Begoña Gómez, cuestión de Estado - RED/ACCIÓN

Begoña Gómez, cuestión de Estado

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El conflicto entre Javier Milei y Pedro Sánchez, con las acusaciones a la primera dama española en el centro de la escena, produce una escalada diplomática en la que los dos líderes sacan rédito político, a pesar de los riesgos. Un caso de astucia política en el límite de la imprudencia.

Begoña Gómez, cuestión de Estado

Intervención: Marisol Echarri.

¡Buenos días! El conflicto entre Javier Milei y Pedro Sánchez, con las acusaciones a la primera dama española en el centro de la escena, produce una escalada diplomática en la que los dos líderes sacan rédito político, a pesar de los riesgos. Un caso de astucia política en el límite de la imprudencia.

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Intervención: Marisol Echarri.

Pelea. “Los jóvenes de hoy en día”. Así se llama el sketch memorable en el que Les Luthiers, jocosamente, se horrorizan de la vida disoluta de la juventud actual, tan distinta de la de antes. Algo parecido sucede esta semana con los analistas políticos que se escandalizan de que Javier Milei, el domingo pasado, en su discurso en un acto organizado por VOX en Madrid, haya tratado de corrupta a la primera dama española, Begoña Gómez. Y de las cosas que dijeron antes Sánchez y algunos de sus ministros sobre Milei. Como si el juego de la política no tuviera, desde siempre, al conflicto como insumo clave.

La cosa viene de lejos. En noviembre pasado, poco antes del ballotage, Pedro Sánchez rompió la regla que establece que los jefes de Estado no se meten en los procesos electorales de otros países, haciendo público su apoyo a Sergio Massa, candidato de “la tolerancia y el diálogo”. Hace pocos días, ya con Milei en la Rosada, el ministro español Óscar Puente, dijo, en referencia al presidente argentino, que “hay gente muy mala que, siendo ella misma, ha llegado a lo más alto”, y remató con una supuesta “ingesta de sustancias” de parte del libertario. Eso, entre otras lindezas. En el barrio a eso le llaman tirarle los bigotes al león.  

Dejando las pasiones aparte, el caso admite puntos de análisis que trascienden la superficie:

  • A quién le sirve el conflicto. A ambos, sin dudas. Milei busca pelearse con cualquiera a quien, con razón o sin ella, pueda identificar como casta. Cuánto más si le puede agregar el mote de “zurdo”. Sánchez es perfecto, además, porque su mujer está siendo acusada de tráfico de influencias por la oposición española. Póker de ases. Y el presidente del Gobierno español saca también su provecho: arrinconado por las acusaciones, ahora encuentra apoyos impensados del PP y de los independientes que piensan que Milei se pasó dos pueblos. El eje de discusión deja de ser la conducta de Begoña y pasa al exabrupto del libertario. Perfecto para un PSOE al que las encuestas se le muestran esquivas. 
  • A quién le incomoda el conflicto. A las empresas españolas y a la centro-derecha de ambos países que, forzados, tienen que salir a tomar partido por unos u otros. Mauricio Macri odia tener que ponerse del lado de Sánchez pero no tiene opción: debe distinguirse y parecer un estadista ecuánime y conciliador. El PP aborrece tener que defender a su peor adversario político, pero tampoco quiere avalar la afrenta. Las principales empresas españolas, sean cuales fueren las opiniones de sus directivos, tampoco pueden permanecer en silencio y enemistarse con Sánchez. Un incordio para todos menos para VOX, el PSOE y los libertarios que, en uno y otro lado del charco, disfrutan del circo.  
  • Cuáles son los riesgos. Si el conflicto sigue escalando, las cosas podrían salirse de madre. Si Milei no consigue los apoyos políticos que esperaba para la firma del Pacto de Mayo (y no los está consiguiendo), podría cometer el error de abusar de un independentismo antihispanista en su discurso. Sería boccato di cardinale para sus adversarios. Y los inversores —no solo los españoles— podrían alarmarse. Sánchez, por su lado, también corre riesgos: a esta altura, querría que la opinión pública española olvidara el Begoñagate y, en cambio, el tema cobra nuevos bríos gracias a Milei. Nunca se sabe dónde terminan las crisis.

Cada cual atiende su juego. Milei entretiene a su público y potencia su notoriedad internacional. Sánchez convierte el agravio a su mujer en cuestión de Estado y saca ventaja política de la situación incómoda en la que está desde hace semanas. Si Maquiavelo viera esto, estaría hiperventilando.

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Tres preguntas a Teodoro León Gross. Es profesor, escritor y periodista español. Ha sido firma de los tres grandes diarios españoles: El País, El Mundo, y ABC en la actualidad. Es profesor titular de Periodismo en la Universidad de Málaga, donde fue director de la cátedra Manuel Alcántara.

—¿Por qué el título de tu libro La muerte del periodismo?
—Cuando yo hablo de la muerte del periodismo, no hablo de que el ejercicio del periodismo esté muerto. Hay ejercicio del periodismo. Es más, precisamente los avances tecnológicos facilitan que hoy en muchos sentidos se puedan ver los mejores ejemplos de periodismo que hayamos visto nunca. Porque se maneja una cantidad de documentación que convierten algunos reportajes y algunos informes documentales en piezas de una trascendencia colosal. Se escribe muy bien, hay gente con una formación extraordinaria y hay periodistas de primerísima división. Lo que ha muerto es el periodismo, lo que representó en la democracia liberal de la segunda mitad del siglo XX, que probablemente es el momento en el que el periodismo alcanza su máxima expresión. El periodismo es una conquista evidente de la modernidad, de las sociedades democráticas, que a lo largo del siglo XIX experimenta una evolución muy convulsa, en algunos momentos dramática. Es un período, por otra parte, también muy convulso políticamente…

—En la segunda mitad del siglo XX el rol del periodismo como control del poder se volvió clave…
—Tras las Guerra Fría surge un hito evidente: la guerra de Vietnam y luego el caso Watergate. La prensa estadounidense asume la doctrina de oposición permanente. Es decir, el periódico asume que no es un poder, que es un contrapoder. Es el momento en el que esto alcanza su máxima expresión. Es verdad que hay quizás una pulsión excesiva en el periodismo. Después de haber volteado al presidente Nixon, parece que nadie va a ser un gran periodista si no termina volteando a un presidente, un ministro, al menos a un concejal. Tenés que tener como mínimo una muesca en la culata de tu máquina de escribir. Y ese es el periodismo que en España, a partir de la Transición, años 80 y 90, pero digamos en ese momento en el mundo, en ese último tercio del siglo XX, es cuando alcanza su expresión máxima. En ese momento el periodismo es un auténtico poder. Es decir, un político no empezaba el día hasta que no leía los periódicos. Y los leía con temblor en las manos y en las rodillas. Hasta que no descartaba verse en un titular, en una columna de opinión influyente, o en un editorial, no pasaba ese vértigo. Es entonces cuando el periódico, cuya potencia está basada en su modelo de negocio, entra en crisis.

—El político ya no teme al periodista pero todavía hay ejemplos de políticos que tienen que dejar el poder por algo que investigó el periodismo, ¿no?
—Sigue habiendo poder en el periodismo, pero un poder muy debilitado, y sigue habiendo renuncias cuando la fuerza de los hechos sencillamente hace insostenible permanecer en un cargo. Pero eso hoy funciona de una manera muy averiada porque esos periódicos de final del siglo XX, cinco o seis grandes cabeceras nacionales y luego sus reflejos regionales y locales, pero sobre todo esas cabeceras, generaban lo que podríamos llamar el relato informativo totalizador. Es decir, toda la sociedad compartía un relato informativo. Aunque El Mundo sacara una noticia incómoda para el Gobierno socialista, el votante socialista sabía lo que estaba publicando El Mundo. Aunque El País publicara una noticia incómoda para los dirigentes del PP, el votante de derecha sabía lo que estaba publicando El País. Y además, dentro de la misma presión y de la polarización o la confrontación que siempre ha existido, por supuesto, se sabía que eran cabeceras respetables. A los periódicos se les podría cabrear y llamarlos “El inmundo” y “El sindicato del crimen”. Pero se sabía que componían un relato unificador para toda la sociedad.

Las tres preguntas a Teodoro León Gross se tomaron de una entrevista reciente, hecha por Agustín Rivera, publicada originalmente en Zenda. Para acceder a la conversación completa, podés hacer click acá.

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Prudencia. Sun Tzu, estratega militar y filósofo de la antigua China, es famoso en todo el mundo por sus máximas rebosantes de sabiduría. Baltasar Gracián (1601-1658) es el Sun Tzu español. Este artículo de Francisco Pérez-Latre recopila algunos de sus aforismos más famosos, un compendio de pensamientos inteligentes, producto de la capacidad de observación y la inteligencia. Sólo un ejemplo: “Contar con buenos colaboradores. Algunos quieren que su extremada perspicacia domine sobre las limitaciones de sus colaboradores. Es una peligrosa satisfacción que merece un castigo fatal. La grandeza del superior nunca disminuyó por la competencia del subordinado”. 

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Academia. La traducción literal del título de este texto es “¿Cuándo la Argentina perdió su encanto?”, pero el mismo autor reconoce que se inspira en la famosa frase de Conversación en la catedral, la novela de Vargas Llosa: “¿Cuándo se jodió el Perú?”. El artículo documenta en qué momento pasamos de ser un país relativamente rico a uno relativamente pobre: la década de 1970. Y da detalles sobre cómo llegamos ahí. Se pregunta, además, si nuestra tendencia a gastar de más no se basará en la memoria de cuando éramos ricos y nuestras ansias igualitarias no se basarán en la situación puntual de la postguerra (1945). Quién sabe.

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Oportunidades laborales

¡Hasta el próximo miércoles!

Juan

Con apoyo de

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