Mucho más que “un cursito”: la lucha de los acompañantes terapéuticos para que se reconozca su profesión- RED/ACCIÓN

Mucho más que “un cursito”: la lucha de los acompañantes terapéuticos para que se reconozca su profesión

 Una iniciativa de Dircoms + INFOMEDIA

Pese a que son trabajadores de la salud mental, en varios distritos del país, incluida la provincia de Buenos Aires, aún no se reconoce legalmente su figura. Esto trae precarización laboral y problemas para acceder al servicio. Tampoco hay criterios en cuanto a su formación: muchas obras sociales reconocen a trabajadores con cursos cortos, aunque ya hay tecnicaturas. Hay tres proyectos de ley en la legislatura bonaerense y se prepara uno a nivel nacional.

Mucho más que “un cursito”: la lucha de los acompañantes terapéuticos para que se reconozca su profesión

Intervención: Pablo Domrose

A mediados de marzo, Daniel Fernández, que vive en Ituzaingó, provincia de Buenos Aires, se aprestaba a comenzar a trabajar como el acompañante terapéutico de Thiago, un chico de 13 años que tiene un trastorno del espectro autista y a quien ayudaría en su escuela. Por la cuarentena, ese acompañamiento —medidas sanitarias mediante— se trasladó al domicilio, pero recién luego de dos meses. Aunque trabajan en el ámbito de la salud mental y que, a Pamela, la mamá de Thiago, le urgía este servicio, la de los acompañantes terapéuticos no apareció nombrada como una de las profesiones esenciales que podían sostenerse en el aislamiento.

En realidad, la figura del acompañante terapéutico carece de reconocimiento legal en 12 de los 24 distritos del país (incluidos CABA y provincia de Buenos Aires), pese a los reclamos y a proyectos de ley que deambulan por las cámaras legislativas. Así, no existe un criterio unificado sobre su grado de formación, su matriculación o el precio de sus servicios. Como consecuencia de esto, no solo hay derechos laborales vulnerados, sino también una deslegitimización de su tarea, muchas veces desconocida.

¿Qué hace un acompañante terapéutico? “Es un trabajador y profesional del campo de la salud cuya función consiste en brindar atención a la persona asistida en su cotidianidad, dentro de su comunidad, entorno familiar, social y comunitario con el fin de colaborar en el bienestar de su salud, en su calidad de vida y en la promoción de acciones colectivas”, señalan desde la Asociación de Acompañantes Terapéuticos "Unidos para Acompañarte" (AATUA), de Río Negro. Se trata de una profesión que se desempeña siempre en equipo con otros profesionales de la salud. Y con múltiples ámbitos de acción: social, escolar, infantil, vejez, justicia, salud mental, familia, personas con discapacidad, por ejemplo.

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Si la educación es la base de cualquier profesión, el acompañamiento terapéutico todavía lucha por poner cimientos sólidos.

“Está naturalizado que AT es cualquiera, que es un cursito… pero los tiempos cambiaron. Y ahora, con la pospandemia, la figura del AT va a tomar relevancia, y es preciso formarse”. Patricia tiene 51 años, es profesora en Psicología y en 2017 se convirtió en una de las primeras 3 Técnicas Superiores en Acompañamiento Terapéutico de Jujuy. Su comentario refleja una realidad nacional. “Aunque ahora hay tecnicaturas, se siguen dando cursos cortos, de pocos meses, y muchas obras sociales los reconocen para cubrir el servicio”, explica Mariela Balmaceda (52), Técnica Superior en Acompañamiento Terapéutico y docente en Río Negro, y parte de AATUA.

Mariela trabaja desde AATUA por los acompañantes terapéuticos.

En Buenos Aires también se da esta realidad: “Hay una especie de grieta entre los técnicos y los que no lo son, lo cual diversifica los reclamos por derechos laborales”, dice Daniel, quien estudia la tecnicatura. Él también señala que, además de no ser reconocidas por el Ministerio de Salud, aún son pocas las opciones de educación pública en el nivel superior para acompañamiento terapéutico: cuenta con dos en Zona Oeste y calcula que, de los 25 mil acompañantes terapéuticos estimados en territorio bonaerense, solo un 20% ha completado un terciario.

Andrea Silvana Patrignoni es coordinadora de la Tecnicatura Superior en Acompañamiento Terapéutico, con sede en el Hospital Esteves (donde también trabaja como Jefa de sala del Programa de Rehabilitación y Calidad de Vida). Ella destaca la necesidad de una formación superior: “Es importante poner en valor el proceso de profesionalización, propiciar el desarrollo de un espacio académico en el que se capitalicen experiencias y producción de conocimientos e investigación. Esto es necesario para mejorar la calidad de atención de la salud y la inclusión de personas que están en situación de vulnerabilidad en ámbitos educativos, sociales recreativos o laborales”.

Hay que aclarar un costado positivo en la profesionalización del sector: el número de alternativas de tecnicaturas en acompañamiento terapéutico crece. Incluso, gracias al impulso de AATUA, la Universidad Nacional del Comahue va camino a ofrecer la primera Licenciatura en Acompañamiento Terapéutico del mundo.

En otros países, la función la desempeñan profesionales con otra formación de base, como psicólogos o psicopedagogos. Argentina, además de ser pionera en la profesión, marca el rumbo. Pero, aunque estén las opciones, la falta de un criterio para reconocer a la profesión en la mayoría de los distritos del país se relaciona con varios problemas. Veamos.

Impacto en derechos laborales

Por un lado, se fomenta la precarización laboral. No hay una formación requerida por el Ministerio de Salud. La figura del acompañante terapéutico tampoco figura en la nomenclatura de la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), pese a que los AT trabajan con personas con discapacidad. “Esto hace que no podamos tener un parámetro del valor por hora de nuestro trabajo”, explica Daniel.

Los acompañantes terapéuticos son monotributistas (se inscriben como servicios relacionados con la salud humana). Y, sin ley que los reconozca, quedan a la merced de las obras sociales y a los descuentos que realizan empresas que terciarizan el servicio. Según me cuenta Daniel, un acompañante que trabaja en inclusión educativa, unas 20 horas semanales puede ganar alrededor de 19 mil pesos, pero por los descuentos puede llegar a recibir incluso menos de la mitad. Por ello, muchos necesitan una actividad complementaria. En promedio, en la provincia, se les paga entre 180 y 250 pesos la hora.

Por otra parte, el vacío legal generó una complicación extra: las obras sociales autorizaban acompañamientos y hasta exigían a los AT visitar domicilios, pero estos no contaban en muchos casos con permisos válidos. “Además, se empezaron a pedir muchos registros audiovisuales de lo que se hacía para justificar, lo cual era invasivo para las familias a las que se visita”, señala Daniel.

Impacto en quienes reciben el servicio

Desde luego, no solo lo acompañantes terapéuticos sufren la falta de leyes, sino también quienes acceden a sus servicios.

Pamela, la madre de Thiago, tardó casi tres años en que las obras sociales aprobaran un acompañante terapéutico para su hijo.

“No está claro cuál es el rol del acompañamiento al no estar contemplado en una ley. Juegan con el derecho a la salud de tu hijo. Tu médico te está indicando que necesitás un acompañante, pero, sin ley, las obras sociales a veces te dicen, por ejemplo, que lo que necesitás es integración escolar”, explica. Ella es parte de la agrupación TGD Padres TEA de Moreno, y asegura que, a fuerza de luchar, es la única persona de la localidad que cuenta con acompañamiento terapéutico en su domicilio en la cuarentena.

Pamela también es madre de Joaquín, con trastorno del lenguaje. Y al principio de la cuarentena, en casa y sin acompañante terapéutico, “estaba desbordada”. Ahora, Daniel va al domicilio y ayuda a Thiago con sus tareas escolares y en aprendizajes cotidianos. “Amasan pizzas”, ejemplifica Pamela. Y aclara: “Si no estuviéramos en cuarentena, lo ayudaría en actividades sociales, como ir al almacén o subir a un colectivo”.

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La ley, claro, también ayudaría a subir la vara en la calidad del acompañamiento terapéutico. Cuando se recibió y comenzó a trabajar en un colegio, Patricia cuenta que los directivos notaron que su tarea de acompañamiento era más profesional a aquella a la que se acostumbraba en la institución. Destacaban la profesionalidad en los informes presentados y, desde entonces, comenzaron a requerir profesionales con formación superior para el cargo.

Patricia, Técnica Superior en Acompañamiento Terapéutico.

Por otra parte, Patricia señala un detalle no menor que trae la falta de reconocimiento profesional: muchos acompañantes terapéuticos no se rigen por ningún secreto profesional, pese a convivir varias horas dentro de los hogares en los que trabajan. “Queda desamparada la familia”, remarca.

La necesidad de leyes

Según la Coordinadora Provincial de Acompañantes Terapéuticos de Buenos Aires (COPAT), entidad que integra Daniel, Tierra del Fuego, San Juan, Neuquén, Entre Ríos, Santa Cruz, Río Negro, Chubut, Córdoba, Catamarca, San Luis y Tucumán son las provincias que tienen una ley de acompañamiento terapéutico vigente, mientras que la de Santa Fe fue sancionada y espera su reglamentación.

Buenos Aires, el distrito con mayor cantidad de acompañantes terapéuticos del país, y el que suele marcar el paso en casos así, carece de legislación pese a que se presentaron iniciativas en 2016 y 2018. Ambas perdieron estado parlamentario y hoy hay otros tres proyectos, de los cuales se espera salga uno en común.

“Lo que busca la ley es que se nos reconozca como trabajadores de la salud mental y los derechos humanos. A su vez, busca regular la formación: la tecnicatura sería obligatoria y nos daría posibilidades de crecer profesionalmente”, explica Daniel.

La Pampa y Jujuy son otras de las provincias que buscan una ley similar. Patricia cuenta que participó en mayo en una reunión con la comisión de Salud y que las perspectivas son buenas.

Claro que contar con una ley no hará que la situación se normalice automáticamente. En Río Negro, la misma existe desde 2011, pero hasta su modificación en 2018 (la ley 5314) se excluía a muchos acompañantes terapéuticos con años de experiencia pero sin titulación terciaria. Gracias al trabajo de AATUA se articuló una transición: pueden matricularse por cinco años rindiendo un examen, mientras avanzan en una formación terciaria.

AATUA también presentó a la ANDIS el primer proyecto para que se categorice la prestación de acompañante terapéutico, incluyendo excepcionalmente, a quienes todavía no son técnicos.

Son días de mucha labor para ella, ya que es presidenta de la filial rionegrina de la Asociación de Acompañantes Terapéuticos de Argentina (AATRA), y desde AATUA y la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales (FaDeCS) de la Universidad Nacional del Comahue organizan el Congreso Nacional Virtual (se realizará entre el 23 y 24 de octubre y será el primero con esa modalidad).

Pero, además, AATUA también última los detalles de un proyecto de ley a nivel nacional, para lo cual, aclaran, están abiertos a la participación y miradas de acompañantes terapéuticos de todo el país.

La ley establecería los roles y las funciones del acompañamiento terapéutico, y conduciría a un proceso de jerarquizar la profesión. “Se busca incluir a los AT del país en la diversidad de formación de cada uno de ellos, establecer un articulado que permita que esto se dé con un tiempo prudencial”, cuenta Mariela.

La ley regularía la matriculación y la inclusión de la profesión en la nomenclatura de la ANDIS, lo que, como dijimos, permitiría fijar un valor por el servicio. También se reconocería al acompañamiento terapéutico por la Superintendencia de Servicios de Salud, lo cual pondría a la prestación dentro del Plan Médico Obligatorio. Así, llegaría no solo a quienes tienen el Certificado Único de Discapacidad (CUD), sino que se les exija a todas las obras sociales.

En síntesis, el proyecto, cuando sea ley, jerarquizará al acompañamiento terapéutico, una profesión que, cada vez, se reconoce como más importante.

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