La gran prueba para los países ricos- RED/ACCIÓN

La gran prueba para los países ricos

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

Después de comprometerse públicamente a ayudar a vacunar al resto del mundo, los países ricos y altamente vacunados aún no han cumplido su promesa y ahora están preparados para dejar que millones de dosis se desperdicien. Sin una acción urgente para corregir esta injusticia, la posición moral de Occidente sufrirá un daño permanente.

La gran prueba para los países ricos

Mientras países de bajos ingresos en África y otras partes del mundo siguen implorando a las naciones ricas que dejen de acaparar millones de vacunas contra la COVID‑19 sin usar, todavía hay grandes dudas de que Estados Unidos y Europa honren la promesa que hicieron este año en la cumbre del G7 de vacunar a todo el mundo antes de que termine 2022.

Según manifestó el gobierno del presidente estadounidense Joe Biden, el Norte Global puede suministrar dosis suficientes para todo el mundo antes de la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre del año entrante. Pero la divergencia en la distribución de las vacunas se ha ensanchado tanto que en los países de bajos ingresos el porcentaje de la población adulta con vacunación completa no llega al 2%, contra más del 50% en la mayoría de los países de altos ingresos. Peor aún, en estos últimos se están echando a la basura millones de dosis porque no se las usó a tiempo.

Hasta hace algunos meses, los gobiernos occidentales podían al menos decir que no había un suministro de vacunas suficiente para satisfacer la demanda mundial. Pero hoy estamos produciendo 1500 millones de dosis al mes. Al momento de escribir esto, hay unos 300 millones de dosis no usadas, guardadas en depósitos o camino de cumplir contratos de provisión que han sido monopolizados por países occidentales. Por eso todavía no se alcanzó el objetivo fijado en septiembre de 2021 por la Organización Mundial de la Salud de vacunar al menos al 10% de la población de los países de bajos ingresos (el nivel básico necesario para incluir al personal sanitario y a los ancianos).

Según un estudio de la empresa de investigación Airfinity, la cantidad de dosis sin usar llegará a mil millones en diciembre. Para poner esa cifra asombrosa en perspectiva, alcanza para cumplir nuestro objetivo de vacunar al 40% de la población africana a fin de año.

Para colmo de males, Airfinity calcula que hay cien millones de dosis no utilizadas que corren riesgo de caducar a fin de año. Y pueden llegar a 241 millones si no transportamos esos excedentes a los países que los necesitan con una antelación suficiente para que puedan contar con un período de validez de dos meses desde la entrega. En cualquiera de los casos, semejante derroche roza lo criminal.

Es común que los políticos exageren. Pero no es ninguna exageración decir que a menos que se pongan más vacunas, elementos de diagnóstico y tratamientos a disposición del Sur Global, en el transcurso del año entrante puede haber al menos un millón más de muertes inducidas por la COVID.

Sabemos que la administración de menos de cien millones de vacunas en el Reino Unido permitió salvar más de cien mil vidas. De modo que permitir que 200 millones de dosis o más terminen en la basura es equivalente a condenar a cientos de miles de habitantes de países de bajos ingresos no vacunados a un padecimiento o una muerte que son evitables.

La conclusión es que en la cumbre sobre vacunas convocada por Biden esta semana, más vidas penden de un hilo que en cualquier otro evento de esta naturaleza en tiempos de paz que yo pueda recordar. Si Occidente no provee la cantidad necesaria de vacunas al resto del mundo, los países de bajos ingresos nunca más tendrán motivos para tenerle confianza. No transferir millones de dosis excedentes a quienes las necesitan con urgencia sería un fracaso espantoso en la prueba más básica de solidaridad y decencia humana.

De modo que para los líderes mundiales que se reúnen este mes en la ONU, lo que está en juego no podría ser mayor. Estamos en un momento crucial para mitigar la monstruosa e imperdonable desigualdad en la distribución de vacunas que ha prevalecido hasta ahora.

Según los datos reunidos por Airfinity, es posible transferir de inmediato 200 millones de dosis al Fondo de Acceso Global para Vacunas contra la COVID‑19 (COVAX) y al Fondo Africano de Adquisición de Vacunas, para su distribución en los países de bajos ingresos africanos y del resto del mundo. Con eso sería suficiente para cumplir la meta del 10% de la población en cada país fijada por la OMS. Además, después de eso los países occidentales todavía podrán seguir enviando a COVAX esa misma cantidad de dosis adicionales (unos 200 millones) por mes. Esa cifra sería suficiente para resolver el déficit de África (alrededor de 500 millones de dosis) y llegar a vacunar a un 40% de la población del continente a fin de año, en línea con el objetivo de la OMS.

Hemos visto de qué manera el nacionalismo vacunatorio provoca desigualdad, desperdicio y un enorme exceso de muertes evitables. Esta postura no sólo es egoísta, también es contraproducente. Cuanto más tiempo se permita la transmisión de la enfermedad en países de bajos ingresos, mayor será la probabilidad de que aparezcan nuevas variantes con capacidad de afectar incluso a las personas totalmente vacunadas.

Esta sencilla verdad está en la base de los pedidos que han ido acumulándose esta semana, por parte de líderes africanos, ex jefes de Estado y de gobierno, de la Red de Acción contra la Pandemia y de organizaciones como The Elders. Diversas ONG y líderes religiosos del Sur Global han pedido acciones inmediatas para evitar que se produzca una catástrofe moral de enormes proporciones.

En una crisis sanitaria global derivada de una enfermedad sumamente contagiosa y transmisible, la única alternativa es la acción mundial colectiva. La cumbre sobre vacunas de esta semana es la mejor oportunidad que tienen los países ricos para demostrar que realmente creen en lo que dicen.

Gordon Brown, ex primer ministro del Reino Unido, es enviado especial de las Naciones Unidas para la educación mundial y presidente de la Comisión Internacional para el Financiamiento de Oportunidades Educativas Globales.

© Project Syndicate 1995–2021.