Ocho años en un manicomio: historias que explican la urgencia de reconvertir los hospitales psiquiátricos- RED/ACCIÓN

Ocho años en un manicomio: historias que explican la urgencia de reconvertir los hospitales psiquiátricos

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Esa es la cantidad de años de internación que en promedio pasa una persona que ocupa una cama en un psiquiátrico de la Argentina. Una ley obliga a que esos hospitales viren a dispositivos comunitarios. El plazo se cumplió el 31 de diciembre pero 12.000 personas siguen internadas. Usuarios de los servicios de salud mental y médicos exponen lo que no funciona del sistema actual y cuentan por qué la solución viene de la mano de un tratamiento que los ayude a reinsertarse en la sociedad.

Ocho años en un manicomio: historias que explican la urgencia de reconvertir los hospitales psiquiátricos

Ilustración: Juan Dellacha.

Fueron apenas unos días, pero la marcaron por el resto de sus días. “Nunca me pude reponer”, confiesa Bárbara, que hoy tiene 68 años y en el 2004 estuvo, durante dos períodos muy breves, en una clínica neuropsiquiátrica.

“Venía triste, arrastraba un cuadro de depresión del que me trataba hace cinco años y había recibido mucho maltrato de mi ex y de mi familia. Y en la clínica todo se agravó porque fui víctima de mucha violencia”, resume Bárbara.

Recuerda enfermeros que la sometieron con un chaleco de fuerza mientras un patrullero la escoltaba al lugar. También que estando internada la inyectaron y que de golpe despertó desnuda, en una sala llena de hombres y mujeres, donde todos estaban a los gritos. Tenía las manos y pies sujetas y llevaba un pañal. Había cámaras por doquier —hasta en el baño—: se sentía observada, sin privacidad.

Bárbara, que había militado en el socialismo y había sido perseguida durante la última dictadura militar, dice que fue testigo de métodos similares a los que se usaban en esos años de horror.

“Hoy, lo único que me sigue manteniendo es la lucha, la militancia por los derechos humanos en salud mental”, resume quien sostiene esa lucha desde la Asamblea Permanente de Usuari@s de los Servicios de Salud Mental (APUSSAM), un grupo de personas que se reúne cada dos semanas para defender sus derechos.

Los derechos humanos de los que habla Bárbara son los que se incluyen en la Ley de Salud Mental, la número 26.657. La ley fue sancionada en noviembre de 2010 y —entre otros motivos, por tratos deshumanizantes como los que narra Bárbara— establecía que, para fines de 2020, no debería haber más hospitales psiquiátricos (ni públicos ni privados).

Según los datos del primer censo nacional de salud mental, de 2019, hay 162 hospitales psiquiátricos, donde están internadas 12.035 personas. El 60,4% de ellas sin su consentimiento.

Los hospitales psiquiátricos se han vinculado con numerosas desventajas para tratar la salud mental.

Hugo Cohen es médico especialista en psiquiatría y uno de los líderes en la redacción e implementación de la ley. “Los estudios clínicos señalan que quienes son internados en un hospital general en lugar de uno psiquiátrico tienen una mejor evolución, tienen menos recaídas, estas son menos dramáticas y están más espaciadas en el tiempo”, explica.

Un informe de 2014 de la Organización Mundial de la Salud y la Fundación Calouste Gulbenkian (citado en este documento) concluyó que “las instituciones psiquiátricas de larga duración tienden a ser ineficientes y, con frecuencia, inhumanas”.

Además de las prácticas manicomiales como la sobremedicación, la violencia o la falta de privacidad, el problema de los hospitales psiquiátricos es que apartan al paciente de la vida en comunidad.

En cambio, según explica Cohen, “el hospital general facilita y promueve un enfoque integrador. Tiene que ver con estar cerca de donde la persona vive. Si una persona está mal, confundida, sacarla de su barrio, su ciudad o su provincia solo agrava el cuadro. Además, en hospitales generales se hace más accesible que las visiten y que puedan reinsertarse a la sociedad”.

Otro problema que Cohen destaca de limitar la atención en salud mental a hospitales psiquiátricos es que hacen que esta sea menos accesible. “Argentina es uno de los tres países con más psiquiatras y psicólogos en el mundo por cantidad de habitantes. Pero tiene alrededor de un 75% de la población desatendida, el mismo porcentaje que países con 10 o 20 veces menos profesionales de la salud mental por habitantes”, se lamenta.

Ofrecer servicios de salud mental en hospitales generales y centros de atención primaria de la salud ayudaría a llegar a esa población desatendida.

Internación vs. Vida en comunidad

“La gente no puede vivir en una institución, incluso aunque sea una institución hermosa. Esto implica que no transitás muchas otras cosas que transitan las demás personas”, explica Celeste Fernández, abogada de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ).

En diciembre, ACIJ lanzó una campaña para reclamar el cumplimiento de la ley.

Conocé la campaña de ACIJ

Fernández también considera que “muchas prácticas manicomiales no se pueden separar de los hospitales psiquiátricos”. Que la solución es, como dice la ley, que estos hospitales se adapten y sean sustituidos por dispositivos alternativos que promuevan la vida en comunidad.

Ejemplos de estos son viviendas asistidas, donde las personas viven bajo la lógica de una casa, pero con personal de apoyo según la necesidad: puede ser un psicólogo, una enfermera, un psiquiatra. Puede ser cama adentro o no.

También puede vivirse con otras personas usuarias de servicios de salud mental, pero se debe tener cuido de no reproducir una lógica institucional (por ejemplo que no sean muchas personas: el tope del cual hablan especialistas oscila entre 6 y 10). En otras palabras, no hacer de la casa un mini psiquiátrico.

Otro modelo de dispositivo intermedio es el que llevan adelante en Río Negro y se convirtió en un modelo mundial. A pocas cuadras del centro de San Carlos de Bariloche funciona el Centro Cultural Camino Abierto. Allí, personas que tuvieron problemas psiquiátricos se recuperan con un enfoque inclusivo y comunitario, en el que se valen de talleres como baile, cerámica o idiomas.

Chau manicomios: Cómo Río Negro se convirtió en un modelo mundial con su programa de salud mental

Los dispositivos alternativos pueden, en síntesis, tomar distintas formas, pero tienen algo en común, promueven que la persona se inserte en la sociedad, que se vincule con otros.

“Si salís del neuropsiquiátrico necesitás ayuda para reinsertarte. Los manicomios te enferman. Tenés que salir a la calle”, sintetiza María Morillo, miembro de la asociación Confluir —que une a usuarios de salud mental en la defensa de la ley— y parte del Consejo Consultivo Honorario en Salud Mental y Adicciones, un órgano convocado por el Ministerio de Salud e integrado por distintas organizaciones. Este órgano fue creado a partir de la Ley de Salud Mental para generar participación de los diferentes actores y ayudar a cumplir la ley.

En 2011, María, hoy de 65 años, producto de una alta depresión por la pérdida de sus padres, comenzó a tratarse en el Hospital Neurosiquiátrico de Córdoba. Aunque nunca estuvo internada, conoce bien los maltratos y las prácticas de encierro de muchos neuropsiquiátricos de la provincia y del país desde su trabajo en Confluir.

“Todos esperan los talleres. Son salud. ¿Sabés lo que es estar todo el día con enfermos?”, insiste. Ella misma admite que fue el taller de danza su mejor terapia.

María habla durante un encuentro de usuarios de salud mental, en Córdoba, en 2019.

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Vale aclarar algo: la ley de salud mental no prohíbe las internaciones.

“La internación debiera ser el último recurso”, dice Guillermo Jemar, neuropsiquiatra, jefe de la guardia de los jueves del Hospital Borda y socio fundador de la Sociedad Argentina de Trastornos de la Personalidad.

“Yo no estoy de acuerdo con la ley de salud mental, porque señala que deben cerrarse los neuropsiquiátricos y muestra al médico como en contra de los derechos de los pacientes”, aclara Jemar. Aun así, admite que “es necesaria una transformación y dejar atrás las prácticas manicomiales y muchos de los aspectos que plantea la ley son necesarios”.

Jemar conoce personas con más de 35 años de internación, cuando no se recomienda que las mismas se extiendan más de dos o tres meses. “Si no logramos crear dispositivos alternativos, es un fracaso”, dice. Según el censo de 2019, la media de internación es de 8,2 años.

Y advierte: “La sobreinternación implica perpetuación del paciente como sujeto de inferioridad en cuanto al otro”. La palabra “estigmatización” se repite cuando los especialistas hablan de las consecuencias que tiene para una persona la internación.

Quienes defienden la ley, aseguran que los hospitales generales disminuirían tanto el estigma de quien estuvo internado como los tiempos de internación.

El Hospital Borda. Foto: ACIJ.

Alternativas para las familias, educación para los médicos y amor para los usuarios

Por otra parte, Jemar también señala que muchas personas “llegan a la internación por motivos sociales”: porque no tienen donde ir, porque la familia no los quiere en el hogar.

“Estuve internado cinco veces en distintos momentos, pero no recuerdo cuándo. Trato de olvidar las fechas, porque todavía duele pensarlo”. Eduardo Codina tiene 57 años y se esfuerza por hablar de aquellos días oscuros. Esos en los que llegaron a darle ocho medicamentos diarios y dice que casi lo dejan en un coma farmacológico por exceso de medicación.

Entre tanta medicación y malos recuerdos, Eduardo también perdió la noción de cuán largas fueron sus internaciones.  “La más corta fue de dos meses”.

Eduardo tiene un problema neurológico desde chico (no tolera “presiones psicológicas”), por el cual no pudo completar el colegio. Pero dice que llegó al neuropsiquiátrico porque su familia se valió de esa condición para argüir un problema psiquiátrico que requería internación.

“No todos tratan mal en el psiquiátrico. Hay gente que protegió a los internos, pero con riesgo de perder el trabajo”, admite Eduardo. Pero remarca: “La mayoría ni siquiera tenía la capacidad de contención. Salvo excepciones honrosas, no tenían medida del daño que hacían a los pacientes. Como si te quisieran dominar usando medicamentos”.

Eduardo también ejemplifica cómo la vida en comunidad, en contraposición del aislamiento, fue su mejor medicina. Entre 1995 y 1996 —de eso sí recuerda los años—, Eduardo, internado en e Hospital Borda, comenzó a presenciar cómo se producían los programas de La Colifata, la primera radio del mundo en transmitir desde un neuropsiquiátrico, de la que participan usuarios y ex usuarios de los servicios del hospital.

“De a poco me instruí en lo radiofónico. Leí correspondencia, salimos al aire en móviles. Hoy hago algunas entrevistas y presentaciones”, resume.

“La radio, que me dio muchos amigos, es como una ayuda para liberarnos de ese aislamiento que teníamos. El lema de La Colifata es ‘construir puentes donde hay muros’. Y a mí me dio el empuje para volver a relacionarme con las personas”, agrega Eduardo.

Eduardo cuenta su experiencia en un evento sobre salud mental y derechos humanos.

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Más allá del caso de Eduardo, no debe creerse que las familias siempre se desentienden, que eligen mandar a los suyos a un lugar donde hay malas prácticas.

“Si solo está el psiquiátrico es un circuito que se perpetúa. Las familias no saben de otro lugar que las asista ante un problema de salud mental. No han tenido nadie que las asesore, ayude y oriente”, señala Cohen. En cambio, cree que “cuando se las apoya, acompaña, se hacen visitas domiciliarias, la familia puede ayudar a la persona, hacerse cargo. Las familias, en síntesis, también pueden ser parte de esa comunidad sanadora.

¿Por qué no se promueve ese modelo de salud mental comunitario?

“Hay un modelo cultural que no se ha cuestionado lo suficiente. Se perpetúa un status quo en el cual el médico es alguien que todo lo sabe o lo puede”, analiza Jemar.

Hay médicos que ignoran la ley de salud mental. Y otros que se oponen porque rompe el status quo: la ley habla de equipos interdisciplinarios, entiende que el psiquiatra no está por encima del resto.

Cohen, por su parte, cree que “falta decisión política, más allá de la bandera partidaria. Se necesita de esta decisión para que se capaciten a equipos en hospitales generales. Porque es cierto que si hoy entra una persona con crisis psicótica a un hospital general, todos escapan, porque no saben qué hacer”.

Cohen insiste en la falta de capacitación, incluso entre estudiantes de salud metal. Y cita un relevamiento que hizo un alumno de la carrera de Psicología de la UBA en su tesis: de las 23 materias obligatorias de la carrera, solo en tres se mencionaron los términos “salud mental comunitaria o desmanicomialización”. En las 13 asignaturas prácticas, una sola se llevaba a cabo en un dispositivo comunitario.

María coincide en la necesidad de capacitar: “Toda la gente de salud mental, incluso enfermeros, policías, tienen que aprender a tratar a pacientes, tienen que hacer un curso de salud mental”.

María sigue: “Yo les digo a los chicos de la facultad cuando doy charlas: ‘Si no les tienen paciencia, si no les toman la mano cuando necesitan, o les limpian la baba, o si no les compran una coca alguna vez que lo desea, no se puede. Tenés que tener esta vocación’. Porque los usuarios de salud mental son seres humanos vivos, que sufren del alma”.

Por eso, para ella, junto con los talleres y la medicina adecuada, la sanidad tiene otro componente esencial: “Lo que te cura es el cariño, el amor”.