Un sachet de leche y 4 kilos de Democracia- RED/ACCIÓN

Un sachet de leche y 4 kilos de Democracia

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

En esta columna el director de Democracia en Red argumenta contra la visión de las elecciones como concurso de popularidad, del voto castigo, de los cambios en la relación con la autoridad y, ya que estamos, nos sumerge en una comparación entre el sistema democrático actual y la democracia como estilo de vida.

Ilustración de Miguel Brieva

Ilustración de Miguel Brieva

La democracia es un estilo de vida que aprendemos a practicar. Tiene que ver con respetar las diferencias con otras personas, con preferir el diálogo a la violencia. Ser demócrata es comprometerse con el bien común, es tomar responsabilidad por las acciones propias.

Al costado de este estilo de vida, y justamente para garantizarlo, existe el sistema democrático, con un conjunto de prácticas e instituciones (de determinadas características) que organizan nuestra convivencia. Una de esas prácticas tiene que ver con formalizar la “representación”, es decir, que un conjunto pequeño de personas decidan legítimamente en nombre de un conjunto mucho más amplio (el pueblo) que es, a su vez, quien las elige.

“Estilo de vida” y “sistema” se vinculan, pero no son lo mismo. De hecho, es un vínculo que se ha vuelto problemático..

El sistema de la democracia representativa se sigue presentando ante nosotros, pero algo se perdió. Porque si la “democracia” es tener que ir a votar, cada dos años, para optar entre peores-alternativas, algo se rompió. Porque, está claro, si tengo que elegir entre Manuel Belgrano y Juancito el-Chanta, lo elijo a Belgrano. Pero, si tengo que elegir entre Juancito el-Chanta y Pedrito el-Ladrón, yo qué sé…

En cualquier caso, nos dicen, eso tanto no importa: por más patético que sea el ganador, “gana” el poder para realizar determinadas transformaciones. Una vez pasadas las elecciones, nos comentan, hay que “adaptarse” y “someterse” a los representantes del voto popular (y a la ley, claro, que también los atañe a ellos).

Sentimos que la representación indirecta que tenemos es un voto de confianza con escasas garantías. Sentimos que, en la búsqueda de votos, los y las candidatas se acuerdan del sincericidio de Menem: “si decía en campaña lo que quería hacer en el gobierno, nadie me iba a votar”.
Así las cosas, mentir parece hasta lógico.

Esta visión del sistema está explotando en múltiples latitudes, por un motivo fundamental: es incompatible con los potentísimos cambios sociales de los últimos años. Mientras los sistemas de preferencias de la vida se actualizan a razón de minutos, la política simula que un sistema que nos hace votar una vez cada dos años para elegir gente que nos “represente” los 729 días restantes puede seguir siendo viable.

Los hábitos digitales cambiaron para siempre la relación con la autoridad. Sobre todo, para los nativos digitales que se acomodan como pueden (con cierta perplejidad) a la letra gótica de la campaña. ¿En serio van a seguir pidiéndonos un voto basado en “la lealtad”? ¿lealtad a qué? ¿a quién? ¿Aquella es mala (y “antidemocrática”) pero aquél es bueno (y “democrático”)? ¿En serio creen que estas son nuestras diferencias?

La complejidad de nuestras sociedades requiere de la profesionalidad de los gobernantes; es indispensable tener gente que se dedique a “la política”. Pero, también, hay que hacerse cargo del crecimiento de puntos de vista a reflejar (¿representar?) y saber que esto significa que cada vez hay más personas capaces de interpelar al líder : “¿y ustedes? ¿quiénes son?”.

No es éste, de ninguna manera, un alegato anti-elecciones del tipo “todo es lo mismo, blabla”. Para nada. Las elecciones son fundamentales. Es más, sin representación electa por voto popular podríamos tener problemas de legitimidad a la hora de encarar instituciones realmente participativas.

Pero si pensamos las elecciones como un concurso de popularidad, en donde premiamos (o castigamos), a nuestro participante favorito por lo bien (o lo mal) que lo hizo, algo se escapa.

La visión de las elecciones como un reality pierde de vista algo imprescindible: las elecciones no “crean” poder, son un método para legitimarlo. Y, como tal, no están logrando establecer las mejores opciones para la sociedad en su conjunto.

La elección no es el fin de un camino donde dos opciones se polarizan a ver quién gana el favor del público. Las elecciones son el principio de una trayectoria en donde una persona electa pondrá en juego sus promesas y su habilidad para dar garantías a su palabra.

El sistema representativo es indispensable, pero no alcanza. Es fundamental, pero solo no hace nada. Que nuestros representantes sean interlocutores válidos no depende de los éxitos electorales. Deberíamos recordar siempre, para defender la democracia, que ir a votar no es ir al supermercado.

Agustín Frizzera es Director Ejecutivo de Democracia en Red (democraciaenred.org). Esta columna es parte #MeRepresenta, una iniciativa de la cual RED/ACCIÓN es parte. Es una herramienta para ayudarte a votar informado. Ahí vas a encontrar información que te permitirá conocer a los candidatos más allá de la imagen que buscan proyectar en su campaña política: quiénes son, qué hicieron, cuál es su postura sobre los temas más importantes y, sobre todo, qué piensan hacer al respecto.