noche en Rivadavia y Castro Barros, donde se junta cada martes la gente de Caminos Solidarios, liderada por Mariela Fumarola. Allí comparten una comida, reparten algo de ropa y conversan. Mirta va hasta ahí a recibir algo de lo que le falta. La segunda vez la veo en la Plaza de Mayo, en las cenas que se organizan en la galería de la Catedral de Buenos Aires. Entre medio, ella hará en su casa en Fiorito algo similar, ayudando a gente del barrio que tiene incluso menos que ella.

Nació en Chaco y sus padres la dieron en adopción, o más bien la abandonaron. “Hasta los cinco años fui criada por un hombre que me pegaba y me trataba mal. Pero entonces me dejó y me adoptó mi padre, el que yo considero mi padre. Con él, que es un hombre bueno, llegué a Buenos Aires”, recuerda Mirta.

Mientras habla la escucha David, uno de sus hijos y cuyo relato abre esta nota. Tiene 22 años y dice que es la primera vez que escucha la historia de la infancia de su madre. Sabía que era del chaco pero no que había sido adoptada o maltratada por un hombre. La escucha con sorpresa. Mirta me mira y dice que los chicos no saben nada de su pasado. Que no es algo que tenga escondido sino algo por lo que nunca le habían preguntado.

Vivió cerca de diez años en la calle, ocho de ellos con David y sus hermanos. Hoy conviven en una casa en Villa Fiorito. “Los inviernos eran lo más duro”, dice David. “Me acuerdo que yo iba siempre a un restaurante que tenía el motor del aire acondicionado afuera, en el piso, entonces me acostaba al lado para recibir el aire caliente que largaba. Cuando encontraba ese lugar libre dormía bien, pero cuando estaba ocupado era muy duro”, cuenta.

"Yo sé lo que es tomar frío, lo que es pasar hambre. Lo que es dormir en la calle, acostarte solo y levantarte solo. Ya sé que no hay vida así, pero podés empezar todo de cero".

- David Franco -

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David está vestido con una remera de manga larga. Tiene una gorra y lleva puesta una mochila. Tiene tatuajes en todo el cuerpo, algunos se asoman por el cuello de su chomba. Tiene una barba prolija y se ríe fácil. Usa mucho la palabra varón y la palabra amigo. Y sobre todo, cuando habla de la otra gente que vive en la calle, usa la palabra hermano.

“Hace poco iba viajando en el colectivo 31 y atrás se me sentó un hombre. Iba vestido así nomás, un hombre normal. Y me dice: ‘amigo, ¿no sabés dónde queda La Costera?’. Se lo dije. Lo veía triste. Entonces le pregunté por qué estaba desanimado. ‘Sabés lo que pasa amigo, se murió mi mujer’, me dijo. ‘¿Y sabés que? Lo perdí todo. Estoy en la ruina, duermo en la calle’, así me dijo. Y me contó que tenía HIV y pensaba que en cualquier momento se podía morir y nadie iba a saber. ‘Estoy solo’, me dice, ‘para mi la vida ya no es nada’. Y ahí le dije todo. Yo sé lo que es la calle, le dije”. Lo alentó, le dijo las palabras con las que empieza esta nota: palabras de un hombre que estuvo en la calle a otro que está hoy.

¿Qué te respondió?, le pregunto. “Nada. Le dije amigo vení, amigo dame un abrazo. ¿Y sabés qué? Lo abracé. Lo abracé y me dijo gracias por tus palabras. Gracias por no discriminarme. Me dio como una lástima, cuando me dio el abrazo me dieron ganas de llorar. Porque yo lo entendía. Para mi es como un hermano, porque los que vivimos en la calle somos hermanos entre nosotros. ¿Entendés? Somos hermanos”.

“Si no hay techo, que haya fe”

Rodolfo dice “ya conocemos el sufrir”. Dice “ya estamos golpeados por la vida”. Dice que ahora va a la iglesia en Lanús y está en el camino del señor. De su tiempo en la calle recuerda que con unos amigos se acostaban a dormir juntos para darse calor y que muchas veces amanecían bañados en pis. “Es que había uno que para darse calor siempre se meaba y nos empapaba a todos”, dice, y se ríe, y recuerda que al menos sentían un ratito de calor.

Rodolfo tiene 38 años, estuvo preso y vivió en la calle.
Rodolfo tiene 38 años, estuvo preso y vivió en la calle.


“Ahora ya tenemos hijos y no queremos que ellos pasen lo que vivimos nosotros. Queremos que tengan educación, que vayan al jardín, que vivan el día a día. A pesar de que el país no da abasto, enseñarles a ser dignos. Porque gracias a Dios todavía nos despertamos día a día. Si no hay techo, que haya fe”.

¿Cómo seguían el día después de eso?
¡Con olor a zorrino! Lo querés matar a tu amigo pero qué vas a hacer, estábamos todos en la misma condición.

Ramón Juárez también vivió en la calle muchos años. Trabajaba vendiendo golosinas en la zona del obelisco, Ingeniero Huergo y Puerto Madero. “Vendía mantecol, turrones, de todo”, recuerda. Hoy tiene 63 años y vive en Berazategui. Hace unos años entraron a robarle a la casa y lo golpearon. Durante días no salió de la casa. Como le sorprendía no verlo en los encuentros, Mariela Fumarola fue a buscarlo a la casa. Empezó a gritarle desde afuera hasta que Ramón contestó y abrió la puerta. Una especie de estrés post traumático lo había hecho recluirse, sin comer ni hablar con nadie. Hoy va cada viernes a cenar a la Catedral.

ramonjuarez

"En la calle hay mucha gente buena y mucha gente mala. Hay de todo. Es muy duro pero hay que creer que se puede salir. Yo creo mucho en Dios".

- Ramón Juárez -

Entrevista con un hombre de la calle

“Es mi familia. Cuando uno duerme el otro cuida, y cuando uno cuida el otro duerme. Si uno escucha un ruido llama al que descansa. Y así. Comemos juntos, nos escabiamos juntos, nos drogamos juntos, vendemos juntos… Durante el día cada uno hace sus cosas y después nos encontramos”. Gastón habla así de Mariano, su hermano de la calle. Viven juntos en Paseo Colón y avenida San Juan, al lado de la escuela Isauro Arancibia.

Gastón es más de los gritos y comentarios al pasar. Se acerca, dice alguna cosa simpática y otra más bien intimidante y se va. Tiene ese tipo de humor que no se sabe cuándo se va convertir en enojo. Mariano en cambio es más calmo, le gusta charlar, contar sus cosas. “Hace una banda estoy en la calle, muchos años. Pero qué va a ser, es lo que toca”, dice.

¿Como es la vida en la calle?
Y… ahora mejor porque estoy superando un consumo muy grande. Estoy yendo a un centro en Barracas. Un comedor de rehabilitación, donde como, me baño, chamuyo con psicólogos sociales.

¿Qué estuviste consumiendo?
Paco. Pero hace más o menos dos semanas y media que no consumo.

¿Cómo llegaste a eso?
Por la calle. Tomaba merca, y la merca me llevó a la base y así.

¿Y por qué llegaste a la merca?
Y… a la merca llegás, amigo. Vas y comprás en la villa y ya fue.

¿Por qué creés que caíste en esa? ¿La joda? La noche?
Si, la joda. Compañeros, faso, escabio, escabio, escabio y ahí uno saca una bolsa y empezás a tomar. Y cuando se complica conseguir la merca, vas al paco porque es más barato.

¿Por qué tomabas paco? ¿Qué te da?
Te saca los problemas que tenés en la vida. Tomás y te saca los pensamientos malos. Todos tenemos problemas.

Gastón y Mariano viven juntos en la Avenida Paseo Colón.
Gastón y Mariano viven juntos en la Avenida Paseo Colón.


¿Tu preocupación principal es que estás en la calle?
No, la calle es lo normal. Ya te olvidás. Tengo lugares para ir a dormir además, porque me ofrecen, pero yo no quiero. Estoy mejor en la calle. Con mi compañero, Gastón.

¿No te da miedo?
No, al contrario. A la gente a veces le da miedo. Te miran con una cara… Lo que no me gusta es cuando subís a un colectivo y te miran con una cara malísima, esconden las cosas. Y digo yo: ¿por qué? Si somos carne y hueso. ¿Por la cara? ¿Por la vestimenta? Por qué no te acercás y me preguntás: eh, muchacho, por qué estás así, cómo llegaste… Hablen con la persona de la calle, no la discrimen. Te miran con una cara como que la vas a robar. Y no, no la vas a robar, estás sentado en un colectivo nomás. No somos chorros, los presidentes son chorros, ellos roban una fortuna. Nosotros robamos una papa o un pan y nos comemos años en cana.

¿Estuviste preso?
Mucho tiempo. Nueve años y cuatro meses. En Mercedes, en Olmos y en Sierra Chica. Por robo calificado e intento de homicidio.

¿Cómo saliste?
Bien. Estudié, trabajé, porque tengo una hija de 7 años: Morena Soledad.

¿La ves?
No, por problemas que tengo. La extraño mucho. Hoy estuve viendo un video que me mandaron de ella bailando en la escuela.

¿Te gustaría verla?
¿Cómo no? Más bien. Si la pudiera ver capaz cambio mi pensamiento. Rescatarme de vuelta como estaba antes…

Capaz conviene que sea al revés, ¿no? Rescatarte primero para verla.
Y yo prefiero verla primero, que me vea cómo estoy, charlar con ella. Ella cumple 8 este año, el 1 de noviembre, y yo el 3. Somos dos escorpianos, nos entendemos.

¿A tu madre y hermanos los ves? ¿Hablás por teléfono?
No. Hablé con mi vieja el otro día pero no hablo porque los teléfonos los tengo y los vendo, para qué te voy a mentir, los vendo. Pero ya voy a tener.

¿Si te dijera que viene un Dios y te dice que podés pedir lo que quieras, una sola cosa, pero lo que quieras, y te lo va a dar. ¿Qué le pedís?
Que me lleve.

¿Por qué?
Porque ya la viví, ya no quiero sufrir más. Y este país ya no da para más. Antes de que vengan y nos maten prefiero que me lleve Dios. Lo sueño a veces, y digo: por qué no me llevás, Barba.

¿Creés en Dios?
Sí, creo. Fui bautizado en el Espíritu Santo.

Si no te lleva por algo será entonces.
Por algo será. Hace dos años me clavaron una cuchillada acá atrás, en una pelea, me tuvieron que abrir acá la panza para sacarla. Estuve ocho meses internado. Me daban por muerto.

¿Qué pasó? ¿Algo en la calle?
Sí, en la calle. Son circunstancias que pasan. No quiero recordar las cosas pasadas. Esos recuerdos te revuelven la cabeza y llegás al consumo. Porque estás angustiado y te levantás medio loco y pum, te da ganas de consumir para que se te pase, para que se te vaya el peso viste... A veces me pongo a analizar mis problemas, todos mis problemas y estoy ahí y lloro.

FrioCero