Científicas. Cocinan, limpian y ganan el premio Nobel (y nadie se entera)
Valeria Edelsztein
Siglo Veintiuno
Comentario y selección de párrafos por Mónica Szurmuk, investigadora principal del CONICET especialista en género, estudios culturales, memoria y literatura comparada. Sus libros más recientes son The Cambridge History of Latin American Women´s Literature y La vocación desmesurada: Una biografía de Alberto Gerchunoff.
Uno (mi comentario)
Busquen en youtube la pieza de Hildegarda von Bingen “Voces de Ángeles”, cierren los ojos y escuchen la melodía varios minutos. Ahora abran los ojos e imagínense cómo era la vida de Hildegarda. Luego hagan el ejercicio que propone Valeria Edeleztein:
1. Tomen lápiz y papel
2. Escriban todos los nombres de mujeres científicas que se les ocurran
3. Ahora, borren el de Marie Curie. (...)
(sigue mi comentario) (...)
¿Cuántes de ustedes incluyeron a Hildegarda entre las científicas? Yo tampoco. A pesar de ser una fan de la Hildegard compositora, no sabía que también había sido una médica cuyos consejos seguimos hasta ahora (¡es la primera que habla de la necesidad de hervir el agua!) y cuyos descubrimientos realizados en el siglo XI son confirmados por estudios publicados en revistas como The New England Journal of Medicine en los últimos quince años.
El libro Científicas. Cocinan, limpian y ganan el premio Nobel (y nadie se entera) de Valeria Edelsztein es una cajita de sorpresas donde conviven científicas de todas las épocas y las latitudes. Parte de la colección “ciencia que ladra…” de Siglo XXI, está pensado para jóvenes lectores pero tiene material para todas las edades.
Además de las historias de vida de mujeres científicas de todas las épocas y latitudes, aparecen sus experimentos (¡prueben hacerlos!), sus recetas, sus consejos. Siguiendo un orden cronológico, Edelsztein nos muestra que los momentos de exclusión de las mujeres de las ciencias han sido cíclicos y que en los períodos oscurantistas de occidente había mujeres científicas en el oriente. La conclusión que se desprende es que las sociedades que invirtieron en ciencia y no discriminaron (tanto) a las mujeres científicas les fue mejor. Y las mujeres hicieron ciencia siempre, en la cocina como afirma Sor Juana que, retóricamente le pregunta al Obispo de Puebla “¿qué os pudiera contar… de los secretos naturales que he descubierto estando guisando?” para pícaramente afirmar luego: “Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.” Imagínense si a las científicas se les sumara el reconocimiento y las condiciones de trabajo que merecen y se les restara el menosprecio y los acosos varios, ¡cuánto mejor sería el mundo! ¿no? Ah, y no se preocupen, seguiríamos cocinando y limpiando.
Dos (la selección)
Contra los molinos de viento
“Si todas las mujeres que nombramos hasta el momento tuvieron que escuchar cómo los hombres las criticaban, o peor aún las obviaban, el siguiente caso va un paso más allá. Elizabeth Cellier, una comadrona inglesa, se enfrentó directamente a un juicio en 1679 (después de que la encarcelaran, claro). Entre sus trabajos, hay una recopilación de estadísticas que muestra la alta mortalidad de madres y bebés por mala atención en el parto, un intento de fundar una institución para preparar profesionalmente y registrar a las comadronas inglesas (cuya solicitud fue rechazada por el rey Jacob II), la planificación de un hospital y hasta visitas a prisioneros (que no era algo aceptado en esa época). Conclusión: múltiples enemigos, acusación de complot, cárcel y quema de sus libros. ¿Por qué tanto ensañamiento? Porque era católica en un mundo protestante. Así que, además de todo, no tenía derecho a ser defendida por un profesional. Por lo tanto, se hizo cargo de su propia defensa… y ganó. Así pasó a la historia como “The popish midwife” (la partera papista). Por lo menos pasó a la historia. No como la pobre Marie Colinet”.
Tres
“Resulta ser que Agnódice era brillante y tenía mucho éxito profesional. Los médicos griegos, alarmados por su notoriedad (y, ¿para qué engañarnos?, un poco celosos), echaron a correr al falso rumor de que este médico, aprovechándose de su estatus profesional, seducía y abusaba de las mujeres que lo consultaban. Pero ella, ni lerda ni perezosa, se presentó ante los jueces ancianos (el Aerópago) y se desnudó para desmentir la acusación. Felizmente, dejó en ridículo a quienes le habían inculpado; sin embargo, terminaron condenándola a muerte (bueno, todo no se puede). Cuenta la historia que, cuando parecía que ya nada podía hacerse, mujeres de todas las clases sociales, agradecidas por la atención médica que habían recibido de esta valiente pionera, formaron un movimiento de “resistencia” si Agnódice era ejecutada, ellas morirían también (¡eso sí que es una jugada arriesgada!). De ese modo, mientras los 31 miembros del Aerópago consultaban la condena con la almohada, las esposas de los 400 senadores los obligaron a elaborar nuevas leyes. La presión de las masas funcionó (!eso sí que es democracia!) y no solo Agnódice fue absuelta, sino que al año siguiente el Consejo Ateniense modificó la ley y autorizó a las mujeres a estudiar y ejercer la medicina, siempre y cuando solo atendieran a sus congéneres”.
Cuatro
Sin nombre propio
“El colmo del esfuerzo por obviar las contribuciones femeninas es el test de Apgar, un examen clínico clave que se le hace al bebé recién nacido después del parto para controlar su estado general. Este test tiene ese nombre por Virginia Apgar, una
anestesióloga especializada en obstetricia que lo creó en 1952. Sin embargo, se lo suele explicar de acuerdo con la regla nemotécnica: A por apariencia, P por pulso, G por gesticulación, A por actividad y R por respiración”.
Cinco
Si no puedes con ella, enjuíciala
“El juicio comenzó el 11 de agosto de 1322.
La acusación: “Curaba a sus pacientes de dolencias internas y heridas o de abscesos externos. Visitaba asiduamente a los enfermos, examinaba la orina tal como hacen los médicos, les tomaba el pulso y palpaba todas las partes del cuerpo”.
Los testigos: Seis testigos dieron fe de que Jacoba los había curado cuando muchos médicos ya habían desistido, y un pariente declaró que “es más sabia en el arte de la cirugía y la medicina que cualquier maestro médico y cirujano que hubiera en París”.
La declaración de Jacoba: “Es mejor, más honesto y apropiado que una mujer sagaz y experta en el arte de curar visite a una mujer enferma, la explore e investigue los secretos de la naturaleza y las partes recónditas de esta, a que esto lo haga un hombre, a quién no le está permitido ver las cosas mencionadas”.
La sentencia: “Jacoba es advertida de que si vuelve a realizar alguna práctica sanadora será excomulgada y condenada a pago de sesenta libras parisienses. En esta misma resolución se advierte asimismo a otros cinco practicantes, tres mujeres (Juana la conversa, la cirujana Margarita de Ypres y la judía Belota)””.
Seis
Rita Levi Montalcini (1986)
Descubrimiento y estudio del factor de crecimiento nervioso
“La historia de Rita es una muestra de que, cuando se quiere, se puede. Esta mujer, nacida en 1909, superó el siglo de vida pero mantiene su cerebro activo como cuando tenía 20 años. Mujer, judía e investigadora en pleno gobierno de Mussolini, su futuro no parecía demasiado brillante. Especialmente cuando en 1938 el dictador publicó el Manifesto per la Difesa della Razza, que le prohibía a toda persona judía acceder a alguna carrera académica o profesional. Error. Rita armó su propio laboratorio clandestino en la habitación con embriones de pollo. En 1947, con el fin de la guerra, pudo viajar a los Estados Unidos para el momento cúlmine de su carrera: el descubrimiento del factor de crecimiento nervioso (NGF, del inglés Nerve Growth Factor), una proteína que estimula el crecimiento y la renovación de ciertas células nerviosas.
En 1986, recibió el Premio Nobel de Medicina. Cuando estaba a punto de cumplir 100 años, le preguntaron qué haría si volviera a tener 20. “Pero si estoy haciéndolo”, respondió. En sus propias palabras: “El cuerpo inevitablemente se arruga, pero el cerebro no””.
Siete
“A los 18 años, en 1809, Henriette Faver Caven quedó sola en el mundo: huérfana, viuda y sin hijos, no tenía otra opción que arremangarse y ganarse la vida. Para las mujeres, eso implicaba o bien dedicarse a la prostitución o bien casarse nuevamente. ¿O…?
Henriette prefirió convertirse en Henry: se vistió de hombre, estudió medicina en París y logró el título de médico cirujano. Trabajó en las campañas militares de Napoleón en Rusia (frío, frío) pero, después de que el francés fuera derrotado en España, Henriette decidió establecerse en Cuba (caliente, caliente).
Tan en serio se tomó el personaje que incluso se casó por caridad con una huérfana. Sin embargo, finalmente se descubrió la verdad.
Contra lo que podamos suponer, el caso de Henriette no fue el único: varias mujeres, aún antes que ella, sirvieron en la guerra y solo se supo que lo eran cuando las herían, llegaban al hospital o, incluso, como en el caso de otra médica, Mirando Stuart Barry, durante la autopsia. (¡Sorpresa!)”.
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