Martina Gusman y su papel en El marginal 4: "Lo que más me gusta de ser actriz es representar problemáticas sociales que mucha gente desconoce"- RED/ACCIÓN

Martina Gusman y su papel en El marginal 4: "Lo que más me gusta de ser actriz es representar problemáticas sociales que mucha gente desconoce"

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Interpretó a una madre encarcelada (Leonera), a una mujer víctima de trata (El inocente), a una médica emergentóloga (Carancho) y ahora vuelve a ser Emma, la asistente social de la cárcel en donde cobra vida la serie El marginal, la serie que estrena nueva temporada en Netflix este 19 de enero. Pero la actuación ocupa solo el 50% de su tiempo. El resto se de lo dedica a ser voluntaria en distintos programas y a la psicología comunitaria, su otra profesión, actividades que le dieron "sentido a la vida".

Martina Gusman y su papel en El marginal 4: "Lo que más me gusta de ser actriz es representar problemáticas sociales que mucha gente desconoce"

Foto: Télam. Intervención: Denise Belluzzo

Ahora (cuando ocurre esta conversación) Martina Gusman está en Colombia. Le toca (elige) ponerse en la piel de una mujer argentina que está exiliada en ese país y decide hacer algo ante un secuestro ejecutado por un grupo guerrillero. Y punto. No quiere, no la dejan adelantar nada más de la serie que se verá por Apple TV.

Martina, dice en uno de los audios que nos manda por WhatsApp, está “consumida” por el rodaje de tiempo completo. De su nuevo personaje no se conoce el nombre pero sí que vuelve a alumbrar una problemática social.

Repasemos: interpretó a Julia en Leonera (estrenada en 2008) y ayudó a visibilizar la maternidad en las cárceles. En Carancho (2010) fue Luján, una médica joven que trabaja en emergencias y nos habló de adicciones. Y en Elefante Blanco (2012) le dio vida a Luciana, una asistente social de una villa. Hizo de Susana en El año de la Furia (2020) para encarnar a una prostituta en tiempos de dictadura uruguaya. En la serie El inocente (2021) fue Kymmy, otra prostituta, esta vez con el foco en la trata de personas. Y fue (o será, porque la cuarta temporada está por estrenarse) Emma en El marginal (desde 2016). 

Emma es una asistente social que consiguió exponer mucho de lo difícil que es asistir a las personas que están presas: porque no se dejan ayudar o no están acostumbrados a que los ayuden, porque el sistema es poco permeable a eso, porque ayudar en ese contexto tiene un costo físico y mental alto. 

Cuando aceptás un papel, ¿cuánto pesa el aporte que puede hacer ese personaje para visibilizar problemas sociales?
—Ese es mi principal motor al elegir un personaje. Una de las cosas que más me gusta de ser actriz es poder representar problemáticas sociales que mucha gente desconoce, participar desde ese lugar, aportar ese granito de arena para pensar en la posibilidad de algún cambio social. Y son personajes que por supuesto me transforman a nivel personal por sus realidades individuales. Al mismo tiempo, me siento muy privilegiada al representar sus historias para intentar llevarlas a un lugar de reflexión social.

En Leonera interpretó a una madre que cría a su hijo mientras cumple una condena en una cárcel. Foto: Télam

Martina Gusman no solo actúa hace dos décadas. La argentina de 42 años es licenciada en Artes Combinadas (UBA), psicóloga y está cursando un máster en Gestalt, una corriente de la psicología moderna. También es madre de dos hijos (Mateo y Lucero) y está casada con el director de cine Pablo Trapero, con quien fundó una productora. Vive en Barcelona o en Buenos Aires, según los proyectos familiares. 

A su trabajo de actriz y productora le dedica el 50 % de su tiempo. 

Martina Gusman militó en villas, trabajó con personas encarceladas a punto de salir en libertad, con personas en situación de calle y desde hace un tiempo acompaña a jóvenes que quieren estudiar una carrera universitaria pero no tienen los recursos para hacerlo sin ayuda. Lo hace como colaboradora de la Fundación Sí. 

Desde hace muchos años, dedica el otro 50 % de su tiempo al trabajo voluntario.

Martina Gusman es la actriz comprometida y la psicóloga voluntaria. Desde ambas facetas, promueve un cambio social.

Hay 100.000 personas presas en la Argentina, tantas como toda la población del partido bonaerense de Campana. ¿Creés que El marginal o Leonera ayudan a que como sociedad dimensionemos el desafío del que hablamos? 
—Sí, ayudan a visibilizar el tema. A Leonera, que se estrenó en 2008, le va increíblemente bien tanto en la Argentina como a nivel internacional. Llevé la película a varios senadores y diputados para tratar de visibilizar más la situación de las mujeres que estaban criando a sus hijos dentro de un penal. Hay una cuestión de derechos del niño que se contraponen: el derecho a crecer en libertad y el derecho a crecer junto a su madre. Hubo un senador que tomó la película como referencia. Había una ley que estaba cajoneada que tenía que ver con eso, con que las madres con niños de hasta cinco años o mujeres embarazadas (siempre que su carátula lo permitiera) pudieran hacer prisión domiciliaria para criar a sus hijos en otro contexto que no fuera en situación de encierro. Y se hizo efectiva. Y la verdad que para mí fue el regalo más grande que pudo haber tenido la película.

¿Y qué impacto está teniendo El marginal?
—Tiene otro tono porque por momentos tiene bastante de caricatura, que es otra forma de soportar cierta realidad tan terrible. Pero sirve para visibilizar. De hecho, me recibí de psicóloga hace dos años y mi tesis fue un taller que hice en una cárcel de hombres privados de su libertad en su último año de condena. El taller era reinserción social y el 95% de los detenidos habían visto El marginal y se sentían superrepresentados. Si bien El marginal es 100% ficción, siento que sirve mucho para visibilizar lo que ocurre. Y les sirve tanto a quienes están en esa situación porque se sienten representados como a la sociedad en general porque se acerca a una realidad que desconoce. 

Para el papel en Leonera estuviste un año entrevistándote con mujeres presas. ¿Quiénes son esas mujeres y qué aprendiste al escucharlas? 
—Muchísimo. Nunca había tenido un acercamiento a lo que era una penal o a la sensación del encierro, la privación de la libertad. En un penal los sentidos se te modifican: el sonido retumba, no hay horizonte, los colores son monocromáticos, el olor de la cárcel es particular, el gusto de la comida es particular. Es muy heavy lo que representa que otras personas decidan lo que podés o no podés hacer. Y las entrevistas que tuve con las mujeres fueron terribles. Me sentí sin capacidad para juzgar la vida de nadie, sentí que no sé qué hubiese sido de mi vida si yo hubiese nacido en cualquiera de los zapatos de esas mujeres. Aprendí a comprender otras realidades. No estoy queriendo decir que si uno comete un delito no tiene que pagar por eso. Pero cuando uno comprende el contexto de ciertas realidades y ciertas situaciones, es muy fuerte. Claramente Leonera fue un antes y un después en todo sentido, no solamente como actriz. Si bien terminé encontrando en Leonera el tipo de actriz que quería ser, una actriz que represente situaciones sociales, también me marcó como persona. A partir de ahí decidí estudiar psicología y di mi primer paso para empezar a ser voluntaria en Fundación Sí. Pensé en cómo podía, además de colaborar con cuestiones sociales desde la ficción, comenzar a poner mi cuerpo y mi tiempo.

En El Marginal trabajó junto a Juan Minujín e interpreta a Emma, la asistente social de una cárcel. Foto: Télam

A diferencia de tu papel en Leonera, Emma, de El marginal, está del otro lado de las rejas y trata de ayudar a quienes están privados de la libertad. El personaje te hace sentir que tratar de reinsertar socialmente es muy difícil. ¿Creés que es así? 
—Emma está del otro lado, como decís, pero al mismo tiempo (y este es mi aprendizaje) creo que un lado y el otro tienen una frontera muy difusa. Porque uno vive en ese mismo contexto de injusticia. Y un poco el personaje de Emma también lo representa. Su necesidad de anestesiarse a través de las adicciones cuando siente que no puede llevar adelante ciertas situaciones. Entonces sí, creo que es muy duro y difícil ayudar. Pero desde mi lugar siento que cuando hay determinadas situaciones que te generan mucho dolor, como puede ser la situación de la cárcel, la única forma de poder transitarlo es en la acción. Transformar el dolor en acción significa hacer, hacer dentro de lo que uno pueda, desde la presencia, desde la disponibilidad. Y me parece que ese es el lugar de Emma y un poco mi lugar como voluntaria. Hay ciertas realidades que uno no puede modificar pero sí puede colaborar en algún proceso de sanación. 

El trabajo final con el que Martina se recibió de psicóloga fue un taller de 12 encuentros semanales con varones presos en la unidad penal 19 de Ezeiza. “Re-crearse tras las rejas”, lo llamó.

En ese taller trabajó con personas que estaban en el último año de su condena, muy cerca de salir en libertad. Los hizo actuar, escribir, hicieron música y reflexionaron sobre la reinserción. El objetivo fue que sumaran habilidades sociales para la reinserción social a través de disparadores artísticos.

¿A qué conclusiones llegaste y cómo respondieron esos varones?
—Lo que me llevo, primero, es la tremenda necesidad que hay de este tipo de actividades dentro de los penales. Si bien tienen asistencia psicológica, esos espacios están saturados y al servicio de informes sociales. Entonces es muy difícil para ellos entregarse al 100% porque están siendo evaluados. Lo más importante que generó el taller fue que puedan repensarse como sujetos constructores de su realidad. Cometiste un delito, tuviste una pena que determinó la justicia y ya la cumpliste, pero de acá en adelante: qué querés para tu vida, cómo querés reconstruirte. Partía desde ese lugar, que pudieran presentarse a sí mismos, escuchar cómo se presentaban, ver cómo era su lenguaje corporal, cómo iban a salir al mundo. Que pudieran expresar sus miedos y angustias. Fue una experiencia muy conmovedora. Lo armé como un programa que se pueda replicar en otros penales, incluso estuve después en contacto con UNICEF para intentar replicarlo en diferentes centros de menores pero en el medio cayó la pandemia y no pudimos llevarlo adelante. Mi idea de ahora en más es trabajar en distintos tipos de programas para diferentes poblaciones vulnerables, llevarlos adelante y luego intentar replicarlos en otros lugares. Estoy en ese camino. 

Cuando te ponés en la piel de personas en situación de extrema vulnerabilidad, ¿te resulta angustiante? ¿Te permite realmente entender determinadas situaciones?
—Para mí es al revés. Poder representar ciertas situaciones que te generan dolor es catártico. Ver una situación que me resulta superinjusta y superdolorosa y no hacer nada me genera más angustia o más dolor que cuando puedo representar un personaje y sentir que por lo menos le estoy poniendo el cuerpo, la voz, el alma y el corazón a esa situación concreta. Es liberador, es una forma de luchar contra ciertas cosas que me parecen injustas. Y por supuesto que te genera una situación de muchísima más empatía y comprensión de la vida del otro. Eso también lo vivimos en la Fundación Sí con el acompañamiento de personas en situación de calle. Cuando uno comienza como voluntario quiere que la gente salga de la calle. Y después te das cuenta de que quizás el proceso es simplemente sostener el dolor del otro, estar presente. Por ahí no sale de la calle en todo el tiempo que lo ves y tenés que soportar el dolor que te genera eso. Pero estar, tu presencia, que la otra personas se sienta reconocida, que se pueda espejar en vos, en otra persona que lo ve, que lo valora, con la que puede mantener una charla, a la que puede darle un abrazo, es supersignificativo para la vida del otro.

El año pasado te recibiste de licenciada en Psicología. ¿Qué tan desafiante fue estudiar y recibirte "de grande”? 
—Fue un desafío, pero al mismo tiempo te permite tener más claro qué es exactamente lo que querés. Uno aprovecha mejor el tiempo. Disfruté mucho de la carrera, me fue excelente, me recibí con un promedio increíble. Siento que cuando se es grande uno estudia mucho más a conciencia. Y con menos presión. Además, lo fui haciendo despacito, a mi tiempo, porque no me era fácil entre los viajes, el trabajo y la maternidad. Y además porque en principio lo tomaba como una cuestión para mí, no sabía si iba a ejercer. Después entendí que sí, que quería ejercer desde la psicología comunitaria.

Leí sobre Gestalt que no solo está pensada para “tratar enfermedades, sino también para desarrollar el potencial humano”. ¿Por qué elegiste esta especialización?
—Sí, está centrado principalmente en la conciencia del aquí y ahora constante: qué es lo que siento, qué es lo que pienso, en ampliar la conciencia. O sea cuando te das cuenta de qué es lo que estás sintiendo y qué es lo que estás pensando, ampliás tu nivel de conciencia. Y lo tercero tiene que ver con la responsabilidad que asumís una vez que te das cuenta y ampliás tu conciencia: qué hacés con eso. Porque ya sea hacer o no hacer, uno está decidiendo. Y tiene que ver con un ejercicio de responsabilizarte de tus acciones. Claramente es una herramienta de empoderamiento, una herramienta que tiene que ver con la responsabilidad de uno mismo de construir su propia vida. Creo que es una herramienta potente para la transformación individual.

¿Cuál es el poder transformador de las personas en términos individuales? Me refiero a que muchos creen que los cambios estructurales se dan a partir de políticas públicas y relativizan el voluntariado.
—Creo en las personas y en el poder que tenemos juntándonos con otras personas que queremos cambios sociales. Lamentablemente descreo de la política hace muchísimos años. De la política en general, tanto en Argentina como en el mundo. La política en el fondo corrompe, tiene otros intereses, me fue desencantando a lo largo de mi vida. Milito en villas desde muy chiquita, desde los 14 años. Y tal vez por eso el desencanto, porque creí desde chica en la posibilidad de cambio a través de la política. Y después de esa desilusión entendí que no quería quedarme en un lugar de queja. Mucha gente está posicionada en ese lugar. Pero si no te gusta esta realidad, ¿qué hacés para intentar cambiarla? Mi lema es no quejarme ni perder el tiempo en mirar cuestiones que me irritan o me enojan de la política sino tratar de ponerle el cuerpo, el alma y el corazón para intentar que las cosas sean mejores e intentar dejarles un mundo un poquito más lindo a mis hijos. Y siento que esa fue la posibilidad que me dio Fundación Sí. Me encontré con una gran familia de personas que realmente creen en la posibilidad de un mundo mejor. Y la verdad es que estoy muy agradecida, admirada, por el trabajo que hace Manuel [Lozano, presidente de la fundación]. 

—¿Qué hiciste y hacés desde la Fundación Sí?
—Comencé con el proyecto de acompañamiento de personas en situación de calle. Ahora estoy en otro proyecto, el de residencias universitarias. Soy una de las coordinadoras de una de las sedes, que es la residencia de Corrientes, donde acompañamos el proceso académico de casi 70 chicos dentro de la residencia. Son chicos que viven en diferentes zonas superalejadas de lo que es Corrientes capital y que no tienen los recursos económicos para seguir estudiando una vez que terminan el secundario. Entonces la fundación les da la posibilidad de trasladarse a la capital para que puedan seguir sus estudios universitarios. Les paga el alojamiento, la comida. el andamiaje académico. Y yo soy una de las coordinadoras. Me ocupo de hacer el seguimiento académico de los chicos. La verdad es que es un proyecto hermosísimo. Podés ver una transformación social concreta, ves cómo a esos chicos se les puede modificar su vida teniendo una carrera universitaria, cómo pasan a ser un referente de su mismo paraje o pueblo. Se transforman ellos, toda su familia y muchas veces transforman a toda su comunidad. El impacto social es superfuerte, es una herramienta para una transformación en sus vidas.

—¿Qué lugar ocupa el trabajo social en tu vida?
—Hoy por hoy es un 50 % de mi vida. Un 50% es mi profesión de actriz y otro 50% todo mi voluntariado social, que realmente es lo que me termina de llenar. La actuación me encanta, me parece que es un medio de expresión precioso, que tiene esta posibilidad de transmisión. Pero siento que con toda mi actividad social, con mi voluntariado y con el hecho de haberme recibido de psicóloga encontré el real sentido de la vida.

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