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Lo importante es que hablen

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Con los aprontes electorales, los precandidatos ensayan recursos de campaña para ganar visibilidad de una manera poco tradicional. Trucos que ponen en evidencia la dificultad para generar interés en los votantes.

Lo importante es que hablen

Interención: Marisol Echarri.

¡Buenos días! Con los aprontes electorales, los precandidatos ensayan recursos de campaña para ganar visibilidad de una manera poco tradicional. Trucos que ponen en evidencia la dificultad para generar interés en los votantes.
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Interención: Marisol Echarri.

Riesgo. Las elecciones provinciales vienen mostrando hasta ahora un único ganador: la abstención. Los políticos se quedaron sin crédito. Llaman y nadie contesta del otro lado. Millones de ciudadanos que en otros tiempos iban a las urnas con algún grado de entusiasmo, pensando que su voto serviría para construir un futuro mejor, se quedan ahora en sus casas, resignados, mirando otro canal. Los focus groups ya lo venían mostrando: apatía, frustración, desinterés. Un combo peligroso de enojo y tristeza.

En ese contexto, los precandidatos a presidente ponen a remojar sus barbas: nada hace pensar que los sentimientos hacia los políticos con proyección nacional sean más amistosos que los que generan los candidatos provinciales o municipales. Al contrario. Así las cosas, los equipos de campañas se pusieron creativos y, en la misma semana, Horacio Rodríguez Larreta lanzó un video jocoso en el que se lo ve fingiendo una sesión de psicoanálisis mientras Wado de Pedro compartía un sketch con el actor Esteban Lamothe, bromeando sobre sus parecidos físicos.

Según los expertos, las campañas electorales bien diseñadas presentan tres etapas: presentación del candidato, propuestas y pedido del voto. En plena fase uno, esta vez la situación se plantea desafiante. El mensaje debería ser:

  • Simple. Cuanto más lineal es la identificación de una idea con un candidato, mejor. La mente del votante es perezosa y no tolera conceptos complejos. Let’s make America great again. Punto. Una idea, a lo sumo dos. Horacio y Wado esta vez juegan con fuego. Larreta quiere mostrarse lúdico, cuando el mensaje que lo distingue hasta ahora parece ser otro: experiencia y gestión. De Pedro, ignorando que todavía mucha gente no sabe quién es, juega a que se lo confunda. Un lujo sólo apto para celebrities.
  • Auténtico. Todos los estudios de opinión pública lo confirman: la gente valora que un candidato sea sincero. Actuar, ficcionalizar, es todo lo contrario. Es crear un personaje que finge, que no es lo que parece. El Horacio del diván no se parece al que gestiona ni al que en pocas semanas saldrá a pedir el voto. De Pedro lleva la doble identidad al extremo: “Yo siempre digo: el Wado ministro es este, es otro. Yo soy el Wado militante, el Wado familiero, el Wado que tiene sus valores, el Wado que quiere tal cosa”. Dr. Jeckyll y Mr. Hyde.
  • Optimista. Sin negar los problemas, todo candidato debe mostrar futuro: nadie vota a un profeta de la desgracia. La elección, al final, representa un acuerdo colectivo sobre cómo iremos a un escenario mejor. Wado y Horacio todavía no dicen cómo —no es momento— pero sí insinúan algo del qué: vergüenza ajena aparte, con sus guiños y sus risas, de algún modo dicen que el futuro no está del todo obturado, que hay espacio para la esperanza. No está claro que este sea el mejor modo, pero eso es harina de otro costal.

El tiempo dirá si los escarceos de los creativos de las campañas dan resultados. Por ahora, parece inquietante que los candidatos jueguen a que tienen doble personalidad: como si reconocieran que nadie quiere votar por un político y que mejor, por eso, que salga del closet alguna otra faceta de su personalidad, real o fingida, que dé la cara por ellos.

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Tres preguntas a Daniel Innerarity. Es un profesor y ensayista español, especializado en filosofía política, autor de numerosos libros y director del Instituto de Gobernanza Democrática de la Universidad del País Vasco.

—¿Qué distingue a nuestra época, en la que decís que vivimos en una “sociedad del desconocimiento”?
—Mi generación tiene conciencia de los riesgos, desde el nuclear hasta el de la inteligencia artificial. La crisis de Chernóbil nos hizo muy conscientes de los riesgos de la energía nuclear, de que las protecciones que teníamos eran insuficientes y de que estábamos entrando en un terreno muy enigmático. Ahora sabemos que hay demasiadas cosas conectadas entre sí de un modo que es difícil de desentrañar. En la Ilustración y en la Modernidad clásica podíamos hacer dos operaciones de gran utilidad: una, responsabilizar o incluso culpar a una persona cuando algo funcionaba mal; y otra, resolver un problema segmentando, dividiendo el trabajo, estandarizando. Pero esas dos operaciones funcionan muy mal si se quiere entender y gestionar el mundo actual: sobre la primera, por supuesto que hay gente culpable y gente malvada, pero la dificultad es que hay más chapuza, desorden, incapacidad e ingobernabilidad que perversión. Con relación a la segunda, lo formularía de la siguiente manera: si queremos arreglar algo, lo tenemos que arreglar todo; no podemos ir por partes, como ha sido la estrategia habitual a la hora de gestionar un problema.

—¿A qué te referís cuando hablás de “desintermediación” y de “desregulación del mercado cognitivo” en tu último libro?
—La desintermediación se refiere a la debilidad de las mediaciones y nos plantea un problema en la medida en que toda nuestra estrategia de organización del conocimiento, de militancia sindical, de compromiso político, incluso de experiencia religiosa, pasaba a través de unas instituciones poderosas que organizaban el conocimiento, que establecían orientaciones de acción e incluso la estabilidad de las propias organizaciones. El segundo concepto, la desregulación del mercado cognitivo, se refiere a la consecuencia que tiene la desintermediación: ahora tenemos un entorno informativo más bien caótico, muy poco organizado, que nos parece un progreso porque nos emancipó de partidos, iglesias, sindicatos, profesores y demás que ejercían esa mediación con sesgos y con una intención de dominio. Nos parece muy bien que ahora, gracias a Google, a la automedicación, a la experiencia religiosa singular, etcétera, podamos prescindir de esas mediaciones. Pero eso está teniendo como un efecto rebote: nos emancipamos pero a la vez nos sobrecargamos y aparecen una serie de patologías asociadas a la ilusión de que el conocimiento, en el fondo, es algo accesible, fácil, que se puede organizar sin ninguna disciplina. Queremos huir del paternalismo cognitivo, pero quizá estemos en un momento de desorientación, dependiendo de otras mediaciones más invisibles, como el algoritmo de Google o de otras formas de dominio más sutiles que no estamos acostumbrados a combatir.

—¿Esas patologías deberían hacernos mirar el futuro de manera negativa?
—Siempre me he sentido muy incómodo con la idea del intelectual como alguien pesimista. Siempre he combatido esa idea de que el intelectual lo es más en tanto sea más negativo y crítico. Incluso he criticado esa idea un poco simple de la crítica política y social que está vinculada a un gesto de negatividad respecto del mundo contemporáneo. Me parece que esa es una exageración que está poco justificada. Tiene, además, un efecto paradójico: quienes ejercen la crítica de esa manera, en el fondo, tienen un prejuicio respecto del progreso, de la tecnología, que los lleva incluso a no comprender los problemas que están criticando, porque no conocen cómo funcionan. Muchas veces nos encontramos con críticas verdaderamente abrumadoras de algunos aspectos de las tecnologías que estamos usando, pero revelan que no se ha entendido la naturaleza de esas tecnologías. Como decía Simmel, el compromiso moral sin el don de la observación termina frecuentemente en el enardecimiento estéril, en la típica indignación inofensiva. A los intelectuales que ejercen este tipo de crítica parece que la sociedad se les ha vuelto extraña, que tienen dificultades para reconocerse en ella y se aferran a fórmulas de rechazo absoluto, las cuales no son más que el reverso de su incapacidad para comprender la nueva lógica social.

Las tres preguntas a Daniel Innerarity son una versión editada de una entrevista más extensa que le hizo Carlos Bravo Regidor, publicada en Gatopardo en julio de 2022. Para acceder a esa versión podés hacer click acá.

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Acuerdo de Escazú. Aunque data de 2018, no todos los profesionales de la comunicación y los asuntos públicos conocen detalles sobre este Acuerdo Regional sobre el Acceso a la Información, la Participación Pública y el Acceso a la Justicia en Asuntos Ambientales en América Latina y el Caribe, más conocido como Acuerdo de Escazú (se firmó en esa ciudad de Costa Rica). Es el primer acuerdo regional ambiental de América Latina y el Caribe y el primero en el mundo en contener disposiciones específicas sobre defensores de derechos humanos en asuntos ambientales. Fue suscripto por 24 países de América Latina y el Caribe, incluida la Argentina. Se vuelve a mencionar acá por sus implicancias actuales y potenciales en diversas industrias.

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Academia. Los valores políticos expresan valores personales básicos. Este artículo de Schwartz, Caprara y Vecchione, ya referido en otra ocasión, prueba cómo la estructura motivacional de los valores personales restringe y da coherencia a los valores políticos fundamentales. También que los valores políticos median las relaciones de los valores personales básicos con el voto: a modo de ejemplo, la prevalencia de ciertos valores en los italianos adultos antes de las elecciones nacionales de 2006 explica el apoyo que obtuvieron los ocho candidatos principales y permitió predecir la votación con un grado de precisión bastante notable. Dime en qué crees y te diré cómo votarás.

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Oportunidades laborales

Hasta acá llegamos esta semana. Todas tus ideas, propuestas o consultas son bienvenidas. Podés escribirme a [email protected]

¡Hasta el próximo miércoles!

Juan

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