Las mujeres no lloran: prácticas invasivas que se realizan en el mundo en el nombre de la belleza- RED/ACCIÓN

Las mujeres no lloran: prácticas invasivas que se realizan en el mundo en el nombre de la belleza

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Las mujeres no lloran: prácticas invasivas que se realizan en el mundo en el nombre de la belleza

Dos mujeres padaung esperan a los clientes en una tienda de recuerdos en Myanmar. Foto: KHIN MAUNG WIN/AFP

La imagen de un torso desnudo con una cinta ancha fajando los pechos. El vientre salido. Debajo, otra: una mano exhibe una piedra maciza. Más abajo: una par de brazos adultos presionan la piedra sobre el tórax de una niña. Y al lado una leyenda: “Si no te aplano los senos, los hombres van a comenzar a acecharte para tener sexo contigo”. La que habla es una joven que se hace llamar Kinaya para narrar su historia. Hoy vive en Reino Unido y recuerda cómo su madre le aplicó ese método cuando tenía diez años. Con ese y otros testimonios, la BBC publicó una nota sobre el "planchado de senos", una práctica originaria de África Occidental que las madres hacen con sus hijas preadolescentes para detener el crecimiento de sus pechos y así evitar que se vuelvan atractivas para los hombres. Consiste en vendarlos, aplastarlos o pasar sobre ellos un objeto caliente. Es un método agresivo. Doloroso. Y no es la única costumbre de este tipo en el mundo.

Son numerosos los países y culturas que a lo largo de la historia han realizado —y continúan realizando— prácticas invasivas en las mujeres de sus comunidades en el nombre de la belleza o de la protección. De una u otra manera, los cuerpos son lastimados y vejados por y para los hombres.  

Planchado de senos, un tormento oculto

Si bien el planchado de senos se practica especialmente en países como Camerún —donde según datos de la Corporación Alemana para la Cooperación Internacional (GIZ), pionera en investigar y denunciar esta forma de mutilación femenina, una de cada 10 mujeres ha sufrido ese procedimiento— no es privativa de este territorio. También se realiza en Guinea-Bissau, Chad, Togo, Benín y Guinea-Conakry. Y no se limita al continente africano: la periodista de la BBC Amber Haque dice que se ha extendido a diferentes países europeos, producto de la inmigración de algunas familias que mantenían la costumbre ancestral. Uno de ellos es Reino Unido, donde los casos son tan numerosos que “el Sindicato Nacional de Educadores está pidiendo que se incluyan clases de concientización sobre el tema con el objetivo de proteger a las niñas del abuso”, cuenta.

La investigación realizada por GIZ en 2006 arrojó como resultado que, para ese momento, cerca de cuatro millones de camerunesas habían sido víctimas del planchado de senos, con sesiones de quemaduras y vejámenes que podían realizarse a diario por un período de seis meses o más. El informe también demostró que el objetivo de protección por el cual se realiza (que las niñas no sean víctimas de violaciones o abusos, que no tengan sexo a una edad temprana, evitar embarazos precoces) ni siqueira se cumplía, ya que en Camerún tres de cada diez mujeres quedan embarazadas o son madres antes de los 20 años. En 2010 el Fondo de Población de la ONU publicó una cifra similar: cerca del 30% de las mujeres de este país había sido madre antes de los 18.

En el testimonio recogido por Amber Haque, Kinaya recuerda: "No me dejaban quejarme, pero dolía mucho"; "No nos permitían llorar. Si lo hacías, te decían que ibas a traer la vergüenza a tu familia. Que no eras una mujer fuerte"; "Nunca te acostumbras a ese dolor". Ella, ahora, es madre de dos hijas. Cuando una de sus niñas cumpló 10 años, su madre, la abuela de la niña, le propuso aplicarle el planchado de senos. "De inmediato dije que no, que ninguna de mis hijas iba a pasar por eso. Yo todavía estoy viviendo el trauma", le dijo a la BBC. Y decidió mudarse lejos de su familia ante el peligro de que su madre, sin su autorización, le aplicara ese método a sus hijas.

Además de quemaduras, el planchado de senos puede generar infecciones, quistes, deformidades, daño en los tejidos e incluso la destrucción de las glándulas mamarias, lo que imposibilita la práctica de la lactancia materna. Sin mencionar los traumas y problemas psicológicos. Aunque la ONU ha incluido esta práctica entre los crímenes más usuales que se perpetran contra las mujeres, este rito no ha sido tan difundido como lo es la ablación del clítoris, por ejemplo, que cada 6 de febrero se conmemora con el Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina. El silencio de muchas de las mujeres que por vergüenza, miedo, o aun por no saber que se trata de un abuso no denuncian haber sufrido este procedimiento, no hace más que perpetuarlo.

“En principio no existe una norma específica que prohíba o castigue el aplanamiento, pero tanto en la Unión Europea como en Reino Unido esta práctica es considerada una forma de abuso infantil y puede ser tratada como un crimen”, afirma la BBC.

Mujeres jirafa: de tradición cultural a atractivo turístico

Otra de las costumbres peligrosas e invasivas que nacieron en el nombre de la belleza y siguen vigentes es la de las mujeres que integran la tribu Padaung, dentro del grupo étnico Karenni. Habitan la zona fronteriza entre Myanmar (antigua Birmania) y Tailandia, y son conocidas también como “mujeres jirafa” porque viven ataviadas con numerosos y pesados collares que forman una espiral de latón que abraza su cuello. Este adorno, que mide de 30 a 40 centímetros de diámetro, se coloca a las niñas de la comunidad a los 5 años, edad en la que comienza “el proceso de embellecimiento”. A partir de allí se les agrega uno por año hasta que el cuello resista. Estos aros ejercen, a medida que se van sumando, una presión progresiva en la clavícula que la oprime hacia abajo y genera la ilusión de un cuello más largo y estirado. También atrofian los músculos: después de años de cargarlos generan un efecto de soporte.

Según las creencias y tradiciones de esta etnia, los collares son joyas y cuanto más cantidad y más extenso el cuello, más atractiva resulta la mujer, dado que además de destacar su belleza solían simbolizar que la portadora provenía de una familia con gran poder adquisitivo. Los anillos nunca se quitan.

Existen diversos mitos y leyendas alrededor del origen de esta tradición. Algunas dicen que era una manera de evitar ataques de tigres, lo que resulta absurdo ya que los hombres no usan los collares y los tigres no discriminan según el género o la genitalidad a la hora de atacar. Otras afirman que era un modo de evitar que las mujeres sean secuestradas y esclavizadas por miembros de otras tribus ya que el peso de los collares les impedía realizar tareas pesadas, lo que reducía su valor como sirvientas. También circula la versión de que la práctica nació para que las mujeres se vieran como un dragón, una figura relevante en su cultura. Lo cierto es que el motivo más arraigado del uso de los collares es volverlas más atractivas para los hombres de la etnia. En la actualidad, para muchas mujeres, esta costumbre también es su medio de vida.

En 1990, a causa de un conflicto con el régimen militar en Birmania, muchos integrantes de la tribu huyeron a Tailandia. De cara a los problemas que enfrentaban por encontrarse en la frontera, no encontraron más opción que subsistir con el dinero que los turistas pagaban por ver a las exóticas “mujeres jirafa”. Si bien la costumbre se redujo con el paso de los años, al ver la curiosidad que despertaban en los visitantes, dispuestos a pagar buenas sumas por verlas lucir sus cuellos tapizados de aros dorados, algunas mujeres padaung decidieron conservar la tradición. Las agencias de turismo lo saben y no dejan de explotar este “atractivo”. Muchas madres obligan a sus hijas a continuar con esta tradición con el fin de asegurarles un futuro económico. Volverlas una atracción para quienes visitan el sudeste asiático. Los collares pesan. Pesa más sobrevivir.

Pies de loto: una tortura china

Como sucede con la mayoría de estas prácticas, el origen del vendaje de pies que se extendió en China desde fines del siglo X hasta mediados del XX para lograr que las mujeres redujeran su tamaño tiene diferentes versiones. Una de las más difundidas cuenta que poco antes de la dinastía Song, la concubina preferida del Emperador Li Yu bailaba para él sobre un escenario con forma de loto y en una ocasión vendó sus pies para que se asemejaran a esa misma figura mientras danzaba. Otra versión, bastante similar, relata que la práctica surgió en la dinastía Tang, entre las bailarinas de la corte. Sea como fuera, ambas coinciden en que al ver esto las mujeres de clase alta comenzaron a imitar este procedimiento y pronto la práctica se transformó en sinónimo de belleza.  

Para lograr encoger los pies, se vendaban los dedos de tal manera que quedaban doblados bajo la planta, formando un arco. Una vez difundida esta costumbre, el proceso comenzaba con las niñas entre los 2 y los 5 años, antes de que sus pies se desarrollaran por completo. Primero los ablandaban sumergiéndolos en una mezcla tibia de hierbas y sangre animal. Las uñas se cortaban al ras para evitar que al crecer lastimaran la planta y provocaran infecciones. El vendaje se realizaba con tiras de algodón y los dedos eran presionados con fuerza hacia abajo hasta quebrarlos. El arco también se rompía. Con cada vuelta de la venda se comprimían un poco más, estrechando el empeine y el talón entre sí. Los pies de las niñas se revisaban asiduamente, se lavaban y volvían a vendarse.

Al margen de los cuidados proporcionados, era frecuente que las uñas se encarnaran e infectaran, por eso en algunos casos se extraían por completo. También podían ser los tejidos de los dedos rotos y doblados los que se enfermaran llegando al desprendimiento, en casos extremos. Esto era visto como algo beneficioso ya que permitía ajustar aún más los vendajes y que el pie luciera más pequeño. A veces estas infecciones eran generadas intencionalmente para que eso sucediera.

El vendado de pies fue en un primer momento exclusivo de las clases altas, luego se extendió hacia todos los estratos sociales. Aplicar este procedimiento a las niñas de alta alcurnia implicaba eximirlas de realizar tareas pesadas, destinadas a mujeres de clase baja. También señalaba que sus maridos debían ser lo suficientemente adinerados como para lograr el matrimonio con una dama que deberían mantener. Estar casado con una mujer con pies de loto era signo de prestigio para los hombres.​

Se calcula que más de mil millones de mujeres chinas tuvieron sus pies vendados. Ellas, sus familias y maridos se enorgullecían de esas extremidades comprimidas, cuyo tamaño ideal era de siete centímetros. Para presumirlos los cubrían con glamorosos zapatos con forma cónica, llamados también “zapatos de loto”, ya que intentaban emular el capullo de esa flor. Se fabricaban con sedas y telas exquisitas y exhibían estampas sofisticadas y bordados muy elaborados.  ​

Otra característica sinónimo de sensualidad para los hombres chinos era el "andar de loto": los pasos cortos y frágiles, el caminar delicado —que en realidad era vacilante y dificultoso— de una mujer de pies vendados.

Aunque ya había conocido algunos detractores, recién a comienzos del siglo XX esta práctica comenzó a declinar a causa de los primeros cuestionamientos y campañas que la desalentaban por considerarla salvaje y atroz. No fue sino hasta que el gigante asiático quedó bajo el mando comunista de Mao, en 1949, que se estableció, estricta y definitiva, la prohibición de los pies de loto.

En 2017, las antropólogas norteamericanas Laurel Bossen y Hill Gates publicaron Bound feet, Young hands (Pies vendados, manos jóvenes). Una investigación para la que entrevistaron a cerca de 1.800 mujeres mayores de diferentes localidades de la China rural: la última generación de pies vendados.  

Uno de los resultados sobre el que echó luz la pesquisa sugiere que la práctica fue malinterpretada durante todos estos años. Las académicas explican, luego de sus conversaciones con las mujeres, que las niñas a quienes se les aplicaba esta práctica no llevaban una vida ociosa sino que más bien servían a un propósito económico: principalmente en el campo las niñas, desde pequeñas, tejían y trabajaban con sus manos. La práctica de vendar los pies, según su estudio, era una manera de garantizar que permanecieran sentadas y ayudaran a fabricar productos artesanales como hilados, telas, y redes de pesca que utilizaban las familias para obtener ganancias. A algunas de a ellas les decían que llevar adelante esas labores era lo que les brindaría más oportunidades de casarse.

“Es necesario conectar las manos y los pies. Las mujeres con pies vendados desempeñaron importantes trabajos manuales dentro de las industrias artesanales. La imagen de ellas como trofeos sexuales ociosos es una seria distorsión de la historia”, aseguró Bossen al promocionar su libro.

Sean cuales hayan sido los motivos, el vendaje de pies era una verdadera tortura china.