Soy María y quiero donar mi pelo

Soy María y quiero donar mi pelo

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION
Soy María y quiero donar mi pelo

La quimioterapia se lleva el cabello de los niños casi de un día para otro. Pero un montón de voluntarios que no se conocen entre sí han creado una forma fascinante para ayudarlos.

Hace calor y María lleva el pelo atado. Es oscuro y grueso; muy ondulado. Si se lo suelta, le llega por debajo de la cadera, casi que la abriga. Por un año se lo dejó crecer: ahora finalmente lo cortará y lo meterá en un sobre para enviarlo por correo.

“Hola soy María, tengo 10 años y quiero donar mi pelo para que hagan pelucas para los chicos con cáncer”. La última semana de febrero, cuando ya estuvo segura de que el largo de su cabello era el correcto, María escribió esta frase en un mail dirigido a la Red Solidaria.

La historia había comenzado un año antes, cuando vio por televisión en el programa Puentes de Esperanza a unas voluntarias que armaban pelucas para pacientes con cáncer y pedían donaciones de cabello. Ella quedó muy sorprendida de las consecuencias de la quimioterapia y decidió enviar el suyo. Comenzó así una espera de meses: su pelo debía superar 15 centímetros y todavía no lo tenía lo suficientemente largo para que, al cortarlo, le quedara por los hombros.

“Cuando vi que mostraban a los nenes en el hospital, me puse a pensar que muchas mujeres siempre se quejan de su pelo, del color, del largo. Pero esta nena no tenía pelo. Así me dieron ganas de donar el mío”, dice con voz muy baja pero firme.

María en su casa de Glew, unos días antes de cortar su pelo.
María en su casa de Glew, unos días antes de cortar su pelo.

Es tímida y cuando habla prefiere mirar por la ventana. Está sentada en el living comedor de su casa en Glew. El lugar es sencillo, pero sus muñecos y una alfombra de goma eva de su hermana menor le dan calidez al ambiente. Afuera, su perro recorre de punta a punta un jardín amplio y bien cuidado, que da a una calle de tierra. Mientras la escucha, a su mamá, Noelia, que trata de hacer dormir a su hija menor, se le llenan los ojos de lágrimas. “Ella quiso hacer todo esto sola. Yo sólo respondí sus preguntas y la ayudé a mandar un mail”, dice.

Unas semanas después de ese encuentro, llegó a la redacción una foto: María sostiene orgullosa tres mechones larguísimos. Su pelo cae hasta los hombros y su sonrisa es grande.

Pelucas de Esperanza

El programa de televisión que vio María contaba la historia de Pelucas de Esperanza, un banco de pelucas de Gualeguaychú que las fabrica con los mechones de pelo natural que llegan de todo el país. Evangelina García Blanco, dueña de una peluquería y creadora del banco, tuvo la idea en el año 2010, cuando la hermana de una de sus empleadas enfermó de cáncer y le pidió que le armara una peluca porque no podía pagar los 10.000 pesos que costaba la pieza más barata que había en el mercado. Y ni soñar con la más cara, que salía 70.000 pesos. En la Argentina, lograr que la quimioterapia no se vea es un privilegio costoso para un paciente.

Abrir el sobre. Sacar el mechón de pelo. Separarlo por color y extensión. Desenredarlo y ordenarlo sobre la mesa para que queden todos los cabellos a la misma altura. Pegarlo con cinta. Coserlo con máquina o a mano sobre una tira de tul elastizado para formar una cortina. Colocar un gorro de red sobre un maniquí y zurcir la cortina al gorro.

Y entonces sí: la peluca está creada.

“La hicimos con el pelo que teníamos acá y lo cosimos a breteles de corpiño y elásticos de bombacha. Mirábamos YouTube para aprender a armarla”, cuenta García Blanco, la creadora de Pelucas de Esperanza, en una conversación telefónica con RED/ACCIÓN. Después de la primera, la voz se fue corriendo a poco por Gualeguaychú y muchas mujeres comenzaron a pedirle más piezas. Pero el verdadero desafío surgió cuando García Blanco recibió un pedido para una nena de cuatro años. “No sabíamos hacer una peluca tan chiquita, entonces armamos una campaña por Facebook para ver si alguien la podía donar”. Esa persona llegó del otro lado del Atlántico: Feliciano Juan Román, un entrerriano radicado en Madrid que hace pelucas para teatro, se la envió por correo. Como vio que la iniciativa tenía buenas intenciones pero poca técnica, Román aprovechó un viaje de visita a su provincia y le enseñó a García Blanco y a sus colaboradoras algunos trucos; por ejemplo, a usar cortinas de pelo tejidas con telar.

Cortinas de pelo natural, listas para ser cosidas a un gorro.
Cortinas de pelo natural, listas para ser cosidas a un gorro. Foto: Rodrigo Mendoza

“En ese momento, el banco se empezó a viralizar por Facebook y mucha gente nos contactó para donar pelo o para llevarse una peluca o para armar en otro lugar un centro como el nuestro”, dice García Blanco. Desde entonces, hay ocho nuevas filiales con voluntarios en distintos puntos del país. Sólo en Gualeguaychú, ya entregaron 400 pelucas que fueron usadas, devueltas, reacondicionadas y prestadas de nuevo hasta tres veces por unas 1200 personas. Pelucas de Esperanza recibe entre 200 y 250 mechones por semana de voluntarios y de algunas peluquerías que quisieron sumarse y colaborar con sus recortes. “Nuestro slogan es: el pelo crece y el amor también”, dice García Blanco. “Nosotras cambiamos una peluca por una sonrisa”.

Peluca en construcción: se van agregando cortinas hasta que queda totalmente cubierto el gorro.
Peluca en construcción: se van agregando cortinas hasta que queda totalmente cubierto el gorro. Foto: Rodrigo Mendoza

Los chicos del Garrahan

Cada año, 180 niños con tumores neurológicos llegan al hospital de pediatría Dr. Juan Pedro Garrahan, en la ciudad de Buenos Aires. Sólo en 2017 se recibieron 28.569 consultas oncológicas: el 35 por ciento del total nacional. Según el Registro Oncopediátrico Hospitalario Argentino (ROHA), 1.400 niños son diagnosticados año a año con esta enfermedad, que es la principal causa de muerte entre los 5 y los 15 años. La Argentina tiene un problema con este asunto: cada 100.000 habitantes, 217 se enferman de cáncer anualmente. En relación al resto de la región, es una tasa de incidencia media-alta.

Muchos de los niños que llegan al hospital Garrahan son tratados con quimioterapia para interrumpir la formación de células enfermas (y también sanas). La droga hace efecto en dos semanas: a partir de entonces, el pelo cae de a mechones. De un día para el otro queda en la almohada, en el plato de comida, en la bañadera. En todos lados.
“Cuando escuchan la palabra ‘quimioterapia’, la primera pregunta que me hacen los pacientes es cuándo se les va a caer el pelo y cuándo les va a volver a crecer”, dice Lorena Baroni, una neurooncóloga infantil del Garrahan, en una charla breve. Es viernes por la tarde y los pasillos están en ebullición. Lejos de un aura lúgubre, el lugar es un auténtico hospital para niños, con murales en las paredes y áreas marcadas con colores. Padres, médicos y pacientes recorren los larguísimos corredores con paso veloz.

El hospital tiene su propia fundación para conseguir pelucas si algún niño pide una, pero se entregan con una condición: los niños deben ser pacientes mayores de 9 años. Si una niña más pequeña quiere una peluca, su médico debe justificar que realmente la necesita.

Pelucas lúdicas, especialmente para niñas. Imitan el pelo de las princesas y son muy populares entre las más chiquitas.
Pelucas lúdicas, especialmente para niñas. Imitan el pelo de las princesas y son muy populares entre las más chiquitas. Foto: Rodrigo Mendoza

Fernando Contreras, un neurocirujano oncológico del mismo equipo, conoce de memoria el proceso de los pacientes: comienzan con una preocupación por la estética y a medida que atraviesan el tratamiento, van enfocándose en la recuperación. “Al principio es un golpazo para ellos; sobre todo para las mujeres”, dice. “Por eso el uso de pelucas puede ayudarlas en la reinserción. Como los tratamientos oncológicos son ambulatorios, salvo que haya complicaciones, el paciente sigue con su vida cotidiana. A veces no quieren volver al colegio, aún terminado el tratamiento, hasta que no les haya crecido el pelo”. Cuando Contreras hace intervenciones en la cabeza tiene mucho cuidado con las cicatrices y las áreas que va a rapar. A veces es inevitable hacer varias incisiones y las niñas igual le piden que les deje los mechones aunque no se vean bien. “Quieren tener la sensación de tener pelo, de tocarlo”, dice.

Por historias como éstas, la senadora Silvia Elías de Pérez, de la UCR, presentó un proyecto de ley para crear lo que ella llama “Red nacional de asistencia estética para pacientes con tratamientos oncológicos”. El objetivo de la ley es fortalecer los bancos de pelucas con campañas de donación, brindarles capacitaciones a sus responsables y formar un órgano coordinador de todos los bancos del país. “Hay pacientes que pueden comprar una peluca, pero ¿qué pasa con los que no pueden? Es muy importante el cuidado estético en las personas con cáncer, y sobre todo de las mujeres”, dice la senadora. Además, quiere promover que este tipo de recursos se incluya en la cobertura de cualquier obra social.

Donantes de distintos puntos del país envían por correo sus mechones a los talleres de pelucas.
Donantes de distintos puntos del país envían por correo sus mechones a los talleres de pelucas. Foto: Rodrigo Mendoza

La historia de Ana

Dos semanas antes de cumplir 13 años, a Ana le diagnosticaron un linfoma de Burkitt que afectaba su hígado y sus ovarios. La quimioterapia empezó inmediatamente y el 26 de septiembre de 2014, el día de su cumpleaños, se le cayó el primer mechón de pelo. Unas horas después tuvo fiebre y la internaron.

Ana no recibió la peluca con el cabello de María, pero en esta historia Ana y María son los dos extremos de un mismo hilo, de un ovillo que se agranda a medida que recorre camino.

“Lo primero que pensé cuando me dijeron que tenía cáncer es: ‘Me voy a quedar pelada’”, dice Ana, que logró salir adelante: hoy tiene 16 años y está en remisión, con controles periódicos.

“Pensé que iba a perder mi pelo rubio, una de las cosas más lindas que tenía”, sigue, en una charla por teléfono. Su voz es alegre y habla de su enfermedad con mucha seguridad y sin dramatismos: “Te volvés una experta”, aclara ante este comentario de sorpresa.

Antes de que acabara su primera internación, su hermana Mirian comenzó a buscar pelucas oncológicas y se encontró en Facebook con Pelucas de Esperanza. Sin dudarlo, se cortó el pelo muy corto, recogió lo poco que quedaba del cabello que se le había caído a Ana y llevó todo a Gualeguaychú para que hicieran una peluca. “Disfruté de ella todo lo que pude. Era muy chica y me interesaba mucho mi apariencia. Era raro ir por la calle y que me miren. Después, con el tiempo, fui aceptando mi condición”, cuenta Ana.

Luego de la primera parte del tratamiento, Ana tuvo una recaída y debió hacer más quimioterapia, y luego un trasplante autónomo de células madres; es decir, células de su propio cuerpo. “El poco pelo que me había crecido se me volvió a caer”, dice.

“Después del trasplante, terminé con todo. Y empezaron a pasarme cosas maravillosas: tuve mi fiesta de quince, mis dos hermanas se casaron y me encantó usar mi peluca. Hasta la mandé a peinar”. Después de todo esto, Ana decidió que quiere estudiar medicina.

Todavía no devolvió su peluca: dice que es muy especial para ella y que le cuesta entregarla, pero que “si alguien la necesita, la va a tener”. En su perfil de Instagram, Ana tiene fotos de su fiesta, con un vestido celeste y la peluca peinada en un recogido. También hay de las otras, con un gorro de lana o directamente pelada. En las más nuevas lleva el pelo corto y todavía muy fino. Su sonrisa es siempre la misma.

El otro lado del ovillo

La peluquera le dividió el pelo en tres. Ató cada mechón con una gomita y la deslizó para que queden justo debajo de los hombros. “¿Estás nerviosa?”. María no contestó: asintió con la cabeza, mirando al espejo. “¿Muy?”. María se sonrió y asintió con más fuerza. Por un segundo se agarró de la bata de animal print que la cubría como una frazada. Cuando la tijera se acercó e hizo el primer corte a ella le dio risa. Chac, chac, chac. Y los mechones ya no fueron suyos. La peluquera los peinó con la mano y los dejó en un costado. “Bueno, ahora sí, vamos a emparejar”.

María envió por correo sus mechones gruesos a Doná Cabello Argentina, un taller de pelucas oncológicas en Baradero que nació como un centro de recolección de pelo, pero que ahora ofrece pelucas a unos 90 pacientes por año y recibe unos 200 sobres por mes. Algunas de sus voluntarias se capacitaron en Pelucas de Esperanza. Todos los sábados, el taller se pone en marcha y del centro cultural que funciona durante la semana queda poco.

El sonido de las máquinas de coser se apropia del lugar, los estantes se llenan de cabezas de plástico con peinados sofisticados y en las sillas se apilan cajas rubias, castañas y hasta canosas. Diez mujeres voluntarias abren paquetes con mechones, los catalogan por color y extensión, arman las pelucas y reciben a quienes llegan para probárselas. Si las personas que las necesitan no pueden viajar, la peluca se envía por correo. Todo lo que hacen las voluntarias queda registrado en una página de Facebook para que los donantes de pelo vean el destino y los interesados, conocer su trabajo. Por estos días, Doná Cabello necesita el tiempo y la experiencia de una peluquera profesional.

A diferencia de otros bancos, incorporaron la peluca lúdica para niñas: es de tela que imita el pelo las princesas de los dibujos animados. Melenas rosas, celestes y verdes; con flores y vinchas brillantes. “La peluca de pelo natural debe ser devuelta, pero la peluca lúdica se regala y en general las niñas pasan más tiempo con esta. Para ellas es un juego, es como disfrazarse”, dice Isabel Fidalgo, al frente de la iniciativa. Los niños que donan muchas veces escriben cartas para quienes reciban las pelucas y Fidalgo trabaja para que la donación de cabello se difunda tanto como la de sangre. “Las pelucas alivian mucho a la gente”, dice. “Es muy gratificante ver cómo llegan con dudas y con la cabeza baja y luego se van contentas”.

Fidalgo se frena un instante, piensa y dice: “Es impresionante la cadena de cosas que ocurren hasta que la peluca por fin está terminada: desde la persona que dona su mechoncito, pasando por todo el tejido y la elaboración, hasta el que se la prueba y se la lleva. Todos los sábados entregamos pelucas y siempre nos despedimos llorando de emoción”.

María ya se cortó el pelo y lo donó. Ahora está convenciendo a sus amigas para que hagan lo mismo. Ante la pregunta de qué espera que pase con sus mechones, se encogió de hombros y respondió con sencillez: “Espero que un nene reciba esa peluca. Que lo haga feliz. Creo que me gustaría conocerlo algún día”.

María, ya con el pelo corto, envió sus mechones por correo.
María, ya con el pelo corto, envió sus mechones por correo.

Los nombres de algunas personas mencionadas en esta nota han sido cambiados para preservar su intimidad.

Si querés donar pelo:
Doná Cabello Argentina (Baradero)

Ayudá

Pelucas de Esperanza (Gualeguaychú)
 Teléfono: 03446-426509

Ayudá

Fotografía: Rodrigo Mendoza