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El último duelo

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El debate entre los candidatos presidenciales es una cosa, el efecto que produce en la audiencia es otra y la decisión final del voto, otra diferente. La moneda está en el aire y nadie sabe todavía cómo caerá.

El último duelo

Intervención: Marisol Echarri.

¡Buenos días! El debate entre los candidatos presidenciales es una cosa, el efecto que produce en la audiencia es otra y la decisión final del voto, otra diferente. La moneda está en el aire y nadie sabe todavía cómo caerá.

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Intervención: Marisol Echarri.

Debate. “Does anyone have any questions for my answers?”. Esa fue la famosa pregunta con que inició alguna vez el gran Henry Kissinger una conferencia de prensa. No importaba qué le preguntaran: él iba a responder lo que quisiera. Y es lo que se enseña en cualquier media training: pregunten lo que pregunten, después de una respuesta vaga y amable, se hace el puente a los dos o tres mensajes clave que se quiere comunicar. Claros y breves. Y se los repite una y otra vez. El resto es apoyo: datos, ejemplos, metáforas, comparaciones. Todo para hacer evidente —y en lo posible recordable— lo que se quiere decir. No es magia. Es preparación.

Sobre la performance de Sergio Massa y Javier Milei en el último debate de candidatos está casi todo dicho: que Massa es un profesional que se preparó durante 25 años mientras que Milei es un amateur indisciplinado que recién empieza. Que el ministro había estudiado cada palabra y cada gesto mientras el diputado dejaba espacio a la improvisación. Que uno adoptaba el rol de juez inquisidor y el otro no podía evitar estar a la defensiva. Que uno alardeaba de la información privada a la que había tenido acceso mientras que el otro dejaba pasar la oportunidad de incomodar a su adversario con lo que está a la luz. En fin, que Goliat tuvo su paseo triunfal y David, por alguna razón misteriosa, se quedó con la piedra en la honda, paralizado.

Pero “es más complejo”, dicen que dijo una vez Eurípides. La comunicación no es lo que actúan los emisores, sino lo que hacen los receptores con lo que ven y oyen. Y sobre eso, solo hay algunas pistas:

  • Votantes de Massa. Eufóricos, triunfantes. Temían que la inflación, la falta de nafta o Insaurralde se convirtieran en los temas dominantes, y nada de eso pasó. “La destrucción de Milei a manos de Massa ha sido total”, dijo Carlos Maslatón con la pasión del converso. Muestran esa rara mezcla de alivio, euforia y culpa que tiene el alumno mediocre que aprueba con 10 gracias a la suerte o la indolencia del profesor. Sin pérdida de votos, seguramente.
  • Votantes de Milei. Más cautos. Algo frustrados por la oportunidad perdida: decenas de memes ensayan cómo podría haber sido el “por sí o por no” si Milei se lo devolvía a Massa. Pero no lo hizo. También algo aliviados: bajo presión, mano a mano frente a un profesional, había riesgo de estallido emocional. Podría haber sido un desastre y no lo fue. Premio consuelo: la alusión a Pinocho y el recordatorio de que Massa estudió en una universidad privada y le tomó 20 años recibirse. Módico. Probablemente sin mayor pérdida de votos tampoco.
  • Blancos, indecisos o independientes. Estos son los que más importan. La primera lectura, la obvia: el experto Massa se impone al desmañado Milei. Quien buscaba mayor preparación se decanta por el ministro sin dudar. Pero hay algo misterioso en el voto: Massa, con su solidez arrogante, camina al borde del bullying. Si sabe sobre una pasantía de hace 20 años y una propiedad en Miami, es que lo sabe todo: es el Gran Hermano que acosa, aprieta, asfixia. Y genera desconfianza. Así, paradójicamente, buena parte de los ciudadanos independientes optan por el libertario, que —más gato que león— está inerme frente al Estado prepotente. Igual que ellos. 

La suerte no está echada todavía. En los pocos días que quedan, Milei hará lo posible por mostrarse sereno a la vez que su compañera de fórmula, la Thatcher criolla, sale a mostrar aplomo en los estudios de televisión. Massa, por su lado, redoblará su campaña del miedo con la esperanza de que, para los indecisos, resulte mejor malo conocido que loco por conocer. En cuatro días se conocerá al próximo presidente. Será el que haya logrado inspirar menos miedo o desconfianza. Que Dios nos ayude.

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Tres preguntas a George Lakoff. Es un profesor y escritor estadounidense, experto en lingüística cognitiva. Es profesor de Lingüística en la Universidad de California, Berkeley. Fue uno de los fundadores de la semántica generativa en los años 60, la lingüística cognitiva en los 70 y de la teoría neural del lenguaje durante los 80.

—¿De qué manera el lenguaje condiciona nuestra manera de pensar?
—Una de las cosas más obvias que uno aprende en las ciencias cognitivas es que no podemos pensar sin un cerebro. Esto, por obvio que sea, tiene un aspecto bastante profundo: la forma del cerebro estructura el modo en que entendemos el mundo. Y cualquier idea que usemos es parte de nuestro sistema conceptual y está físicamente representada en nuestro cerebro. Y eso importa mucho en política. La idea de que todos tenemos la misma racionalidad, que compartimos un sistema conceptual universal, es falsa. Hay ciertos universales en el pensamiento, pero también muchas diferencias en lo que llamamos framing o pensamiento metafórico. Un ejemplo de esto es que hay muchas metáforas para la moralidad. Decimos que es elevada, por ejemplo. O decimos que la moralidad es “ser bueno”, well being en inglés, que se parece mucho al patrimonio, el bien material. Por eso si nos hacen un favor, pensamos que “quedamos en deuda”. Y que hay que pagarla, como si se tratara de dinero. Y si nos perjudican, entendemos que tiene que haber una “restitución” o, si no es posible, al menos una “retribución”. Y si no, que yo puedo sacarle algo al otro, y eso es la revancha. Es una especie de aritmética moral, en la que hacerle daño a alguien es equivalente a sacarle algo bueno. Y así funcionan las metáforas, y tienen un efecto en nuestras palabras y también en nuestro modo de pensar.

—¿Cómo influye en nuestra manera de pensar el frame, la estructura mental?
—Otro aspecto importante de nuestra manera de pensar es lo que llamo framing. Es lo más simple y obvio en nuestra vida diaria. Si te dicen “taza”, entendemos un recipiente para líquidos del que se puede beber. Tenemos una estructura mental, un frame para eso. Si te digo que no pienses en una taza, no puedo evitar que preserves el frame, el concepto. En política pasa algo interesante. Tomemos el ejemplo de la baja de impuestos. El día que asumió George W. Bush salió un comunicado de prensa sobre exención de impuestos (en inglés tax relief), que se comentó en todos los medios por varios días. Relief es alivio. ¿Qué tipo de estructura mental evoca? Para que haya un alivio tiene que haber un peso, alguien que está siendo dañado por alguien. Y un aliviador, que es quien cumple el rol de héroe. Y si alguien intenta frenarlo, es una mala persona porque está tratando de parar al héroe que está produciendo el alivio. La metáfora es que los impuestos son un daño. Por eso si escuchamos varias veces tax relief, eso se va convirtiendo en parte de tu cerebro físico, hasta que hace sinapsis ahí. Y cuando eso sucede, se convierte en sentido común. El que le pone un nombre a un concepto, gana la batalla: cuando se lo usa, no importa si uno está a favor o en contra de ese concepto, el nombre ya trae las connotaciones positivas o negativas que sean.

—¿Cómo se relaciona ese frame lingüístico con el mental?
—El frame o estructura mental que se enuncia con palabras es superficial y depende de uno más profundo, que tiene que ver con la manera en la que entendemos el mundo. Trato este tema en mi libro Moral Politics. En 1992, yo estaba viendo la convención del Partido Republicano y quería ver el discurso de Dan Quirrell porque había sido escrito por William Krystol. Me sentí avergonzado porque no podía entenderlo, porque soy profesor de Semántica. Entendía las palabras y las frases, pero no cómo se enganchaban entre sí. Y todos los demás parecían entenderlo, y aplaudían. Había un argumento en contra del impuesto a las ganancias progresivo que decía: “¿Por qué tienen que ser castigadas las mejores personas?”. En 1994 me sentí de nuevo avergonzado cuando leí “Contrato con América” porque no podía entender la categoría “conservador”. No podía entender cómo alguien que está en contra del aborto podía estar a favor del impuesto fijo para todo el mundo y a la vez en contra de las regulaciones ambientales y a la vez a favor de la portación de armas. Y así con otros temas… Entonces yo, que tengo la visión opuesta sobre cada uno de esos temas, me pregunté qué unía mis propias creencias, y ahí me sentí de verdad avergonzado, porque no tenía ni idea. Eso fue el comienzo de una investigación que me permitió entender qué nos hace pensar como pensamos.

Las tres preguntas a George Lakoff se tomaron de la conferencia que dio en la Universidad de California en 2008. Para acceder a la presentación completa podés hacer click acá.

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Debate. En los Estados Unidos, donde lo que no se mide no existe, los expertos en comunicación política llegaron a la conclusión de que el efecto de los debates entre candidatos en la decisión del voto es bastante relevante en las primarias, y casi nada cuando se enfrentan políticos de distintos partidos. También que el lenguaje gestual importa más de lo que parece. Y que el primer debate importa más que el segundo en términos de adquisición de información por parte de la audiencia. Este artículo releva parte de esta información recolectada por los especialistas y pone a disposición del lector varios artículos científicos, basados en mediciones, sobre el tema. Para opinar con fundamento.

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Academia. Hay abundante literatura científica sobre los debates presidenciales. Buena parte de las investigaciones se han centrado en los efectos directos de los debates en los espectadores. Este artículo amplía el estudio al contexto en que se producen los debates y a la comunicación posterior entre ciudadanos a partir de lo que vieron y oyeron en los debates. Sobre la base de evidencia mensurable, el artículo confirma que, mayoritariamente, ver el debate conduce a un refuerzo partidista y que estos efectos del debate están mediados en parte por la conversación política posterior al debate. Casi nada de cambio de opinión entre los convencidos, y pequeñas sutilezas que mueven el voto de un lugar al otro entre los indecisos e independientes.

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Oportunidades laborales

Hasta acá llegamos esta semana. ¡Hasta el próximo miércoles!

Juan

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