Google Europe me invitó a participar en un seminario celebrado en París sobre la decadencia de la verdad, el ascenso de las noticias falsas y formas de contrarrestar ambos fenómenos. Comencé mi exposición poniendo el problema en su contexto histórico.
Cité para ello Recuerdos de la guerra de España, de George Orwell, donde el autor explica que para él, “la historia se detuvo en 1936”, porque fue allí, en España, donde encontró por primera vez “noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos”.
Fue allí donde percibió que “incluso la idea de verdad objetiva”, arruinada por el fascismo (el rojo y el pardo), estaba “desapareciendo del mundo”. Y fue allí, en efecto, donde se hicieron posibles hombres como Joseph Goebbels (“yo decido quién es judío y quién no lo es”) y más tarde Donald Trump (y sus “hechos alternativos”).
Pero (como señalé a continuación), antes y después del ascenso del totalitarismo hubo varias sacudidas intelectuales.
En primer lugar, la “crítica” kantiana, que separó el ámbito numénico del fenoménico, limitó nuestro conocimiento al segundo, y postuló que sólo podemos conocer los fenómenos en la medida en que nos lo permitan los sentidos, el entendimiento y la razón.
Esta crítica inyecta en nuestra relación con la verdad cierto grado de subjetividad, de la que tal vez hoy los partidarios del Brexit hayan sido voluntarias víctimas.
En segundo lugar, un “perspectivismo” nietzscheano que convirtió la verdad en “puntos de vista”, de los que es “verdadero” aquel que vuelve a un ser más fuerte y “falso” aquel que lo entristece o disminuye. Esto generó un segundo terremoto intelectual, cuyos remezones necesariamente habrían de sentirse en los sistemas políticos, dando lugar a la posibilidad metafísica de líderes como, por ejemplo, Vladimir Putin.
Y en tercer lugar, el “deconstruccionismo” de los postnietzscheanos, quienes al historificar la “voluntad de verdad” (Michel Foucault), poner la verdad “entre comillas” (Jacques Derrida), separar el signo de su referente (Louis Althusser) y oscurecer lo obvio en una confusión de diagramas y gráficos (Claude Lévi-Strauss) o de nudos borromeos (Jacques Lacan), probablemente nos hicieron perder contacto con los aspectos simples, sólidos e irrefutables de la verdad.
La responsabilidad de Silicon Valley
Luego me concentré en la responsabilidad que han tenido Internet y las GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon) en la siguiente sucesión de eventos:
En primer lugar, la democracia digital liberó una cantidad casi infinita de discursos.
Luego la Web se transformó en un tumulto, un sálvese quien pueda, al que cada cual va armado con sus opiniones, convicciones y verdad personales.
Y al final, tras un deslizamiento que pasó casi inadvertido en el fragor virtual de los tuits, los retuits y los posts, exigimos para esta nueva verdad que acabábamos de afirmar la misma deferencia que se le tenía a la vieja.
Comenzamos pidiendo igual derecho a expresar nuestras creencias, y terminamos diciendo que todas las creencias expresadas tienen igual valor.
Comenzamos pidiendo nada más que nos escuchen, después exigimos a los oyentes respetar lo que dijéramos sin importar lo que pensaran, y terminamos prohibiéndoles colocar una afirmación por encima de otra o asegurar que pueda haber una jerarquía de verdades.
Creíamos estar democratizando el “coraje de la verdad” tan caro al último Foucault; creíamos estar dando a cada amigo de la verdad medios técnicos con los que contribuir, con audacia y modestia, a las aventuras del conocimiento.
En vez de eso conjuramos un festín salvaje: dispuesto sobre la mesa el cuerpo de la Verdad, animados por un ansia caníbal, nos lanzamos a despedazarlo; y con los sangrientos, pútridos despojos, cada uno de nosotros se cosió un patchwork de certezas y sospechas.
Y enseguida este espectáculo dio paso (sin la elegancia helénica) a la perversidad de una nueva generación de sofistas que sostienen que la verdad es una sombra incierta, que el hombre es la medida de todas las cosas, y que la verdad de cada cual es exactamente igual a la de su vecino.
Mis propuestas concretas
A continuación de lo cual, y puesto que el evento se hacía bajo los auspicios de Google Europe, propuse a Carlo d’Asaro Biondo (presidente de la empresa para alianzas y relaciones estratégicas en Europa, Medio Oriente y África) tres ideas concretas y claramente estratégicas.
La primera propuesta: instituir un cuadro del deshonor donde, en alianza con los 50, 100 o 200 diarios más importantes del mundo, se expongan en tiempo real las noticias falsas más peligrosas del momento.
La segunda: celebrar un concurso (a la manera de las academias francesas del siglo XVIII, de las que surgieron nada menos que los dos Discursos de Rousseau) para que los ciudadanos digitales elijan un documento, un video u otra creación, cuya potencia de verdad o satírica sea capaz de neutralizar a las noticias falsas más dañinas; y que se financie al ganador del concurso para que produzca la obra propuesta.
Y finalmente: componer, dos siglos y medio después de Diderot, una nueva enciclopedia; sí, una enciclopedia, una real, lo opuesto a Wikipedia y sus oscuros artículos. ¿Quién, salvo una de las megatecnológicas globales, tiene el poder –si decidiera usarlo– de reunir a miles de académicos reales capaces de trazar un inventario del conocimiento actualmente disponible en cada disciplina?
- La elección es clara: enciclopedia o ignorancia.
- Remendar el tejido de la verdad o resignarnos a su desgarro definitivo.
- Hundirnos más en la Caverna sombría y ruidosa, o empezar a buscar el modo de salir.
No quiero darle a un único evento convocado por Google más importancia de la que tiene. Pero ¿no podría ser un llamado de atención, una convocatoria a iniciar un proceso de cuestionamiento crítico? ¿Podría ser que los responsables de lo peor estén dispuestos a asumir también la responsabilidad de reparar el daño, de reconstruir después de haber destruido? Si no son ellos, ¿quién lo hará?
Traducción: Esteban Flamini
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