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El diario del lunes

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Ya con los resultados de las elecciones generales en la mano, se hacen evidentes los aciertos y los errores de la narrativa de cada uno de los candidatos. Una oportunidad para los dos que siguen en carrera, y también para los que, desde afuera, deciden a quién apoyan.

El diario del lunes

Intervención: Marisol Echarri.

¡Buenos días! Ya con los resultados de las elecciones generales en la mano, se hacen evidentes los aciertos y los errores de la narrativa de cada uno de los candidatos. Una oportunidad para los dos que siguen en carrera, y también para los que, desde afuera, deciden a quién apoyan.
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Intervención: Marisol Echarri.

Elección. Quien diga que la campaña electoral está siendo chata y previsible mira otra película. En los últimos meses estuvimos a punto de darle por anticipado la banda y el bastón a Horacio Rodríguez Larreta, porque era número puesto; Juan Grabois juró que jamás votaría a Sergio Massa, y después lo apoyó; Martín Insaurralde se divorció por una ganga de Jessica Cirio y visitó las costas de Marbella con Sofía Clérici; Julio “Chocolate” Rigau nos ilustró sobre las ventajas de la bancarización; Carlos Melconian tuvo su minuto de gloria y después trascendieron audios —más tarde desmentidos— que lo dejaron mal parado; Javier Milei arrasó en las PASO, munido de una motosierra; y ahora, en las generales, Massa pica en punta y nadie sabe a quién irán los votos de Patricia Bullrich, Juan Schiaretti y Myriam Bregman. Final abierto.

“La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado”, dijo alguna vez el gran Winston Churchill. O sea, aún con sus imperfecciones, es el menos malo. No gobierna el más inteligente, ni el más honesto, ni el que más sabe cómo resolver los problemas de un país. Gobierna el que gana una elección: el que diseña una mejor estrategia de campaña y la ejecuta con más disciplina, el que elige con más pericia a sus adversarios, el que se muestra más sólido ante los ataques, el que mejor propone un futuro posible, el que juega con más habilidad con los miedos de la gente, el que teje mejores alianzas, el que sabe cómo cuidar los votos en las urnas. El que combina todo eso. El más hábil, el más zorro. Y el que tiene más suerte.

No fue magia. Los resultados, hasta ahora, son los que son porque cada candidato hizo lo que hizo:

  • Sergio Massa. Representante del peronismo unido, maneja tres mensajes claros —si son verdad o no es otra historia—: no formo parte de este Gobierno, estamos mal pero sin mí estaríamos mucho peor, Milei y Bullrich te van a sacar lo que tenés (y el boleto del tren se va a 1.100 pesos). Solvente en los debates, imperturbable ante “Chocolate” y el Marbellagate. Lejos de los silenciosos Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Un profesional de la política, ahora convocando a construir más que a destruir y a formar un “gobierno de unidad nacional”: canto de sirena para los radicales heridos y las palomas del PRO.
  • Javier Milei. Representante de la oposición dividida, se afirma en un único eje de campaña: la casta corrupta o yo. No hay nada en el medio. Los demás mensajes aparecen, duran unos días, y se apagan (o se niegan): libre portación de armas, venta de órganos, cierre del CONICET, dolarización, cierre del Banco Central, Barrionuevo, alineamiento con Estados Unidos e Israel, ruptura de relaciones con el Vaticano, posibilidad de renunciar a la paternidad. Buen catalizador de la bronca, gran generador de títulos, inconsistencia. Y ahora, el desafío de seducir a quienes agredió.
  • Patricia Bullrich. Como Milei, también representante de la oposición dividida. Antes de las PASO, sólida y contundente, representando el cambio frente a un Rodríguez Larreta más lavado y componedor. Después, descolocada ante un Milei triunfante, buscando un concepto que la distinguiera en la incómoda avenida del medio, donde no quería estar. Cambio, no como Massa. Con orden, no como Milei. “Un país ordenado”, terminó siendo, sin tanta mística. Luego, algún mensaje errático y la incorporación de Melconian. Y las caravanas y un Macri ambiguo y un Larreta incorporado tarde. Falta de dirección o falta de disciplina. O las dos cosas. Y ahora, el desafío de apoyar el cambio con el riesgo de que el radicalismo huya a otras playas.
  • Juan Schiaretti. Un milagro de la política: de ser un candidato testimonial a cosechar casi siete puntos en la elección. De la irrelevancia a ser un jugador clave. Dos mensajes: soy el único candidato federal y voy a hacer en el país lo que hice en Córdoba. De ahí brotó un manantial de memes, a los que se plegó con gusto. Ya con el resultado de la elección en la mano, felicitación a Milei, a quien prácticamente no había criticado. Apoyo al León, por ahora implícito: coherencia en su antikirchnerismo cordobés.
  • Myriam Bregman. Sin nada que perder, estuvo suelta y locuaz en los debates y consistente hasta el aburrimiento en sus mensajes de izquierda. Pasó la campaña sin penas ni gloria, excepto por su posición contra el Estado de Israel, en pleno conflicto con el terrorismo de Hamás, lo que le valió el mote de antisemita. Le habla a su nicho, que ya piensa como ella, sin más expectativas que lograr que un puñado de diputados de izquierda esté en el Congreso. En la disyuntiva Massa-Milei, voto cantado: está en las antípodas del libertario.

Falta casi un mes todavía y todo puede pasar. La campaña es una maratón y gana el que mejor se entrena, el que sabe guardar el aire para sprint final, el que comete menos errores. O el que más rápido rectifica cuando se equivoca.

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Tres preguntas a María Ressa. Es una periodista filipina, experta en redes y desinformación. Fue galardonada en 2021 con el Premio Nobel de la Paz por su trabajo a favor de la libertad de expresión a través de su medio, Rappler, durante el Gobierno de Rodrigo Duterte, lo que le supuso varias amenazas de arresto.

—Hay muchas clases de dictadores, pero mencionaste a personas como Mark Zuckerberg en tu último libro (Cómo luchas contra un dictador). ¿Cómo se identifica a un dictador?
—Un dictador es alguien que domina y que te quita las libertades. Un dictador es un matón que impone su voluntad. Pensá en algo: ¿tenemos mujeres dictadoras? ¿Se te ocurre alguna? A mí no. Podría equivocarme. Pero estos dictadores absorben el aire. Los autoritarios modernos lo que hacen es hacerte creer que las mentiras son hechos. Cambian tu forma de pensar. Esto se parece mucho más a Aldous Huxley y Un mundo feliz. Y así nos convertimos en ovejas llevadas al matadero, porque toman nuestro libre albedrío. Esto es lo que pasa con las redes sociales. Esencialmente, sos insidiosamente manipulado hasta el punto de que perdés el libre albedrío sin siquiera reconocer que lo has perdido. ¿No es así? Eso es lo que la guerra de la información en las redes sociales puede lograr. Cuando escribí el libro pensé que el título era una exageración, una hipérbole, porque Duterte no se quedó en el poder tanto tiempo.

—¿Pero necesita un dictador permanecer por mucho tiempo para impactar por generaciones a una sociedad?
—El punto para mí era que sentía que estábamos luchando contra la impunidad. La impunidad es la clave. Conduce a una reorganización. Rusia sigue escapando y cada vez es peor. En nuestro caso, comencé con esta lucha en 2016. Obtuve datos de los medios sociales porque Rappler era esencialmente un socio alfa de Facebook. Conocíamos Filipinas mejor que ellos y les decíamos lo que estaba pasando. No creo que lo entendieran, ni creyeran necesario hacerlo. Para entonces yo no entendía cómo funcionaban las campañas de desinformación. No entendía la guerra de la información y lo que le hace a tu mente y a tus emociones; lo que hace a gran escala, porque el golpe real lo recibe el destinatario de esas acciones. Solo ese blanco, el agredido, ve todos los ataques. Y entonces lo que todos los demás ven es algo llamado el efecto bandwagon, o efecto carruaje. Ven trozos y empiezan a creerlo a través de la repetición. Es entonces cuando una mentira se convierte en un hecho. Las dos cosas que exigí para el fin de la impunidad fueron: la guerra contra las drogas de Rodrigo Duterte, es decir, los asesinatos extrajudiciales; y lo segundo fue Facebook, de Mark Zuckerberg. Si lo pensás, ¿quién es más poderoso?

—Sin duda, Zuckerberg...
—Lo que mi nación está viviendo, lo que cada nación está viviendo, está completamente en el poder de Mark Zuckerberg. Él es un dictador y ha elegido repetidamente el beneficio sobre la seguridad. Ha elegido el beneficio sobre la esfera pública. Este hombre no fue elegido. Él determina lo que es nuestra realidad compartida. Eso es increíble. Y eso es parte de la razón por la que también siento que los Gobiernos democráticos han abdicado de su responsabilidad. Porque no es solo la tecnología la que renunció a la responsabilidad de protegernos. Están recibiendo mucho dinero por ello. Este es el modelo de negocio llamado capitalismo de vigilancia. Ni siquiera había un nombre para él hasta 2019, cuando Shoshana Zuboff escribió Capitalismo de vigilancia.

Las tres preguntas a María Ressa son parte de la entrevista hecha en colaboración entre el diario El Tiempo y la revista Ethic. Para acceder a la conversación completa podés hacer click acá.

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Disney. La compañía fundada por el mítico Walt Disney cumple un siglo. Este artículo publicado en The Conversation repasa la historia de la marca desde los comienzos, el desafío que significó seguir creciendo a partir de la muerte de su fundador, y la etapa de diversificación de su negocio, que ahora abarca los parques temáticos, el cine, la televisión, las plataformas de streaming, el amplio mundo del merchandising y un inabarcable etcétera. Un pulpo que no para de crecer, interpretando los cambios culturales propios de cada época, ahora también subido a la ola de la inteligencia artificial. Pasado, presente y futuro de una marca icónica.

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Academia. No hay manera perfecta de comunicar. Todo depende del contexto. Este artículo de Deborah Tannen publicado en la Harvard Business Review, ya comentado antes, recoge un estudio llevado a cabo por la autora en el que analiza los distintos niveles de eficacia de la comunicación dentro de las organizaciones, según se tengan en cuenta o no las variables demográficas (edad, género, etnia, nivel organizacional, etc.) de las audiencias. “Hablar es el elemento vital del trabajo gerencial, y comprender que diferentes personas tienen diferentes formas de decir lo que quieren decir hará posible aprovechar los talentos de personas con una amplia gama de estilos lingüísticos. A medida que el lugar de trabajo se vuelva culturalmente más diverso y los negocios se vuelvan más globales, los gerentes deberán mejorar aún más en la lectura de las interacciones y ser más flexibles para ajustar sus propios estilos a las personas con las que interactúan”, dice Tannen.

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Oportunidades laborales

Hasta acá llegamos esta semana. ¡Hasta el próximo miércoles!

Juan

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