Activismo gordo: cuando hacés de tu cuerpo una bandera de lucha- RED/ACCIÓN

Activismo gordo: cuando hacés de tu cuerpo una bandera de lucha

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

Laura, Lux y Lucio sufrieron situaciones similares y disímiles por sus cuerpos gordos. A cada uno, en una etapa diferente de su vida y de diferentes maneras algo lo llevó a decir basta y pasar a la acción. ¿Cuáles fueron las respuestas que encontraron ante la mirada de condena o lástima que la sociedad ponía sobre sus cuerpos?

Activismo gordo: cuando hacés de tu cuerpo una bandera de lucha

Ilustración: Pablo Domrose

Desde que tiene uso de la razón, el peso era un problema para las mujeres de la familia de Laura Contrera. En su adolescencia en la Matanza, donde nació, se sintió excluida de muchas situaciones sociales por ser gorda. Ahora, aunque asegura que es una experiencia típica, mira fotos de esa época, donde la hicieron sentir mal y piensa: “Ni siquiera era gorda”. 

Lux Moreno es porteña, exfederada en natación. Nada desde los 8 años. Un día, en 2014, se inscribió en una pileta. Cuando llegó, ataviada con malla, antiparras, gorro y toallón, saludó al profesor a cargo que, apenas la miró la mandó al andarivel donde practicaban los principiantes. Al bullying de sus pares y familiares, se sumaban los prejuicios respecto a la patologización del cuerpo gordo: que no es sano, que no se ejercita, que no es ágil. 

Cuando tenía 12 años Lucio Buompede pesaba 120 kilos. Oriundo de Benavídez, al norte del Gran Buenos Aires, creció con vocación de servicio, de ayudar a los demás, y se convirtió en bombero voluntario. Estuvo en el cuartel 35 años. Por su peso vio reducida su tarea a hacer guardias. No era algo que sus compañeros le pidieran, era algo que decidía él: “Cuando sonaba la alarma elegía quedarme en vez de salir a la acción. No podía correr. No me podía agachar. No podía ayudar a mis compañeros. Me consideré inútil a todo servicio”. 

Laura, Lux y Lucio sufrieron situaciones similares y disímiles respecto a sus cuerpos gordos.  A cada uno, en una etapa diferente de su vida y de diversas maneras algo los llevó a decir basta. A pasar a la acción y dejar de permear la mirada de condena o lástima que la sociedad tiraba sobre ellas, sobre él.    

Pensar acciones para discutir los parámetros estéticos

El click que llevó a decir basta a Laura Contrera y a transformar las situaciones de discriminación que había sufrido en su vida en bandera de lucha lo hizo cuando advirtió que pese a sus años de activismo acumulados, en el feminismo y en el colectivo LGTB, pese a su empoderamiento, que le dijeran gorda era algo que “vivía como un insulto. Y no había ahí ni teoría ni militancia que bastara”.

Laura Contrera

Entonces pensó: “Por qué me las tengo que arreglar solas con esto que siento?, ¿por qué no hay herramientas colectivas para pensarnos?”. En ese momento comenzó a buscar. Y encontró el activismo gordo, un movimiento que estaba instalado en países como Inglaterra y Estados Unidos desde la década del 70 pero era todavía inexistente en la Argentina. Un movimiento del que Contrera (42) se transformaría en referente.

“Cuando empecé a investigar sobre gordura. Hace diez años, yo no conocía a nadie en la Argentina que hiciera activismo gordo, era un movimiento que crecía en el mundo angloparlante, así que los materiales estaban disponibles en inglés y había toda una serie de escritos y posiciones que acá no habían llegado. Yo activo en el feminismo y en el movimiento LGTB desde mi juventud y me empezó a preocupar lo poco que tenía para decir el feminismo sobre la gordura de forma específica. Porque en los 80 y los 90 trabajó mucho sobre la imagen corporal, la opresión estética, pero era una mirada muy limitada. En cambio el activismo gordo se preocupaba específicamente por la opresión que sufren las personas gordas en la sociedad”, dice Contrera, que es profesora de Filosofía, abogada y coautora del libro Cuerpos sin patrones (Madreselva), que fue el primero del país en recuperar textos de activistas gordos locales y de afuera.  

El coautor de este material es Nicolás Cuello, activista, investigador de Conicet y amigo de Laura. Juntos fundaron en 2015 el taller “Hacer la vista gorda”, una propuesta que buscaba difundir este activismo. Cuando lo idearon se plantearon ocho encuentros mensuales para leer y encontrarse con otras personas. Pero lo que inició como un espacio de formación devino en grupo de intervención política. Se reúnen hasta el día de hoy para pensar acciones que incidan en la sociedad y sus parámetros estéticos de cuerpos flacos.  

Taller de activismo gordo en el Encuentro Plurinacional de Mujeres. Foto: gentileza Laura Contrera

“Algo que sabíamos desde el principio era que no queríamos ser un grupo de autoayuda. La experiencia personal sirve, todas las personas que sufrimos discriminación, violencia y patologización respecto de nuestra gordura tenemos un historial similar de experiencia, pero lo que queríamos hacer no era solo compartirla sino tomarla como base y a raíz de eso formar activistas. Teorizar sobre lo que sentimos y buscar estrategias para intervenir, tratar de incidir en la realidad política y en los espacios por los que nos movemos. La experiencia está bien pero hay que politizarla porque por sí sola no te da nada”, asegura Contrera. 

Por eso, una de las propuestas que nació en ese grupo fue organizar el primer taller de activismo gordo en el Encuentro (entonces Nacional hoy Plurinacional) de Mujeres en Resistencia hace tres años. Tuvo tanto éxito que, desde entonces, la actividad ya forma parte de la programación del evento. 

¿Qué dejaste de hacer porque vestirte era un problema?

"También nos podemos vestir a la moda, arreglarnos y ser saludables"

Referentes como la modelo estadounidense Ashley Graham pusieron en las pasarelas y en las tapas de revistas prestigiosas de alta costura y en las pantallas, la moda de talles grandes. Los cuerpos carnosos y de curvas anchas plantaron bandera en la cultura de masas.

En la Argentina, la activista y modelo Brenda Mato también se convirtió en símbolo tras protagonizar diversas campañas y pedir públicamente la implementación de una la Ley Nacional de Talles. Mientras ese huracán empezaba a sacudir estigmas, Lux Moreno hacía su propia deconstrucción.

La gordura afectaba la vida cotidiana de Lux desde joven, y ella respondía a los prejuicios y a la discriminación ocultándose debajo de ropa ancha y holgada. Tapaba su cuerpo. Lo escondía para que no lo notaran. 

Por el año 2013, cuando tenía 26, una amiga le pasó blogs de activistas fatfashionistas, es decir, gordas devotas de la moda y referencias sobre el activismo gordo. Y ella, comprendió: “Venía de una serie de derroteros en el ámbito médico donde todo apuntaba a que mi peso era la razón de mis malestares, y no era así. Esos blogs me permitieron empezar a dilucidar que había otros estereotipos, otros estándares, y que las personas gordas también nos podíamos vestir a la moda, arreglarnos y ser saludables, y que eso no tenía nada que ver con nuestras corporalidades”, dice.

“El click de ver que mi cuerpo no era lo que estaba mal si no la mirada construida socialmente, lo pude hacer cuando empecé a ver que había otros repertorios culturales de activistas gordos, gordas, gordes, en el mundo, que me generaron un horizonte de potencia que era totalmente distinto, donde podía pensar el cuerpo desde otras coordenadas que no eran necesariamente las de las jerarquías hegemónicas”, agrega Lux.

Lux es profesora de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires. Su activismo gordo y por la diversidad corporal se aglutinó en 2018 en Gorda vanidosa. Sobre la gordura en la era del espectáculo (Ariel), un ensayo que parte de su propia experiencia personal para construir teoría y dejar en carne viva los mecanismos de discriminación que se escudan en discursos de salud para levantar un muro frente a los cuerpos que no encajan en los paradigmas de belleza convencionales.     

“El libro fue una propuesta editorial en la que me pedían que hablara en primera persona. Entonces, dije: qué mejor que contar mi historia que es una historia que tiene que ver con el bullying, con desoír al cuerpo para poder seguir algunas normas. Y lo que empezó a pasar fue que comencé a construir, desde el relato personal, teoría. Esa era mi máxima preocupación: cómo hacer teoría a partir de una militancia que llega a la Argentina en 2011, y todavía no tiene la suficiente masificación. Y al mismo tiempo ver cómo pensamos los procesos de masificación de estas consignas que tienen que ver con leer el cuerpo desde alternativas no normativas, es decir, que buscan afirmar que todos los cuerpos diversos son visibles, vivibles y merecen respeto y justicia social”. 

Compartir la experiencia personal para ayudar a otros 

Lucio tiene 56 años. La gordura repercutió en la mayoría de las situaciones de su vida. No entraba en un auto; no entraba en los camiones de bomberos; no lo dejaban viajar en avión, le pedían que comprara dos butacas. Su primera mujer lo dejó. Un día, a sus 33 años, su jefe le preguntó si no quería acercarse a los grupos de autoayuda de ALCO (Asociación de Lucha Contra la Obesidad), del médico especializado en nutrición Alberto Cormillot. Y él aceptó. Ahí empezó un proceso de idas y vueltas, bajadas y subidas de peso que incluirían un pasaje por un programa televisivo con un título de subcampeón del certamen.  

“Entré a ALCO con 126 kilos y en tres meses llegué a 95. Pero como todo: llegué con un objetivo, lo logré y me fui en vez de continuar. Un tiempo después volví a pesar más de 170, 180 kilos. En el 2006 empecé en el programa 'Cuestión de peso' y volví a ALCO. Y en diez meses salí con un alta creyendo que estaba recuperado. En otros diez meses volví a pesar 200 kilos. Estaba postrado en una cama y no me podía mover, no podía salir a caminar. Un día me levanté y dije: ‘tengo que hacer algo por mí’. Y en 2011 me hice un bypass gástrico. Bajé 95 kilos y me mantengo. Pero tengo que seguir trabajando para no volver a recaer. Sigo yendo a ALCO, pido ayuda cuando ando mal, y también ayudo a otras personas dando testimonio”.

Eso, dice Lucio, es lo que lo mantiene en pie: “Seguir haciendo lo que me gusta, ayudar a la gente”.

El punto de vista de organizaciones como ALCO, están en el extremo opuesto de lo que pregona el activismo gordo. 

Moreno dice que “muchas de las terapias conductistas que usan son contraproducentes y terminan generando dispositivos de señalamientos sobre las personas que están ahí. Mientras el activismo gordo no significa terapias para personas que tienen problemas con su alimentación, sino que tiene que ver con reivindicar socialmente una serie de corporalidades que son señaladas como equívocas, abyectas, que tienen menor valor. Tiene que ver con cambiar las jerarquías sociales sobre los cuerpos”. 

Contrera coincide y explica que, desde el activismo gordo, repudian términos como sobrepeso, exceso u obesidad “porque son patologizantes, suponen que hay un peso que es normal y que las personas gordas estamos enfermas solo por el hecho de tener un peso considerado excesivo. Y la verdad es que las personas flacas también pueden estar enfermas y las personas gordas pueden estar sanas. Por eso hablamos de diversidad corporal, de género y sexual”.

Taller de activismo gordo en el Encuentro Plurinacional de Mujeres. Foto: gentileza Laura Contrera

Para que no haya dudas, la investigadora aclara que desde luego el problema no es con las personas que sufren y buscan en estas instituciones una solución. El activismo gordo no arremete contra el deseo de quienes piensan que así van a sentirse mejor, sino “contra quienes lucran con eso y ofrecen una solución que fracasa”.

La camiseta que este colectivo tiene puesta reza: “Ni dieta, ni ajuste, ni patología: resistencia gorda, deseo y autonomía”.