Grupos terapéuticos barriales: una solución para trabajar el consumo de drogas en comunidad - RED/ACCIÓN

Grupos terapéuticos barriales: una solución para trabajar el consumo de drogas en comunidad

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

En dos barrios de San Miguel de Tucumán funcionan estos dispositivos creados por psicólogos y apoyados por el Gobierno provincial, que proponen un abordaje integral y basado en las necesidades específicas de cada persona con consumos problemáticos. El acompañamiento conjunto de profesionales de la salud mental y vecinos es la clave del modelo, por el que ya pasaron más de cien jóvenes, muchos de los cuales pudieron mejorar significativamente su situación y sus proyectos de vida.

Grupos terapéuticos barriales: una solución para trabajar el consumo de drogas en comunidad

Doña Cipri conoce bien las consecuencias que puede tener la droga en una familia. Hace una década, angustiada por sus dos hijos “en consumo”, como se dice en los barrios de San Miguel de Tucumán se unió al grupo terapéutico barrial Ganas de Vivir. Para entender, para tratar de ayudar a sus hijos, a otros jóvenes y a madres. Este grupo nació en 2013 por la acción de los psicólogos Emilio Mustafá y Martín Vizcarra, y de madres y jóvenes de La Costanera, un barrio de la capital de Tucumán. Doña Cipri, aunque todavía vive con la angustia del consumo en su familia , piensa con cariño en los chicos a los que les enseñó a cocinar, en las parejas que se formaron y en los que lograron y están logrando recuperarse de la drogadicción en el barrio en el que vivió siempre.

En la provincia de Tucumán funcionan dos grupos terapéuticos barriales que  abordan el consumo y la adicción desde la perspectiva de la psicología social, una corriente que trata a las personas en sus condiciones concretas de existencia, es decir, inmersas en su contexto específico. “Tenemos tres formas de intervención porque entendemos a las adicciones como enfermedad de un sujeto bio-psico-social”, explica Mustafá. Si bien contemplan las cuestiones biológicas básicas del sujeto, como alimentación, y el nivel individual de la persona;  su clave de acción es la comunidad, lo social, lo grupal. 

Por eso, el grupo del barrio La Costanera es un dispositivo de salud mental comunitaria que lleva adelante un comedor, además de reuniones en conjunto para hablar de distintos temas y algunos talleres, todos con el objetivo de ser espacios de salud mental. La premisa es que quienes se acerquen buscando ayuda sientan que ahí siempre habrá un sitio de contención por parte de los profesionales y, sobre todo, de los demás integrantes. En sus diez años de actividad, más de cien jóvenes han pasado por este grupo. De ellos, 16 dejaron definitivamente el consumo, mientras que muchos otros pudieron encontrar trabajo, generar proyectos de vida y mejorar significativamente su situación frente al consumo.

El trabajo de los psicólogos comenzó bajo los árboles del barrio en donde encontraban sombra, atendiendo en el patio de alguna vecina que prestaba su casa y desde que empezaron, hasta ahora, han habido tres camadas de jóvenes diferentes en el grupo. La actual tiene 18 integrantes. 

Además del que hay en La Costanera, en Tucumán existe otro grupo: Con Esperanza Nos Fortalecemos, en Los Vázquez, un barrio pequeño ubicado —al igual que La Costanera— entre la autopista Avenida Circunvalación y el río Salí, a pocos minutos del microcentro tucumano en el departamento capital de la provincia. Este grupo nació entre el 2014 y 2015 y, hoy, está formado por unas cincuenta personas del barrio. Aunque es posterior a Ganas de Vivir y tiene especificidades diferentes, Mustafá siguió el modelo que había desarrollado en La Costanera para crearlo.  

Preparativos del comedor nocturno del grupo terapéutico barrial Ganas de Vivir que desde hace un año y medio se hace en el CEPLA La Costanera. El comedor es nocturno porque es el horario más conveniente para que se acerquen las personas en consumo. (Imagen: gentileza del grupo terapéutico barrial Ganas de Vivir)

Ganas de Vivir: cómo nació el primer modelo de grupo terapéutico barrial

Mustafá y Vizcarra llegaron a La Costanera entre los años 2012 y 2013. Fueron convocados por el Ministerio de Desarrollo Social que tiene a su cargo la Secretaría de Políticas Integrales de Adicciones de la provincia. 

“Íbamos a las esquinas o a los basurales en el margen del río —el Salí—, que es donde los chicos se reunían para consumir, les decíamos que trabajábamos en salud y les preguntábamos qué necesitaban, no por qué consumían”, cuenta Mustafá. Debían ganar primero la confianza de las personas del barrio para poder trabajar ahí. Así, a comienzos de 2013, se consolidó Ganas de Vivir. 

El psicólogo comenta que ese primer grupo sirvió para armar un modelo de salud comunitaria que luego se pudiera  replicar, y que la mayoría de las 37 personas que lo formaban pudieron dejar de consumir, conseguir trabajo y generar proyectos de vida. Hacían reuniones grupales, el equipo técnico de psicólogos también hablaba a solas con ellos en un seguimiento individual y realizaban distintas actividades que proponía el mismo grupo. Así, por ejemplo, nació el comedor.

Daniel Alberto Torres, que hoy tiene 40 años, perteneció a ese primer grupo. Consumía y andaba en la calle desde los nueve años, pero a los 24 decidió que ya no podía seguir así. Fue a un centro de rehabilitación en la provincia de Buenos Aires y cuando volvió se unió al grupo para evitar recaer y, al mismo tiempo, poder colaborar con sus vecinos. “Quería volver para que la gente vea que sí hay una salida, que hay una solución”, dice. 

Fue en el 2014 cuando inauguraron el comedor nocturno para personas en consumo, una de las estrategias fundamentales de intervención para acercarse a los jóvenes del barrio, conocerse, conversar. La propuesta que salió del grupo se sostiene hasta el día de hoy.  “La idea es que lo colectivo sea el sostén del psiquismo y que ellos puedan ser protagonistas de su propia comunidad”, explica Mustafá.

Madres y una joven que pertenecen a Ganas de Vivir, en los preparativos del comedor cuando se hacía en el patio que prestaban las madres de La Costanera. (Imagen: gentileza del grupo terapéutico barrial Ganas de Vivir)

El modelo que proponen de salud mental comunitaria no es igual que asistir a la consulta exclusivamente individual con un psicólogo para tratar las causas aisladas de la adicción —que en muchos casos, también es inaccesible en términos económicos—, sino construir esa salud mental desde el trabajo colectivo, en distintas actividades en las que conversan y cuentan sus situaciones —por ejemplo, mientras cocinan y organizan el comedor surgen otros diálogos y preocupaciones—, lo que les permite entender que sus causas son sistémicas, además de intervenciones singulares.

“Andaba en la calle y consumía de todo, me agarraron tres sobredosis, fui a parar al Hospital Obarrio, me quise colgar y me bajaron”, cuenta Jorge Daniel López, que hoy tiene 32 años. “Una amiga del barrio me dijo que estaban haciendo milanesas en el comedor y fui, empecé a ir seguido a comer, después más temprano a ayudar”. Daniel, a quien llaman el Empachao, dice que él quería dejar, pero no entendía qué le pasaba ni sabía a quién recurrir. Cuando empezó a ir al comedor, se sintió bien, lo trataron bien. “He sentido tranquilidad y contención”, agrega. “También empecé a poner voluntad mía, porque hay que poner mucha voluntad”. A él, doña Cipri le enseñó a cocinar pizza y quepis. Lleva varios años sin consumir.

Desde hace un año y medio, el comedor funciona una vez a la semana en el Centro Provincial de Lucha Contra las Adicciones (CEPLA) La Costanera. En sus comienzos, se hizo en la Casa Pastoral y, después, en los patios prestados por distintas vecinas, sobre todo madres. Entre cincuenta y sesenta personas adictas se acercan a comer cuando se organiza cada semana, algunas llegan en carros tirados a caballo, una insignia de los barrios de la periferia.  Los psicólogos conocen a cada una de esas personas, sus historias y las de sus familias. La confianza que ellas sienten cuando se acercan es notoria.  

El abordaje de las adicciones no es fácil. “Hay distintas etapas del proceso de recuperación”, explica Mustafá. El comedor puede ser un primer contacto para acercarse al grupo, pero no todos los que van forman parte de él. Es  un espacio de sostén al que siempre pueden acudir. “Pero casi no hay estadísticas propias y ese es un error estratégico porque así no podés plantear al Estado cuáles son los recursos necesarios para la problemática”, añade el psicólogo. 

A nivel nacional, por ejemplo, el último Estudio de Consumo de Sustancias Psicoactivas considera a personas a partir de los 16 años, mientras que el consumo en los barrios empieza mucho antes; tampoco hay disponibles datos específicos recientes de consumo en barrios populares. 

Última reunión terapéutica grupal del año 2023 del grupo terapéutico barrial Con Esperanza Nos Fortalecemos en el barrio Los Vázquez en Tucumán. Celebran los nueve años de existencia del dispositivo. (Imagen: gentileza del grupo terapéutico barrial Con Esperanza Nos Fortalecemos)

“Perder o ganar”

Muchas madres, como doña Cipri, necesitan entender lo que pasa en su barrio, y  hablar sobre cómo las afecta a ellas y a toda la comunidad. Lo que ellas han encontrado en el grupo es un espacio en el cual poder contar qué sucede en sus familias y hacer algo. “Yo me siento útil en el comedor. Además, de los chicos que están ahí, la mayoría son chicos que he visto nacer, crecer y, desgraciadamente, caer en la droga. Pero ahora están dejando”, cuenta doña Cipri. Las sesiones con la psicóloga que forma parte del grupo y las charlas en su casa, mientras cocina o lava los platos, también la han ayudado a dejar de sentir tanta responsabilidad —culpa por algo que ella haya hecho mal— por el consumo de sus dos hijos adultos. El grupo también es un espacio de contención y apoyo para las madres, aunque sus hijos no participen de él.

El proceso de dejar la droga es diferente para cada uno. Algunos de los chicos del grupo necesitan ser internados un tiempo o un tratamiento psiquiátrico. Entonces el equipo técnico de trabajo —hoy hay cinco profesionales de salud mental en La Costanera— acompaña en las entrevistas que evalúan si la persona está en condiciones de ir, por ejemplo, a Las Moritas, el Centro Residencial de Rehabilitación y Reinserción Social para Adictos de la provincia. “Lo más difícil cuando se internan es la vuelta al barrio porque hace falta un proyecto de vida que los sostenga, individual por un lado y colectivo por el otro”, precisa Mustafá. En ese regreso, el grupo también acompaña y los psicólogos hacen el seguimiento de cada caso.  

Otra de las dificultades que reconoce el psicólogo es la ausencia de protocolos para tratar niños en consumo. “Eso necesitamos generar, estudiar la clínica específica en los nenes porque es un fenómeno nuevo”, enuncia.

La falta de lugares disponibles para internaciones en el sistema público de salud, la insuficiencia de médicos especializados, la falta de inversión y las dificultades para articular con los demás organismos del Estado dedicados, también, al acompañamiento y tratamiento de adicciones aparecen como otros de los obstáculos a los que se enfrentan. 

Parte del equipo técnico, madres y jóvenes del grupo terapéutico barrial Ganas de Vivir de La Costanera, Tucumán. (Imagen: gentileza del grupo terapéutico barrial Ganas de Vivir)

“Hasta el 2017, tuvimos cinco grupos terapéuticos barriales; además del de La Costanera y Los Vázquez, había en El Sifón, Alderetes y Las Piedritas, pero despidieron a doce de los quince compañeros que trabajaban y tuvimos que cerrar algunos de los dispositivos”, cuenta Mustafá. “Hemos planteado este modelo en dos barrios, pero hay más de 400 barrios en la periferia”, agrega preocupado por la situación provincial. 

“La calle era perder o ganar”, recuerda el Empachao de cuando aún estaba en consumo. “Pero cuando venía al comedor, ellos me hablaban y yo los escuchaba, hacía lo que me decían. Y después, me vi bien, la verdad, cuando me he visto, me he visto bien y de ahí, a darle para adelante no más”. Él cuenta que desde hace nueve años no consume, aunque a veces, todavía siente en el cuerpo la abstinencia y la necesidad física de la sustancia. Se acuerda de cosas que hizo y que no quiere repetir. Se mudó de barrio y en su nueva casa —tiene pareja, una hija y un bebé en camino— conoció a un chico que también está en consumo y al quiere invitar al comedor. “Me duele verlo así porque yo también lo he vivido, pasás hambre, frío, la misma abstinencia te hace hacer cualquier cagada. Así que trato de ayudar a otros chicos”. 


Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones, una alianza entre Río Negro y RED/ACCIÓN.


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