Acceso al agua: el desafío de no dejar a nadie atrás- RED/ACCIÓN

Acceso al agua: el desafío de no dejar a nadie atrás

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION
Acceso al agua: el desafío de no dejar a nadie atrás

Foto: ONU | Intervención: Pablo Domrose

Abrimos la canilla y el agua sale, tanto que casi no nos damos cuenta que esa no es, aún la realidad de todos. Tres de cada 10 personas en el mundo carecen de acceso a servicios de agua potable seguros, según Naciones Unidas (ONU). El desafío está ante nosotros: garantizar el acceso y no dejar a nadie atrás.

Desde 1993, cada 22 de marzo se celebra el Día Mundial del Agua. Una excusa para generar conciencia sobre la importancia del recurso. Una oportunidad para tomar medidas para cambiar la situación. Si bien son múltiples los problemas asociados al agua, hay uno que es la columna vertebral de todos: la falta de acceso.

Unas 2100 millones de personas viven sin agua potable en sus hogares. Más de 700 niños menores de cinco años mueren todos los días de diarrea, a causa del agua insalubre o un saneamiento deficiente. Casi dos tercios de la población mundial padecen escasez grave de este recurso durante al menos un mes al año. Las cifras de ONU reflejan un estado de situación preocupante. Convocan a tomar conciencia del poder y la urgente necesidad de cada gota.  

Un lema con propósito

Detrás de esos números hay personas. Individuos que no sólo sufren la falta de acceso al agua sino a sus problemas asociados: pobreza, afectaciones en la salud, dificultades económicas, falta de sostenibilidad ambiental. Por eso, este año se adoptó la promesa central de la Agenda 2030 al Día Mundial del Agua: “No dejar a nadie atrás”. Su razón es obvia: todo el mundo debe beneficiarse del progreso del desarrollo sostenible.  

En esa lucha por acceder al agua, hay grupos que son marginados: las mujeres, los niños, los pueblos indígenas, las personas con discapacidad, entre otros. El sexo y el género; la raza, etnia o religión; la edad o el estado de salud; el lugar de residencia o la situación económico-social; la degradación del ambiente y los flujos migratorios se constituyen como motivos de discriminación ante los cuales esas personas resultan desfavorecidas en el acceso al agua potable. Por eso la meta es no dejar a nadie atrás.

Soluciones locales para un problema global

Antonella Vagliente se preocupó por el agua desde su infancia en Córdoba. Rápidamente se convirtió en una referente del tema a nivel nacional e internacional. La experiencia le permitió hacer un diagnóstico sobre las soluciones que se proponían. “Había becas para estudiar, o concursos para ganar un grant para determinado proyecto. Brindar sólo conocimiento y asesoramiento técnico es un apoyo parcial. Otorgar financiamiento ayuda mucho, pero también es un apoyo incompleto. Hacía falta oportunidades para que los jóvenes pudiesen implementar las soluciones de agua para beneficiar a sus comunidades”, cuenta a RED/ACCIÓN desde Bruselas, Bélgica, donde vive.  

Junto con otros 15 jóvenes profesionales de distintos países, creó en 2015 Young Water Solutions. La organización ofrece un fellowship, es decir un paquete de apoyo con capacitación, mentoreo y financiamiento dirigido a jóvenes de entre 18 y 30 años de países en desarrollo que emprendan socialmente en soluciones de agua y saneamiento. “Por falta de experiencia o de herramientas suficientes, se ha dejado atrás a los jóvenes, se los ha excluido de un montón de grupos”, explica Vagliente.

La mitad de los beneficiarios del programa proceden de las comunidades que sufren la problemática de acceso al agua. ¿El motivo? “Hay una constancia en la falta de mantenimiento. Muchos proyectos de agua que se hicieron hace décadas o años, no cuentan luego con una estrategia de conservación. Algunas organizaciones proveen sistemas de agua y luego se van, dejando a millones de comunidades con un sistema que está roto”, explica la joven argentina.

En ese “No dejar a nadie atrás”, Vagliente destaca que las mujeres son uno de los grupos más vulnerables. Según el Informe Mundial de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos 2019 presentado esta semana por la Organización de ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), en 25 países del África Subsahariana las mujeres pasan por lo menos 16 millones de horas al día acarreando agua, mientras que los hombres pasan seis millones de horas y los niños cuatro millones de horas en la misma tarea. En esa región se encuentra Kenia, un país del que procede una de las fellows: Elizabeth Ntukai. Como mujer miembro de la tribu Masai, madre de tres hijos y con estudios secundarios, a sus 25 años desarrolló un proyecto pensado para beneficiar a otras mujeres: Maji Mamas, un emprendimiento social que emplea a mujeres de la comunidad para hacer bloques -simil ladrillos de adobe- con técnica tradicional y fabricar tanques de recolección de agua de lluvia y letrinas de pozo. Vagliente ha observado la brecha de género en la problemática del agua desde sus inicios en Argentina con la iniciativa que co-fundó SedCero, que hoy beneficia a 8000 personas en el Gran Chaco Americano. La historia de Elizabeth es para ella representativa de la situación en la cual nos encontramos aún hoy en 2019: “Sólo a partir de empezar a trabajar con su empresa, sólo ahí, Elizabeth empezó a ser respetada por la comunidad”.

La primera convocatoria al fellowship de la organización, recibió 800 aplicaciones de 95 países. Como Elizabeth, los otros 19  jóvenes de África, América Latina, Asia y Europa que ya se vieron beneficiados con el programa, recibieron capacitación en Europa y cinco mil euros de capital semilla. Sus iniciativas son de lo más diversas: cisternas con botellas plásticas de descarte, filtros de agua con distintos diseños y utilidades, baños públicos, sistemas de agua por bombeo solar o humedad del aire, entre otros. Con el reciente apoyo del gobierno de Suiza, la iniciativa va por más. “No se trata sólo de ideas, sino de poder transformar esos emprendimientos en empresas sociales, en modelos de negocio que tengan un impacto positivo”.  

El caso de Ciudad del Cabo y su “Día Cero”

Los títulos de un futuro apocalíptico parecían encontrar su correlato real durante el año pasado en Ciudad del Cabo. El “Día Cero”, el 4 de junio de 2018, estaba por llegar. La histórica sequía y la escasez de agua, las dificultades en la gestión pública y la urbanización sin control obligaban a la ciudad a tomar la drástica decisión de cerrar sus canillas. Cada habitante pasaría a depender de la recolección de 25 litros de agua por día. ¿Era mucho o poco? Una descarga del inodoro utiliza nueve litros de agua. Una ducha de cinco minutos emplea 100.

El conjunto de medidas implementadas para evitar esa situación tuvo su efecto positivo y continúa. Vivir con no más de 50 litros de agua por día, bañarse menos seguido o con un balde, no lavarse el pelo, no lavar el auto, no tirar la cadena en cada oportunidad. Empresas que invirtieron en tecnologías alternativas como tratamiento de aguas residuales o desalinización. Tarifas más elevadas y menor presión de agua, desde la ciudad. Todo ello permitió que no llegase el “Día Cero” o que, al menos, se prolongue un tiempo más. “El mayor contribuyente al ahorro de agua fue un cambio de comportamiento desde los residentes individuales a las grandes empresas”, cuenta Bianca Capazorio, portavoz de Beverley Schafer, ministra de Oportunidades Económicas en el Cabo Occidental, provincia cuya capital es Ciudad del Cabo. “Se logró reducir a la mitad el consumo de agua pasando de 1200 millones de litros por día en 2015 a alrededor de 511 millones de litros en el punto más alto de la crisis de sequía”, agrega.

Desde Sudáfrica, Capozorio explica que la crisis del agua tuvo un impacto negativo en actividades económicas tan importantes como el turismo, pero también generó iniciativas comunitarias: “Una estación de radio local, SmileFM, inició la campaña Water Warriors para animar a los residentes a ahorrar el agua”. La joven vocera es consciente de la realidad actual: “La gente se ha adaptado a usar menos agua y, aunque los niveles de las represas de la ciudad han mejorado, el uso del agua sigue siendo menor y no ha regresado a los niveles anteriores a la sequía. La gente es consciente de que lo peor aún no está detrás de nosotros”.

Capozorio reflexiona sobre la problemática y el aprendizaje que deja para todo el mundo: “El agua es vital para la supervivencia. La sequía en la provincia ha demostrado el tipo de impacto que la falta de agua puede tener en las personas, las comunidades, la economía, la creación de empleos y la agricultura. El impacto de la escasez de agua en esta región ha sido masivo y, como tal, un tema como ‘No dejar a nadie atrás’ es particularmente importante”.

La realidad argentina

Siete millones de personas no tienen acceso a agua segura en Argentina. Un millón de ellas pertenecen a poblaciones rurales. Las cifras condicen con los datos globales de ONU: el 80% de las personas del mundo que tienen que usar fuentes de agua no seguras o no protegidas vive en zonas rurales.

Tras años de impulsar el Movimiento Agua y Juventud, el director ejecutivo del Capítulo Argentino del Club de Roma, Gonzalo del Castillo promueve proyectos en el que se entregan capacidades a los miembros de la comunidad para desarrollar soluciones  en escuelas rurales o centros comunitarios con tecnologías apropiadas, de bajo costo, que duren en el largo plazo.

Con financiamiento del sector privado, próximamente se llevarán soluciones a cuatro comunidades de Santiago del Estero y Salta, que incluyen obras de aljibes, filtros de agua y sistemas de bombeo manual. “El Plan Nacional de Agua -que busca garantizar el derecho al agua potable y al saneamiento- es prometedor, pero está dirigido a áreas urbanas y periurbanas; deja atrás a un millón de personas de comunidades rurales”, explica del Castillo. Para él, el gran desafío en la Argentina es la visibilización: “Hay que visibilizar a ese millón de personas para que la sociedad tome conciencia. Por eso trabajamos para llegar allí donde el Estado no llega”.

El joven médico Nicolás Wertheimer coincide con el diagnóstico: “El principal problema del acceso al agua en la Argentina es que justamente no se sabe mucho sobre él”. Tras años de ver los impactos de las deficiencias en el acceso a un agua no segura en la salud de sus pequeños pacientes, decidió dejar el trabajo en hospital y crear su propia empresa social. En una labor articulada con el sector público y privado, desde 2015, Agua Segura acerca soluciones concretas a escuelas rurales, periurbanas y urbanas, centros comunitarios y hogares. Las soluciones van desde el empleo de tecnología, con sistemas de filtración, recolección de agua de lluvia y protección de vertientes; hasta la promoción de la educación como una herramienta para el cambio con información sobre el empleo de las soluciones, los hábitos saludables para prevenir enfermedades y la comprensión sobre el ciclo del agua.

“Desde que empecé con Agua Segura, noté que hay más actores trabajando en la temática y es más fuerte su presencia en la agenda del sector público. Pero aún el principal desafío en el país es la diversidad de fuentes de agua y la dispersión de las distintas localidades, donde hace muy complejo abastecer a comunidades por su falta de organización territorial”, analiza Wertheimer.  

Involucrarse más allá de cerrar la canilla

Los referentes consultados coinciden en que cada individuo puede aportar a la temática de múltiples formas. “Contacten a las organizaciones de sus países que estén trabajando en proyectos de agua y pregúntenles qué necesitan”, aconseja Vagliante y describe: “Se puede contribuir donando tiempo o aportando dinero para apoyarlas financieramente”.

La joven argentina agrega una recomendación: “Cada producto tiene una huella hídrica detrás, una cantidad de agua que se utiliza a lo largo de todo el proceso de producción. Presten atención a eso. Como consumidores, tiene mucho poder a la hora de elegir qué comprar”.

Para del Castillo, el cambio es más profundo: “El simple hecho de tener conciencia sobre la importancia del agua en tanto fundamento de vida hará que estén predispuestos a no usar el agua en exceso. Es un cambio que tiene que ir más allá de una fecha en particular”.