¿Nos estamos comiendo al planeta? Cómo nuestros platos contribuyen al cambio climático- RED/ACCIÓN

¿Nos estamos comiendo al planeta? Cómo nuestros platos contribuyen al cambio climático

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Para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero se requieren cambios en la forma en que se elaboran los alimentos. Como consumidores, podemos cambiar la dieta, elegir productos sustentables y evitar tirar comida.

¿Nos estamos comiendo al planeta? Cómo nuestros platos contribuyen al cambio climático

Ilustración: Pablo Domrose.

Explotar combustibles fósiles, como el petróleo, gas o carbón. Usar ineficientemete la energía procedente de dicha explotación. Movilizarnos en auto o viajar en avión. Sabemos que estas acciones tienen un impacto negativo en el ambiente. Sabemos que contribuyen al cambio climático. ¿Qué ocurre con aquello que tenemos en frente nuestro en cada plato de comida?

Sin vueltas: sí, lo que comemos incide en el cambio climático. Y ello no se limita exclusivamente a los gases que emiten las vacas. Según un estudio publicado en la revista científica Science, la producción de alimentos es responsable de aproximadamente un cuarto (26%) de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEIs), contribuyentes al cambio climático.

Por su parte, conforme al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), la agricultura, la silvicultura y otros tipos del uso del suelo, generan el 23% de las emisiones globales de GEIs. 

Sobre ello busca profundizar el siguiente análisis. Aclaración mediante, el mismo no incluye la también importante variable de explotación de animales. Se centra en la contribución de los modos de producción alimenticia al cambio climático, en pos de repensar las modificaciones que pueden hacerse. La pregunta disparadora: ¿nos estamos comiendo al planeta?

Cambio climático y alimentación: el impacto detrás de la relación

Se deforestan bosques para transformarlos en áreas de explotación de agricultura y ganadería intensivas, perdiendo así importantes sumideros de carbono. Con esa intensidad se deterioran extensas áreas de suelo. El ganado digiere su comida y eructa metano. Las máquinas agrícolas, las fábricas de fertilizantes y el traslado de alimentos son posibles a partir de la explotación de combustibles fósiles.  

Todas estas actividades generan emisiones de GEIs que inciden en ese problema común a esta nota: el cambio climático. 

Conforme el estudio mencionado, del 26% de las emisiones globales que le corresponden a la producción de alimentos, un 31% procede de la ganadería y pesca, un 27% de la producción de cosecha (tanto para alimentar a humanos como a animales), 24% del uso de la tierra (emite más la tierra para ganadería que para alimentación humana directa) y un 18% de la cadena de suministro (procesamiento, transporte, envasado).

La transformación que estamos generando en el ambiente para alimentarnos es tal que, según un estudio de 2018, desde la civilización humana se han perdido el 83% de los mamíferos salvajes. De los mamíferos en la Tierra, el 96% somos humanos (36%) y ganado (60%), y sólo un 4% son mamíferos salvajes. Misma situación se repite con las aves: el 70% son gallinas y otras aves de corral, el 30% son salvajes.

Si todo el mundo adoptara los patrones actuales de consumo de alimentos del Grupo de los 20 (G20), centrados en la mayoría de los casos en el consumo de carnes rojas y lácteos, para 2050 se necesitarían de uno a siete planetas Tierra para poder soportarlo, según el reciente reporte “Dietas para un futuro mejor”. Los países del G20 aportan un 66% al porcentaje de emisiones de la producción de alimentación, con China, India y Estados Unidos liderando. 

El informe sugiere que las emisiones per cápita relacionadas con la alimentación en los países del G20 en su conjunto debieran reducirse a la mitad para 2050. 

GEIs en Argentina. Inventario del 2016. Fuente: Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible

Argentina, país miembro del G20, no es ajena a toda esta situación. De hecho, la agricultura, la ganadería, la silvicultura y otros usos de la tierra son la segunda fuente (37%) de emisiones nacionales después de la energía, según datos de 2016 del Inventario Nacional de GEIs. De ese 37%, un 41% corresponde a ganadería, con predominio de bovinos de carne.

Recientemente el sitio especializado Carbon Brief analizó cuál es el impacto climático de comer carne roja y lácteos. Los resultados —contundentes—, a la vista (atención también a los amantes del café):

El dilema: ¿hay que dejar de comer carne? 

“ONU plantea un reto para la humanidad: comer menos carne para salvar el planeta”. “La ONU advierte que para frenar el calentamiento global hay que comer menos carne”. “Comer menos carne y otras recomendaciones de la ONU contra el cambio climático”. Estos titulares protagonizaron los medios locales e internacionales en agosto del año pasado ante la presentación del Informe Especial sobre El cambio climático y el suelo del IPCC. 

Lejos estaban de visibilizar lo que decían las extensas páginas del informe, o incluso lo que los científicos habían mencionado en la conferencia de prensa de presentación: “No hacemos recomendaciones sobre las dietas de las personas, sino que damos las bases científicas respecto de las dietas que contribuyen a reducir emisiones contaminantes”. La científica climática argentina Carolina Vera salió a aclararlo.

¿Cuál es la conclusión principal de ese reporte? El suelo es un recurso crítico que se encuentra bajo dos presiones crecientes: el cambio climático y los distintos usos que el ser humano hace de él, como agricultura, ganadería, deforestación. Esas dos presiones tienen un impacto circular: un suelo degradado pierde productividad y, así, se reduce su capacidad de absorción de dióxido de carbono (CO2), contribuyendo a ese cambio climático que también afecta al suelo. Por ello, se necesita de un manejo responsable.

Cambio climático y usos del suelo: dos caras de una misma moneda

Como aclaraba Vera, el reporte analiza ocho dietas y su potencial de reducción de emisiones para 2050. Mientras que un incremento en el consumo de alimentos de origen animal se asoció con un mayor impacto negativo en el ambiente, un incremento en el consumo de alimentos basados en plantas se asoció con un menor impacto ambiental. 

Según las categorías que analiza el reporte, las dietas veganas (sin alimentos de origen animal), vegetariana (con consumo de carne o pescado una vez al mes) y flexitariana (con un consumo limitado de carne y lácteos) son las que más colaborarían en dicha reducción de emisiones. 

Potencial de las distintas dietas para mitigar el cambio climático. Fuente: IPCC.

El investigador argentino y director del Instituto de Investigación del Suelo del INTA, Miguel Angel Taboada, fue uno de los autores del capítulo 6. Y dice: “El reporte consistió en una revisión importante de todo lo publicado al momento sobre el suelo. Su mayor hallazgo fue hacer un listado de posibles acciones basado en sistemas de producción alimenticia más diversos y resilientes al clima”. 

Pensando en soluciones basadas en la naturaleza, Taboada ejemplifica con los sistemas silvopastoriles que integran la silvicultura, forraje y ganadería. Sus dos variables incluyen plantar árboles o criar ganado en bosques nativos. Sus beneficios: suelos más sanos, menor generación de emisiones y mejores condiciones para los animales.

En líneas generales, el reporte identifica cinco acciones con un alto potencial de reducir emisiones: incrementar la productividad, reducir la deforestación y degradación, aumentar el contenido de carbono orgánico del suelo (sin el cual el suelo se degradaría), mejorar el manejo de los incendios y reducir las pérdidas de alimentos poscosecha.

Del otro lado de la acción climática, la adaptación, señala que sistemas de cultivo diversificados y la agroecología —ambos con variedades de cultivos en distintos planes espaciales y temporales— son menos vulnerables ante los efectos del cambio climático. 

“Si vas a comer carne, esta es la mejor para tu salud y la del ambiente”

Así lo afirma Pablo Grilli, biólogo y encargado de biodiversidad en la Alianza del Pastizal de Aves Argentinas, refiriéndose al producto final procedente de una alternativa: la ganadería de pastizal. Un sistema que busca producir y conservar a la vez: se lleva a cabo ganadería no intensiva como actividad productiva sobre pastizales naturales que almacenan carbono, contribuyendo con la conservación de la biodiversidad. “Sólo el ambiente sano es el que puede capturar carbono”, subraya.

Un estudio publicado este año en la revista científica local AgriScienta, comparó el balance de GEIs de dos modelos de producción ganadera en la cuenca del Río Salado, provincia de Buenos Aires: uno con uso predominante de pastizal natural en buena condición debido al pastoreo controlado, y otro con una mayor superficie de pasturas y cultivos forrajeros, mayor carga animal y producción de carne. ¿El resultado? Las emisiones generadas resultaron ser mayores en el segundo caso que en el primero. El primero secuestró más carbono como carbono orgánico del suelo. Como resultado, el balance de GEIs fue 10 veces más negativo en el segundo que en el primero, que tuvo un balance neutro. 

Ganadería de pastizal, Gualeguaychú | Foto: Tais Gadea Lara

Desde la Alianza se trabaja en concientizar y darles más herramientas a los productores sobre el valor agregado de este modelo. Hoy la carne de pastizal se vende en la cadena de supermercados Carrefour al mismo valor que otras carnes premium. La cadena vio en el producto un diferencial y le paga más al productor. Cada producto lleva el sello de la Alianza con el tordo amarillo como ave protagónica.

¿Por qué una organización vinculada a las aves promueve este tipo de actividad? “La Alianza surgió porque la organización internacional BirdLife estaba muy preocupada por lo amenazadas que estaban las aves de pastizal. Los socios nos organizamos para actuar porque los estados no habían podido conservar los pastizales -explica Grilli- Conservar los pastizales es conservar toda su biodiversidad, incluyendo las aves”. 

Grilli es reflexivo ante los cambios que hay que hacer: “El problema es pensar en términos binarios. Pensar en la ganadería como algo malo es un error, hay que diferenciar los tipos de ganadería. Estoy a favor de que se modere el consumo de carne, pero estoy convencido de que, si vas a comer carne, esta es la mejor para tu salud y la salud del ambiente”.

Eso que no vemos: la contribución de la comida que tiramos

En un artículo anterior describíamos una problemática ambiental tan invisible al conocimiento popular como visible en cifras: estamos perdiendo o desperdiciando un tercio de los alimentos que se producen cada año. 

El reporte del IPCC consideró que la reducción de las pérdidas y los desperdicios de alimentos pueden contribuir en la mitigación. ¿Por qué? De 2010 a 2016, la pérdida y el desperdicio de alimentos a nivel mundial contribuyeron a entre el 8 y 10% del total de emisiones de GEIs. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la mayor contribución (60%) procede de los cereales y las leguminosas, seguidos de las raíces, tubérculos y cultivos oleaginosos.

¿Cómo se da esa contribución? “Por todos los recursos involucrados que se pierden: agua, tierra y energía”, explica desde Chile Sara Granados, asesora regional de FAO para América Latina y el Caribe, y agrega: “En la producción animal, que requiere una gran cantidad de tierra, hay mayores pérdidas en el procesamiento de la carne. En la de de frutas y vegetales, hay mayores perdidas en la cosecha y al inicio del procesamiento”. 

La asesora de FAO subraya que los planes de acción climática (NDCs) donde los países presentan sus objetivos de mitigación y adaptación, conforme la implementación del Acuerdo de París, no tienen en cuenta la problemática del food waste. Desde la organización se viene trabajando para que ello se modifique. 

¿Qué podemos hacer nosotros?

De los expertos y reportes consultados se concluyen algunas acciones que deben involucrar tanto políticas del sector público y cambios en el sector privado. Pero que también señalan la necesidad de consumidores más conscientes de sus elecciones e impacto: disminuir el consumo de alimentos de origen animal (carnes y lácteos), optar por alternativas de producción sostenible, reducir las pérdidas y desperdicios de alimentos.

En cuanto a este último punto, es importante señalar que la reducción de las pérdidas y los desperdicios podría ayudar a la adaptación al cambio climático a partir de la reducción de la superficie necesaria para la producción de alimentos. Granados explica que, si nosotros reducimos la cantidad de comida que tiramos en nuestros hogares y se promueven compost comunitarios a nivel local en ciudades y municipios, ello tendrá un impacto positivo en nuestra huella de carbono.

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La clave para que todo esto ocurra es mejorar las prácticas en todas las etapas de la cadena de suministro: las técnicas de cosecha, el almacenamiento en la granja, la infraestrucutra, el embalaje, el comercio y la educación.

En cuanto al tipo de dieta que llevamos, se puede ayudar a combatir el cambio climático sin la necesidad de caer en extremos. “Todos pueden hacer una contribución, no sólo los que eligen dietas veganas o vegetarianas. No digo que se hagan veganos, pero sí que consuman menos carne”, recomendó el profesor de suelos y cambio global en la Universidad de Aberdeen, Pete Smith, en un webinario de Carbon Brief.

Todo ello considerando dos cuestiones transversales. Por un lado, como expone el reporte del IPCC: “Las transiciones hacia dietas con bajas emisiones de GEI pueden verse influidas por las prácticas locales de producción, los obstáculos técnicos y financieros, los medios de subsistancia y los hábitos culturales”.

Por otro lado, se debe tender a dietas más saludables con el ambiente y saludables para las personas. “Se deben considerar los impactos directos e indirectos de la carne roja en la salud, pero tampoco hay que reemplazarla por productos que no son saludables”, señaló en el evento online la científica para sistemas alimentarios, nutrición y salud en Wellcome Trust, Modi Mwatsama. La calidad nutricional debe ser un pilar en las transformaciones hacia dietas más sostenibles y el acceso a estas dietas debe estar garantizado a todos los grupos sociales.

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