Olas & surf: el paraíso puede estar a un click- RED/ACCIÓN

Olas & surf: el paraíso puede estar a un click

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

Un vistazo a la cultura de la playa y a las aventuras del mar reflejadas en libros, música e Instagram.

Olas & surf: el paraíso puede estar a un click

El verano es playa, y la playa es olas. Años salvajes, de William Finnegan, es probablemente la más reciente biblia del surf publicada. Cuando pregunté a la comunidad de RED/ACCIÓN y SIE7E PÁRRAFOS por sus favoritos de surf, desde Twitter Santiago Berisso mencionó ese libro. Novela de aventuras, autobiografía intelectual, relato de historia social y exploración de un arte exigente: todo eso es este tomo de casi 600 páginas que en 2016 le dio a Finnegan —staff writer de The New Yorkerel Premio Pulitzer

(Por cierto, la imagen de apertura de esta newsletter 👇🏼 es de la etapa carioca de Pablo Domrose, el ilustrador que hizo algunas de las mejores portadas de RED/ACCIÓN).

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Ilustración: Pablo Domrose

Persiguiendo olas. Para escribir sobre Años salvajes convoqué a alguien que lo leyó con devoción, Marina Díaz Ibarra. A ella la conocemos de otro ámbito: es experta internacional en e-commerce y disrupción digital, y fue Gerente General de Mercado Libre y Chief Strategy Officer de Wolox. Su libro Un mundo sin jefes está por salir (y va a abrir cabezas). Pero además de todo eso, Marina es una gran surfer 🏄🏻‍♀️ - Y ésta es su mirada de Años salvajes 👇🏼

El mar tiene ese elemento dual de todo lo que es mágico, casi inefable, en la naturaleza. Por un lado, en las palabras de Joseph Conrad, “el océano tiene el temperamento sin consciencia alguna de un autócrata salvaje malcriado por mucha adulación”. Por otro, “el mar es el jazz de Dios”. 

La cultura del surf esta signada por esta dualidad en la que los practicantes se dirimen entre un terror casi innombrable y estados de éxtasis profundo. El surf, como una forma de vida y una práctica de por vida, incluye picos de agua transparentes, puestas de sol inentendibles y episodios regulares de pánico extremo. La gloria es desafiar la marea. En su libro Años salvajes, William Finnegan nos lleva a pasear por las olas míticas del deporte en su devenir como big wave surfer, permitiéndonos espiar e intentar entender los elementos de esta sub-cultura.

Finnegan en Java, en 1979.

Una parte fundamental de esta cultura —su lenguaje, su moda, su estilo— se ha forjado como la hibridación de la cultura de playa y la cultura del roadtrip. Años salvajes es la historia de un chico de California que se muda a Hawaii y aprende a surfear para dejar de ser un haole (como los isleños señalan a todo elemento foráneo, en particular a los blancos sajones) y porque el surf y la playa eran lo único que lo calmaba. Con una pasión creciente por este estilo de vida —es mucho más que un deporte— un Finnegan adolescente sale a buscar con una tabla bajo el brazo las mejores olas del mundo y se vuelve adicto a la única droga que le interesó por más de media hora: la droga de los viajes. 

En este diario de ruta Finnegan nos cuenta no solo las historias de su derrotero como viajante, sino también los detalles de cada ola en los lugares míticos del surf —Fiji, Java, Sudáfrica, Portugal— y la relación de la ola con su propia evolución personal y con el casual compañero de turno, porque, en sus palabras, entender cada ola fue algo inseparable de aquel amigo con el que intentaba escalarla. Es, a su vez, una crítica social poderosa y una radiografía de los conflictos que hacen de escenografía del libro, desde el apartheid en Sudáfrica hasta la dictadura de Suharto en Indonesia, al tiempo que ensaya una oda catártica al alma adolescente.

Finnegan en su adolescencia, recién llegado a Hawaii.

Perseguir olas es a la vez egocéntrico y generoso, dinámico y asceta, y radical en su rechazo por los valores comunes de obligaciones y logros convencionales; es un sistema de creencias no alcanzado por el alma adulta. Además, es absurdo: uno se siente honrado de estar ahí, flotando en la tabla, viendo las plumas de agua que se generan en el labio de la ola, esperando el dolor (porque la única forma de aprender a surfear es que el océano te patee el culo con cada error). Esta filosofía enraizada en el sentido de lo posible, de la imperfección y en la idea de que somos apenas juguetes de los dioses es a su vez un gran refugio contra el sistema, ya que su naturaleza no-productiva refleja la indolencia del mundo adolescente.

Finnegan describe esta frontera en la que viven estos bárbaros de la modernidad (Barbarian Days es el título original) y su libro, que comienza como un decálogo de excusas perfectas para dilatar las decisiones mundanas de la vida de adulto, evoluciona en una exposición sobre la profundidad infinita del alma cuando se topa con la fuerza de la naturaleza.

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La familia Coll-Dordal en Ilha Grande.

El mar desde adentro. “Navegando en el océano, cuando ya no ves tierra, las olas son largas y anchas”, dice Constanza Coll. “No rompen; y subirlas y bajarlas es una sensación hermosa”. Ahora está en Ilha Grande, Brasil, junto a su pareja, Juan Manuel Dordal —que trabajaba como psicólogo e instructor de náutica— y sus hijos, Ulises y Renata. Y Lula, la perra. Todos viven desde hace dos años navegando en un velero de diez metros cuadrados, con la inmensidad del océano y el resguardo de las bahías como escenario.

Podés seguir su vida en Instagram o en YouTube. O leer El barco amarillo, el libro donde Constanza, que era periodista de Lonely Planet, cuenta cómo fue que una pareja de porteños de treintipocos con un hijo en pañales se convirtió en un trío de marineros (¡y la familia se agrandó con una hija nacida en Brasil hace poco!). “En el mar”, dice Constanza, “el barco se vuelve el mundo entero para nosotros y a la vez es súper chiquito al lado de la inmensidad del mar. Es una sensación dual y tiene mucho de humildad”.

Pero ¿cómo se sienten las olas allá, mar adentro? “Son como el pecho de un gigante respirando”, explica Juan. “Sube y baja, sube y baja. Tiene un ritmo pausado bien diferente al de las olas de tierra, pero es el mismo mar”.

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La gran ola de Kanagawa. Así tituló su grabado Katsushika Hokusai en 1829. Es parte de su serie 36 vistas del monte Fuji (la montaña más sagrada de Japón, que aparece empequeñecida por la distancia) y se convirtió, por la fuerza y la cuidada escasez de elementos, en un símbolo por excelencia del arte japonés. Hoy está en láminas, tapas de libros, telas... 🌊 y un emoji.

En su época, la Gran ola llamó la atención en Japón por un pigmento exótico recientemente disponible en ese mercado: el azul de Prusia. Según un estudio del Departamento de Investigación Científica del Metropolitan Museum, los azules saturados y contrastados se lograron en el taller de impresión, sustituyendo el azul de Prusia por el índigo, o mezclándolos. “Hokusai fue solo uno de los artistas involucrados en su creación, pero es el único cuyo nombre conocemos”, se lee en el website del museo

  • Lee más sobre La gran ola de Kanagawa acá y acá
La proporción áurea de la gran ola.

Y para cerrar este bloque, unas palabras del propio Hokusai que muestran una moral artística y de oficio muy japonesa:

“A la edad de cinco años tenía la manía de hacer trazos de las cosas. 
A la edad de 50, había producido un gran número de dibujos. Con todo, ninguno tuvo un verdadero mérito hasta la edad de 70. 
A los 73, finalmente, aprendí algo sobre la verdadera forma de las cosas, pájaros, animales, insectos, peces, hierbas o árboles. 
Por lo tanto, a la edad de 80 habré hecho un cierto progreso. 
A los 90 habré penetrado el significado más profundo del mundo. 
A los 100 habré llegado finalmente a un nivel excepcional. 
Y a los 110, cada punto y cada línea de mis dibujos poseerán vida propia”.

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Name-dropping. El surf tiene un “misterio recurrente”, escribió María Gainza (en un ensayo sobre el artista Matías Duville). Si querés adentrarte en estas aguas enigmáticas, acá va una lista de: 3 canciones de surf-rock + 3 conferencistas que hablan sobre lo que nos enseña el surf + 3 riders sudamericanos + 3 grandes riders mujeres:

🎧 The Trashmen: "Surfin Bird" 👆🏼 [¡y el cover de Ramones!]: un enérgico, hermoso y deforme antecedente playero del punk-rock.
🎧 Beach Boys: "Surfin USA": el clásico de todos los tiempos.
🎧 Pulp Fiction Theme: "Surf Rider": ¿Quentin Tarantino surfea?

  • Gerry López: dice que en el surf se encuentran las respuestas.
  • Chris Burkard: una cruzada personal contra lo mundano lo lleva a surfear en las aguas más frías del planeta.
  • Yves Béhar: ¿cómo las tablas de surf cambiaron nuestro vínculo con el agua?

🏄🏼 Martín Passeri: seis veces campeón argentino.
🏄🏼 Nacho Gundesen: crédito joven argentino, amante de las olas hawaianas.
🏄🏼 Italo Ferreira: campeón mundial de surf... y astro brasileño de Instagram.

  • Bethany Hamilton: 👆🏼 a los 13 años, mientras surfeaba en Hawaii, un tiburón le arrancó el brazo izquierdo. Pero ella se recuperó y continuó persiguiendo olas. Es una de las máximas leyendas del surf.
  • Maya Gabeira: crédito carioca... y con dos récords Guinness.
  • Carissa Moore: ¿la mejor del mundo hoy?

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Flavio Cianciarulo con su hija Coco, campeona nacional de surf sub-16 y sub-18.

Tres preguntas al Sr. Flavio. Surfer, padre de surfers y artista polifacético, desde la posición de bajista de Los Fabulosos Cadillacs escribió algunas de las mejores canciones del rock en español (“Matador”, “Manuel Santillán, el León”, “Mal bicho”, “Vos sabés”) y como solista viene desarrollando una obra vasta y variada (“La invasión de los seres de otro mundo” es su nuevo video). Además publicó novelas, libros de cuentos (Surfer Calavera es uno) y memorias.

  • ¿Cuál es tu historia con el surf?
    Soy criado en la ciudad de Mar del Plata y descubrí el surfing a mis 17 años, pero me duró poco. A los dos años dejé de practicarlo porque ya vivía en Buenos Aires. La música me atrapó por completo. De grande, a los cuarenta y tantos, decidí volver a surfear. Algo me llamó del mar después de tanto tiempo. También volví al skating en ese momento. El surfing y el skate trascienden al deporte, son formas de vida. Un amigo dijo que son vehículos místicos y estoy de acuerdo. Hay algo mágico. El mejor surfista es el que se divierte y en eso soy bueno.
  • ¿Cómo podrías comparar la experiencia de surfear con la de tocar música?
    El surfing y el skating son místicos y trascendentales, y la música es arte; por ende genera una energía especial. Los relaciono en ese sentido. Son un complemento más de la existencia. Nos sirven para buscar la magia en la rutina de la vida. El surfing es estar horas flotando en el mar, en contacto con la naturaleza, tomando la ola con su energía, viendo las gaviotas en vuelo rasante. Hay algo muy metafórico en todo eso, que bien puede estar relacionado con la música. 
  • ¿Qué libros sobre surf y música surfer recomendás?
    El libro Surfeando la Argentina, de Gabriel Nannini, cuenta lo que ocurrió en Mar del Plata y en otras ciudades desde los ’60 hasta acá. Libros de fotos como los de Leroy Grannis (un fotógrafo de los años ’50, de California). Las películas de Bruce Brown, como Endless Summer. En música hay bandas maravillosas de surf-rock, como el clásico Dick Dale & His Del-Tones y, en Argentina, The Tormentos, los Kahunas y Lost Marplas.

La ola de la newsletter nos arrima hasta el final. Pero antes de que rompa, quiero dejarte esta frase de Thich Nhat Hanh, un legendario maestro budista nacido en Vietnam, que hoy tiene casi 100 años: 

“Vamos a observar una ola en el océano: la ola vive su vida de ola, pero al mismo tiempo vive la vida del agua. La ola no tiene que morir para convertirse en agua. Ella ya es agua. Si pudiera contemplarse a sí misma y percibir su esencia, que es el agua, podría alcanzar la ausencia del miedo, y el Nirvana”. Leído en The Atlantic.

Una versión de redes sociales, más corta y con más punch, dice: “La iluminación se da cuando la ola se da cuenta de que es el océano” 🌊

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Javier

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Sobre libros y escritores. Todos los martes, por Javier Sinay.

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