La revolución alimentaria depende de nosotros- RED/ACCIÓN

La revolución alimentaria depende de nosotros

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

Incluso si el mundo se cambiara a fuentes de energía libres de carbono mañana, la crisis climática aún no se habría abordado, porque la agricultura industrial continuaría impulsando tanto el calentamiento planetario como la pérdida de biodiversidad. Por tanto, una revolución de los sistemas alimentarios está atrasada.

La revolución alimentaria depende de nosotros

Ilustración: Pablo Domrose.

Este año las Naciones Unidas están convocando una reunión especial para “concienciar e impulsar el debate público” sobre cómo la reforma del sistema alimentario puede ayudarnos a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Pero el mundo necesita mucho más que una cumbre sobre los sistemas alimentarios. Necesita una revolución alimentaria. Habida cuenta que la capacidad de la naturaleza para sustentar la vida humana ya alcanzó un punto de ruptura, cambiar lo que ponemos en nuestros platos se ha convertido en una prioridad urgente, una prioridad que desempeñará un papel crucial en la determinación de las futuras condiciones de vida en el planeta Tierra.

A lo largo de los países del G20, la mayoría de las personas (el 60%) saben que debemos hacer una transición rápida a las energías renovables en esta década. No sólo las tecnologías necesarias están cada vez más disponibles y son más asequibles, sino que la presión tanto de la sociedad civil como del sector financiero es cada vez mayor. Sin embargo, sólo el 41% de las personas reconoce que también necesitamos transformar nuestros sistemas alimentarios en esta década decisiva. Esta flagrante brecha en la concienciación de las personas demuestra que necesitamos una llamada de atención.

Durante décadas, los ecosistemas terrestres han estado absorbiendo alrededor del 30% del exceso de emisiones de dióxido de carbono, protegiéndonos así de las peores crisis climáticas. Pero durante los últimos 50 años hemos aniquilado al menos la mitad de estos activos naturales. Por ejemplo, cuando los bosques se destruyen con fines de producción industrial de alimentos, no sólo dejan de absorber CO2, sino que empiezan a emitirlo. Los activos que contribuían a la resiliencia del planeta se convierten de repente en pasivos que la socavan. Este doble golpe es la razón por la cual la producción de alimentos ahora da cuenta de más de un tercio de las emisiones mundiales.

Estamos tentadoramente cerca de estar bien encaminados hacia un futuro libre de combustibles fósiles. Pero ese logro significará poco para las generaciones futuras si no transformamos también nuestro sistema alimentario. Así como estamos empujando a los combustibles fósiles hacia su jubilación (si bien les agradecemos por todo lo que han hecho por nosotros), también debemos eliminar gradualmente la agricultura industrial.

La agricultura industrial se diseñó con el noble propósito de alimentar a una población en crecimiento. Pero ya no es apta para ese propósito. El sistema actual, además de su enorme contribución al calentamiento global (el cual provocará mayores pérdidas de cosechas, incrementando el hambre), es un sistema de agricultura que provoca altísimos niveles de desperdicio de alimentos, monopolización de las semillas (que deja a los pequeños agricultores a merced de las corporaciones multinacionales), degradación de los suelos que alguna vez fueron fértiles, vías fluviales envenenadas, y una pérdida catastrófica de biodiversidad. Todo ello se constituye en una injusticia que ya no podemos tolerar. En última instancia, si le fallamos a la naturaleza, le fallamos al clima y nos fallamos a nosotros mismos.

Muchas personas reconocen que nos estamos acercando a peligrosos puntos de inflexión climática, y la mayoría de las personas (el 82% en los países del G20) quiere un cambio que proteja la naturaleza. Entonces, mostrémosles cómo sería eso. La Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios de este año es una oportunidad para generar impulso en algunas de las áreas más prioritarias de la reforma del sistema alimentario. Por ejemplo, necesitamos urgentemente convertir a la agricultura regenerativa en el modelo dominante a nivel mundial. Esta forma de agricultura se basa en prácticas agrícolas y de pastoreo que nutren el suelo, en lugar de matarlo.

Además, para seguir satisfaciendo las demandas nutricionales de la población mundial, también debemos expandir los lugares donde se cultivan los alimentos. La agricultura puede practicarse en todos los espacios disponibles, desde azoteas, balcones y lugares de estacionamiento convertidos hasta campos y huertos familiares. Y, finalmente, tenemos que cerciorarnos que las personas comprendan que lo que comemos puede contribuir directamente a nuestro propio bienestar, así como al del planeta.

La buena noticia es que no estamos empezando de cero. La Comisión EAT-Lancet ya ha definido científicamente una dieta que nutriría tanto a las personas como al planeta. Esta dieta, que está fácilmente disponible para las personas de todo el mundo, se distingue por una reducción drástica en el consumo de carne y un aumento proporcional de proteínas de origen vegetal.

Las proteínas de origen vegetal son para el sector alimentario lo que las energías renovables son para el sector energético. Al ser seguras, sabrosas y cada vez más asequibles y accesibles, estas proteínas pronto proliferarán ampliamente, en parte debido a que los inversores ya ven su potencial de mercado. En el año 2040, los niños se horrorizarán al saber que solíamos producir y sacrificar masivamente animales en granjas industriales, al igual que se sentirán incrédulos acerca de que solíamos conducíamos automóviles que arrojaban gases tóxicos al aire.

Otra buena noticia es que estamos fortaleciendo rápidamente nuestra comprensión de la relación entre la salud del suelo y la producción de alimentos. Ya sabemos cómo mejorar las rotaciones de cultivos y estamos expandiendo la agricultura basada en la conservación y el uso de los sistemas de recolección de agua. Esto nos permite alejarnos del arado que irrita el suelo y libera emisiones de carbono.

Además, el Land Institute está desarrollando nuevas formas de cultivos de alimentos básicos de ciclo perenne, en lugar de cultivos de ciclo anual. En vez de tener que sembrar sus semillas cada año, los agricultores podrán cosechar la misma planta durante cuatro, cinco o seis años seguidos. Y debido a que estos cultivos de ciclo perenne tienen sistemas de raíces que son más profundos que aquellos de los cultivos anuales, poseen mayor resiliencia y absorben más carbono en el suelo. También se requiere mucho menos diésel en los tractores.

Sabemos que podemos movernos rápidamente como comunidad mundial cuando lo necesitemos. La pandemia nos ha enseñado que es posible un cambio rápido. Ahora, debemos asignar el mismo nivel de urgencia (e incluso un nivel mayor de seguimiento) para arreglar nuestra relación con los alimentos y con la forma cómo los producimos. Nuestro sistema alimentario es nuestro mecanismo de soporte vital más esencial. Pero no podremos transformarlo a tiempo si sólo una minoría de nosotros somos conscientes del desafío.

La cumbre de este año es una oportunidad de concienciación. Pero debe entenderse como sólo un paso en el camino. Cada uno de nosotros puede dar un paso más con cada comida que compartimos. Cambiar lo que comemos es un acto radical que hará que nosotros y la naturaleza seamos más sanos y felices. Al tomar decisiones alimentarias conscientes de la naturaleza, y al ayudar a correr la voz al respecto, cada uno de nosotros puede contribuir a mantener el calentamiento del planeta dentro del límite de 1,5° Celsius, mismo que fue establecido en el acuerdo de París. Un plato más saludable nos conduce hacia un planeta más seguro.

Christiana Figueres, socia fundadora de Global Optimism, es coautora del libro con gran éxito en ventas: The Future We Choose: The Stubborn Optimist’s Guide to the Climate Crisis, y es copresentadora del podcast Outrage + Optimism. Fue secretaria ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático desde el año 2010 al 2016, teniendo a su cargo la supervisión del histórico acuerdo de París sobre el cambio climático, mismo que fue adoptado por 190 países y la Unión Europea.

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