¡Qué jugadora!, comentado por Brian Majlin- RED/ACCIÓN

¡Qué jugadora!, comentado por Brian Majlin

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

Un especialista invitado comenta un libro de no ficción y elige los seis párrafos de ese libro que más le hayan llamado la atención.

¡Qué jugadora!, comentado por Brian Majlin

¡Qué jugadora!
Ayelén Pujol
Ariel

Uno (mi comentario)

Aún hoy, en pleno 2019 y de auge feminista -auge no por novedoso sino por lo masivo-, cualquier pibita que quiera jugar al fútbol recibirá la negativa de los hombres o bien algún mote discriminatorio. Será la varonera, la marimacho, la torta, lo que sea. Ese disparador, en parte, es el que llevó a Ayelén Pujol, periodista de años, a indagar en la historia del fútbol femenino. Y lo hace con las herramientas, nunca mejor aplicadas, del periodismo: la curiosidad, la entrevista y las ganas de mostrar algo que está pero que queda sepultado bajo la naturalización de ciertos rasgos sociales. Es, claro, el momento donde el periodismo se cruza con la sociología, pero ese es otro tema. 

Apenas de comienzo y de movida, Ayelén va a dejar claro que busca la historia de las mujeres futbolistas para que el fútbol deje de ser patrimonio del hombre. “Ese último reducto del machismo”, dirá ella. El libro, además, fue la antesala de que viajara a Francia a cubrir el Mundial Femenino que se está disputando -y en el que, señaló- se producirá un quiebre para siempre en la historia de la Selección Nacional de fútbol femenino. Es probable. Están arrebatándole la profesionalización a la AFA, la visibilización a los medios de comunicación y los potreros al patriarcado. Bienvenido sea. Por todas las mujeres que quieran jugar al fútbol y porque el fútbol es verdaderamente hermoso como para que la mitad de la humanidad tenga que privarse de jugarlo. 

Qué jugadora es, en suma, la posibilidad de explorar aquello que está, que es concreto y sí pasó: 100 años de historia refrendan la existencia del fútbol femenino más allá de su invisibilización y estigmatización. Que incluye la propia historia de Ayelén -ella misma futbolista frustrada primero y futbolista asumida después- y entrevistas con referentes que hacen a la unidad entre fútbol femenino y lucha feminista hoy. El libro es una reparación, pero no para la Historia o Las Pioneras -esas que arrancaron con la pelotita mucho antes de la profesionalización actual-, sino para que todas las mujeres de hoy puedan jugar. Y no solo para la mujer: para toda identidad que no se apegue a la de hombre.

Dos (la selección)

Quiero bucear en el túnel del tiempo y emprender un viaje arqueológico que me permita encontrar las piezas originarias, los restos de un pasado que parece enterrado. ¿Se puede destruir el pasado? ¿Se puede borrar la historia? ¿Quiénes fueron las primeras? ¿Habrán hecho “pan y queso” antes de arrancar a jugar?

Tres

El fútbol femenino en Argentina siempre fue el desván que nunca se ordena: un lugar en el que hay objetos que tienen valor, pero que quedan sistemáticamente relegados. La historia de las mujeres y el fútbol no tiene un inicio claro en Argentina, pero sí un punto que marca un antes y un después: 1991, el año en que la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) creó un campeonato. Hay archivos que demuestran que en la década de 1920, treinta años antes de la foto de Beba González, en la cancha de Boca hubo un partido: otro hallazgo que también se me aparece en forma de imagen en la Biblioteca del Congreso de la Nación.

Cuatro

Betty es de contextura mediana: usa el pelo corto rubio, tiene anteojos, labios finitos y una voz aguda y suave. Mientras compartimos un tostado en una pizzería de Villa Crespo, habla como si tuviera vergüenza y cada tanto se acomoda los anteojos. Encorvada sobre su café con leche y vistiendo la remera de Las Pioneras, cuenta que, en su época, los empresarios conseguían que las mujeres jugaran en estadios, algo que resulta llamativo porque, pese a que el fútbol femenino está organizado por la AFA desde 1991, recién en la actualidad se les está abriendo esa posibilidad a futbolistas que, durante años, ocuparon un lugar marginal, las canchas auxiliares de los clubes, mientras que las principales se reservaban solo para los varones de la Primera A. Betty aprovechaba los fines de semana libres que tenía en la fábrica de guantes industriales de Bernal en la que trabajaba para ir a las giras. Jugó partidos en Junín y en otras localidades del Gran Buenos Aires, y en provincias como Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Córdoba. Junto con las otras chicas que formaban parte de los equipos que armaba Juan Doce, recorrió infinidad de estadios del país. Doce se encargaba de hacer los contactos, llevaba a veintidós futbolistas, reservaba los hoteles donde dormirían y repartía la recaudación: la mitad para él y el resto para las chicas. Pese a esta desigualdad, para Betty el trato funcionaba. Poco a poco, además, dejó de ser necesario que viajaran tantas, porque en los lugares en los que se organizaban los partidos se fueron armando equipos de mujeres. Ellas habían plantado la semilla

Cinco

Dejé de jugar a los 14 o 15 años porque temía que me consideraran lesbiana. A pesar de la felicidad que me deparaba jugar bien, en la adolescencia el fútbol me resultó problemático. Me hacía mal que me dijeran “machona”. Era una agresión que me angustiaba. Dejé la práctica y ni siquiera me permitía patear en el patio de mi casa. Estudié Periodismo Deportivo para canalizar lo que —hoy lo tengo claro— es mi pasión, mi vocación. Trabajé de eso durante once años en las redacciones de Clarín, ESPN, Infobae y el diario Perfil. 

Volví a jugar al fútbol de adulta. Incluso, con la excusa de una crónica, hice una prueba en Platense, un equipo de Primera División del fútbol femenino de la AFA, y quedé: me gané la oportunidad de ser parte del plantel, aunque después decidí que era mejor ser futbolista amateur. Aparte, no me gustaba que me hicieran jugar de lateral izquierda. Creía que estaba para más. A esa altura, además, mi vagancia era más fuerte. No iba a tolerar la exigencia de los entrenamientos y me di cuenta de que disfrutaría más si jugaba solo para divertirme. Aunque, para ser sincera, en esa época también me pesaban muchos prejuicios

Creo que jugué —y juego— al fútbol para llamar la atención de mi padre, en un intento por armar un Edipo que, desde el inicio, fue dificultoso. Me parecía que si jugaba al fútbol —del mismo modo que en el jardín jugaba a los bloques con los varones y me vestía con la ropa que me pasaba mi primo—, quizás me parecería más a ese varón que papá había querido.

Seis

No sé si mucha gente lo sabe, pero el promedio de vida de las personas trans es de aproximadamente 36 años. Es poco tiempo de vida, ¿no? 36 años. Yo, por ejemplo, tengo 40. Para las trans, desarrollar nuestra vida de manera común se nos hace difícil. El lugar, el momento del día en el que se nos permite vivir en esta sociedad es la noche: tenemos que ocultarnos porque de día el hostigamiento y el maltrato son muy crueles. La prostitución pareciera ser el único camino que tenemos permitido recorrer, como si solo ahí pudiéramos disfrutar de lo que somos. Quiero contar esto primero porque me parece que sirve de puntapié inicial para comprender otras cuestiones. Yo me crie en el barrio Castañares, un lugar en la zona norte de Salta capital. Un barrio que, cuando yo era chica, quedaba lejos del centro. Era humilde, con casas bajas, pero hoy resulta más cómodo: está cerca de algunas universidades y es parte de una ciudad que está creciendo. Me llamo Victoria Liendro, trabajo como directora del área de Diversidad de la Subsecretaría de Políticas de Género del gobierno de la provincia de Salta y además juego al fútbol. 

Siete

El volcán entró en erupción. Las jugadoras comenzaron a alzar sus voces porque quieren que el deporte deje de considerarse una actividad amateur. Los viáticos, que oscilan entre los 300 y los 5.500 pesos, no alcanzan para dedicarse a eso que aman y, a diferencia de los hombres, las mujeres que juegan al fútbol en nuestro país deben trabajar de otra cosa para poder subsistir y, además, muchas estudian. Todas tienen que acomodar sus tiempos para poder cumplir con los entrenamientos en los clubes, que en general son tres veces por semana, y asistir a los partidos, que se juegan los fines de semana.


En SIETE PÁRRAFOS, grandes lectores eligen un libro de no ficción, seleccionan seis párrafos, y escriben un breve comentario que encabeza la selección. Todos los martes podés recibir la newsletter, editada por Flor Ure, con los libros de la semana y novedades del mundo editorial.

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