La pandemia y la mortal urgencia del ahora- RED/ACCIÓN

La pandemia y la mortal urgencia del ahora

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

Las consecuencias de las fallas en la cooperación internacional en la lucha contra COVID-19 en los últimos meses ahora se pueden contar en vidas. Al no haber podido detener la primera ola de la pandemia, no debemos volver a cometer el mismo error.

"No se trata de un episodio aislado», advirtió el director de Wellcome Trust, Jeremy Farrar, "Esto se ha convertido en una infección humana endémica".

La COVID-19, como sugiere Farrar, no respeta fronteras geográficas, políticas ni de otro tipo. Tampoco deben hacerlo nuestros esfuerzos para derrotarla. Nadie puede estar verdaderamente a salvo a menos que combatamos la enfermedad dondequiera que se encuentre.

Para evitar lo que muchos científicos temen —una segunda oleada de la pandemia más adelante este año— debemos actuar donde la necesidad más apremia: los países más pobres del mundo. Como advirtió Abiy Ahmed, primer ministro de Etiopía y premio nobel de la Paz, si el coronavirus arrasa África, regresará para perseguirnos a todos.

Abiy no está minimizando la amenaza. Las Naciones Unidas estima que la COVID-19 podría costar entre 300.000 y tres millones de vidas en África. Además, hasta 130 millones de personas podrían quedar al borde de la hambruna en el mundo por fallas en las cadenas de aprovisionamiento.

Una estrategia exitosa de salida para esta pandemia requiere análisis, tratamientos y una vacuna. Si los países en desarrollo no pueden combatir el virus eficazmente, puede sernos imposible evitar otros brotes en el mundo.

La realidad del riesgo salta a la vista. De los 45 países del África subsahariana, 34 destinan menos de US$ 200 per cápita por año a la atención sanitaria. En 5 países, el gasto en salud es inferior a los 50 dólares. Los países cuentan con poco equipamiento para hacer análisis, pocos respiradores (si es que tienen alguno), limitados suministros médicos y, a menudo, malos servicios cloacales e insuficiente agua corriente.

Además, los trabajadores no cuentan con redes de seguridad social que los apoyen durante la pandemia. Enfrentan así una elección mortal: ir a trabajar y arriesgarse a ser abatidos por la enfermedad, o quedarse en casa y condenarse al hambre. Para estos países es entonces difícil usar las herramientas a disposición de economías más ricas, como el distanciamiento social, los confinamientos y el lavado frecuente de las manos.

Si queremos detener en seco a la COVID-19, la eficacia de nuestra capacidad de intervención estará dada por el eslabón más débil en la cadena mundial. Si hay un problema que deba ser resuelto por la acción mundial multilateral, debe ser nuestra respuesta a esta pandemia. La salud de cada uno de nosotros depende de la de todos. Las soluciones locales solo pueden ser tan buenas como la respuesta global.

Con esto en mente, debemos proscribir el alarmante "nacionalismo de vacunación" que parece estar instalándose. Restringir las nuevas vacunas a quienes pueden pagarlas condenará a millones a sufrir múltiples oleadas de la enfermedad. También debemos tomar medidas enérgicas contra la piratería médica, por la cual unos pocos países buscan monopolizar los kits de análisis, respiradores y equipos de protección personal como sea, en vez de unirse a un esfuerzo internacional para aumentar su disponibilidad global.

Los líderes del mundo deben entonces apoyar el financiamiento de una búsqueda internacional colaborativa de la vacuna y su fabricación masiva, y montar un esfuerzo concertado para aumentar nuestra capacidad para producir elementos médicos. Y deben apoyar a los países en desarrollo en su momento de mayor necesidad, que es ahora.

Los mayores expertos en salud del mundo nos dicen que necesitan 8 000 millones de USD tan solo esta primavera para ayudar a erradicar la COVID-19. Eso equivale a tan solo 1 dólar por cada persona en el mundo y representa una fracción de los 14 billones de USD que ya se asignaron para lidiar con las consecuencias de la pandemia. Resulta vergonzoso que, mientras vemos la generosidad personal y empresarial en respuesta a la COVID-19, los gobiernos hasta el momento no han sido capaces de financiar completamente esta iniciativa para la salud mundial, incluso con ese monto tan modesto.

De hecho, el presidente Donald Trump suspendió el financiamiento de EE. UU. para la Organización Mundial de la Salud. Y, después de la cumbre virtual del G20 el 19 de abril, el subsecretario de salud y servicios humanos de EE. UU. no pudo firmar una declaración conjunta para prometer lo que Trump ya había acordado en la cumbre de líderes del G20 el 26 de marzo: un mandato fortalecido para la OMS y financiamiento sostenible para sus programas de emergencia. En lugar de ello, se emitió un comunicado atenuado.

Afortunadamente —y muy en su favor— la Unión Europea y cinco países (el Reino Unido, Francia, Alemania, Noruega y Arabia Saudita) acordaron llenar ese vacío y anunciaron una conferencia especial para comprometerse el 4 de mayo. Esta cumbre es la manera correcta de avanzar, como lo resume una declaración de misión para la salud mundial del presidente francés Emmanuel Macron y como lo recomendaron 200 economistas, especialistas en salud y ex presidentes y primeros ministros en una carta reciente.

Y habrá mucho que decidir; a pesar de la asistencia de los mayores donantes europeos y de Arabia Saudita, la Coalición para las Innovaciones de Preparación para Epidemias (Coalition for Epidemic Preparedness Innovations, CEPI) solo ha logrado recaudar un tercio de los 3 000 millones que necesita para desarrollar, aumentar la escala y fabricar masivamente los cientos de millones de dosis de la vacuna contra la COVID-19.

En forma similar, el Wellcome Trust, la Bill & Melinda Gates Foundation y la Mastercard Foundation han proporcionado juntos hasta 125 millones de USD en financiamiento inicial para acelerar el desarrollo y acceso a tratamientos del coronavirus que pueden salvar vidas, el plan para Intervenciones Terapéuticas y Vacunas contra la COVID-19 (COVID-19 Therapeutic Interventions and Vaccines, ACTIV) requiere 2250 millones para los primeros 100 ciclos de tratamiento. Las organizaciones de expertos que monitorean, mejoran y proporcionan análisis diagnósticos en todo el mundo, como la Fundación para Nuevos Diagnósticos Innovadores (Foundation for Innovative New Diagnostics, FIND), también necesitan nuestro apoyo.

Espero que, en los próximos días, donantes desde Australia, Nueva Zelanda y Corea del Sur hasta Canadá y México se unan al evento para comprometerse, señalando así que el mundo no tolerará el nacionalismo de vacunas, la piratería médica y una despiadada carrera hacia el abismo. Estados Unidos y China, que han estado ayudando a los países en forma bilateral, debieran demostrar su liderazgo mundial uniéndose a la conferencia, en vez de quedarse fuera.

Las consecuencias de los deslices en la cooperación internacional durante los últimos meses se pueden medir en vidas perdidas. Fracasamos en detener la primera oleada de la COVID-19, no debemos cometer nuevamente el mismo error.

Las intervenciones mundiales pueden parecer muy distantes de las tareas cotidianas de las que nos ocupamos como personas, familias y comunidades para superar esta crisis, pero si los países no miran más allá de sus fronteras y coordinan una respuesta internacional, todos sufriremos.

Hoy, el mundo entero enfrenta lo que Martin Luther King, Jr. llamó «la feroz urgencia del ahora». Con la amenaza de la COVID-19 a las vidas y el sustento de millones de personas en todos los continentes, las palabras de King resultaron proféticas: «En este enigma que se nos presenta para la vida y la historia, es posible llegar demasiado tarde».

Gordon Brown, ex primer ministro del Reino Unido, es enviado especial de las Naciones Unidas para una Educación Global y presidente de la Comisión Internacional para el Financiamiento de las Oportunidades Educativas en el Mundo (International Commission on Financing Global Education Opportunity).

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