Rimbaud en Java, comentado por Edgardo Scott- RED/ACCIÓN

Rimbaud en Java, comentado por Edgardo Scott

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Rimbaud en Java, comentado por Edgardo Scott

Rimbaud en Java
Jamie James
La Bestia Equilátera

Uno (mi comentario)

Roberto Bolaño decía que un poeta podía soportarlo todo. Y para Roberto Bolaño el ícono del poeta, e incluso de la poesía misma, era Rimbaud. El énfasis de Bolaño -tan frecuente en su retórica- señala de todas maneras una suerte de Gran Verdad: Rimbaud es a la poesía lo que Shakespeare a la literatura misma. Un misterio. Una letra única de nuestra era que todavía debemos -buscamos- descifrar. Con paciencia para presentar y despejar todos los clichés y boutades en torno al niño rey de la poesía moderna, Jamie James alumbra el centro del laberinto: su legendaria deserción, sus días en Java. Y lo que encuentra se parece bastante a las claves joyceanas del artista: astucia, silencio, exilio. Una agobiante sinceridad. La repentina intuición, el aroma justo, el latido impar, que el poeta supo seguir para sellar su experiencia y legarnos lo que sería para nosotros, hombres de poca fe, hombres sin dioses que gozan de imágenes y dinero, la poesía y también algo todavía más real: un poeta. Java es el gesto puro de Rimbaud.

Dos (la selección)

Además de ampliar el alcance de la lógica poética, Rimbaud hizo algunas innovaciones formales revolucionarias. Dos de las Iluminaciones, “Marina” y “Movimiento”, pueden ser plausiblemente considerados los primeros poemas en verso libre. Podría argumentarse en favor de las encantatorias, prosaicas Hojas de hierba, aparecidas menos de veinte años antes, pero lo mismo habría que sostener de los libros poéticos de la King James Bible (la Biblia del Rey Jacobo), a los que los extensos, restallantes versos de Whitman hacen eco de manera consciente. Sin embargo, no hay nada prosaico en los poemas de Rimbaud: son claros prototipos de la forma de verso flexible que, perfeccionada por Ezra Pound, se volvería un habla poética dominante en el siglo xx.

Tres

Tras la muerte de Rimbaud, su clarividencia e innovaciones técnicas quedaron latentes, una bomba de tiempo que explotaría en el alto modernismo de los estadounidenses instalados en Londres: Eliot y Pound. Los dislocados cambios de perspectiva y el pesimismo místico de La tierra baldía eran descendientes directos de Rimbaud, del mismo modo que los Cantos, según la frase de William Carlos Williams, se “apartan de la palabra como símbolo hacia la palabra como realidad”. Entre los últimos trabajos de Pound, que compuso en un hospital psiquiátrico de Washington, había traducciones de poemas de Rimbaud.

Cuatro

El 10 de junio de 1876 Rimbaud, un fusilero recientemente alistado en el ejército colonial holandés, se embarcó con su batallón en el velero de vapor Prins van Oranje, en el puerto holandés de Den Helder, con destino a Java. Tras una breve estadía en Batavia, capital de las Indias Orientales Holandesas, los pioupious navegaron hasta Semarang, en Java central, donde tomaron un tren hasta el poblado de Tuntang; de allí, marcharon por tierra hasta su guarnición en una ciudad llamada Salatiga. Dos semanas más tarde, el 15 de agosto, Rimbaud desertó. Nada más se sabe de su paradero hasta el 31 de diciembre, cuando se encontraba en la casa de su madre en Charleville, bronceado y con barba.

Cinco

Graham Robb computó que en los años calendario de 1875-1877 Rimbaud pasó veintiuno de treinta y seis meses en el mar o en el camino, visitó trece países y viajó más de cincuenta mil kilómetros. Verlaine describió de manera memorable a Rimbaud durante este período de su vida como “el hombre de suelas de viento”. ¿Qué lo hacía correr a Rimbaud? Las simples ganas de conocer mundo no explican por entero por qué se escapaba apenas aparecía, por tenue que fuera, la posibilidad de permanecer en un lugar. Todo el que estudia la vida de Rimbaud contempla razones estéticas, políticas y psicológicas para su extraordinaria inquietud, pero al menos en parte puede haber estado motivada por una simple razón existencial: era un fugitivo de la justicia. No había computadoras para escanear pasaportes en las fronteras nacionales, ni registros de huellas digitales; pero si la policía militar holandesa hubiera dado con él le habría puesto el grillete con bola.

Seis

La afinidad entre Rimbaud y Sukuh es mi propia fantasía; es un lugar que me gustaría, en vano, que hubiera visto, como si se tratara de un amigo de mi país que visita Indonesia durante las vacaciones. Aun así, en su subrepticio paso por Java, Rimbaud estaba inmerso en un paisaje dominado por el Islam. Era un viaje que, como estaba bien al tanto, seguía una tradición inaugurada por poetas franceses anteriores a él. El orientalismo tiene ahora mala reputación, gracias principalmente al libro de ese título de Edward Said, publicado en 1978, que tiene como premisa básica: “Oriente fue casi una invención europea, y ha sido desde la antigüedad un sitio de aventura, de seres exóticos, memorias y paisajes evocadores, experiencias notables”. Said argumenta que este mundo de fantasía fue creado para justificar las pretensiones europeas de superioridad cultural y hegemonía política. En la literatura europea, Oriente era un lugar mágico, más próximo al mundo de Odiseo que al mundo real, moderno.

Siete

La principal motivación de Rimbaud podría haber sido la cualidad básica que proclamaban en sus voceos los reclutadores del ejército colonial holandés: tenía “curiosidad por ver el mundo”. El sueño de otro mundo, los maravillosos lugares que había visitado por medio de su poesía mística, empezaba a disiparse o ya se había desvanecido. Acababa de empezar una búsqueda nueva. En vez de quedarse cavilando sobre “antiguallas poéticas” rodeado de exquisitas sensibilidades, se había embarcado en una misión todavía más grandiosa: saber todo en este mundo. Llegaría a dominar las lenguas modernas de la misma manera que había dominado el latín y el griego antiguo cuando era un niño prodigio, aprendería las ciencias y las técnicas de los tiempos modernos, como si se estuviera preparando para crear de cero un mundo nuevo. Vería todo por sí mismo, tal cual era.

Edgardo Scott (Lanús, 1978) es crítico, editor y traductor. Publicó entre otros los libros El exceso (2012), Luto (2017) y Caminantes (2017-2019) entre otros. Vive en París.


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