Escritores escribiendo sobre escribir: John Scalzi y porqué los escritores no son magos - RED/ACCIÓN

Escritores escribiendo sobre escribir: John Scalzi y porqué los escritores no son magos

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Bienvenidos a "Escritores escribiendo sobre escribir", donde cada semana nos sumergimos en la mente de un escritor distinto, aprendiendo sobre su proceso creativo y descubriendo los desafíos que enfrentan en su trabajo diario. Si sos un escritor en busca de consejos prácticos para mejorar tus habilidades, o simplemente un amante de la literatura en busca de inspiración, llegaste al lugar correcto.

Escritores escribiendo sobre escribir: John Scalzi y porqué los escritores no son magos

“A los doce años un mago visitó mi ciudad. E inmediatamente debo explicar esta frase. En primer lugar: Obviamente el mago de quien hablo es Ray Bradbury.

En segundo lugar: Ahora, a tu edad, y a la edad que tengo yo, que un escritor acuda a la ciudad para comentar su obra no es algo mágico. Puede que dicho autor sea tu escritor favorito, y que no veas el momento de escuchar lo que tenga que decir; cabe incluso la posibilidad de que estés nervioso y esperes no comportarte como un idiota cuando mantengas los cuarenta segundos de conversación mientras te firma un ejemplar de su libro. Pero conoces al escritor por lo que es: un autor, una persona, un ser humano normal y corriente que se dedica a escribir palabras que disfrutas leyendo”.

Crónicas Marcianas —una antología de cuentos que transcurren en Marte, de Ray Bradbury– tiene dos prólogos increíbles. El primero es de Borges y el segundo es éste, escrito por John Scalzi. La lectura de estos cuentos de Bradbury representó un hito para muchos escritores cuando eran sólo lectores. Por la temática, ustedes podrían pensar que son cuentos que sólo tienen gracia para niños o adolescentes o jóvenes. No caigan en ese engaño.

Este primer prólogo, el de John Scalzi, nos muestra una idea típica, característica, ejemplar: los escritores están dotados de un nosequé, un más allá, algo inasequible, fueron tocados por una varita, tienen un halo de mística: son magos. Esta idea funciona muy en contra de la escritura: simplemente porque si todos, que nos sabemos humanos, que no nos creemos magos, nos la tomásemos en serio, la escritura dejaría de existir. Y no culpamos a Scalzi. De hecho, él venció ese obstáculo, se convirtió en escritor, y llegó a escribir un prólogo para el mago al que admiraba. Pero por eso precisamente es importante hablar de la asociación escribir-magia, una idea que casi todos los lectores tuvimos y está muy generalizada.

Muchas personas no se creen merecedoras de escribir, de un arte tan digno. Tantas más hay que se avergüenzan de siquiera admitir que escriben, como si al decir “yo escribo” estuvieran vulnerando algo sagrado. El punto más extremo quizás sea el de escritores que viven de escribir, que están publicados, que podrían definirse por ello ya que es su profesión, y aún así son renuentes a hacerlo. Federico Falco explicaba “yo no digo que soy escritor, digo que soy docente” en una entrevista que le hacían en el MALBA cuando se celebraba la feria FILBA.

Hebe Uhart también hablaba de esto en sus talleres, como algo que la irritaba profundamente:

“Las preguntas que les suelen hacer a los escritores sobre si escriben con lápiz de carpintero o con la computadora, si de noche o por la mañana, con rituales o sin ellos, son preguntas inoperantes y revelan la idealización del escritor. ¿Por qué no le preguntan a qué hora almuerza, o si toma mate o café, o si tiene los impuestos al día? Hay una pregunta de lo más curiosa: ¿Desde cuándo se siente escritor? Como si ser escritor fuera producto de la iluminación divina. No se nace escritor, se nace bebé”.

Siempre recuerdo una nota sobre Amelie Nothomb —una de las escritoras que yo más admiro– en la que ella cuenta que se despierta todos los días a las 4am y toma un litro de té negro (o eso dice), y escribe cuatro novelas por año, pero sólo publica una. Por mucho respeto que le tengamos a la artesanía de escribir, decía, no dejemos que nos contamine de solemnidad y nos haga perder el espíritu de juego.

Después, en mi eterna caza para E.E.E (escritores escribiendo sobre escribir), leí Conversaciones sobre la escritura, una entrevista a Ursula K. Le Guin por David Naimon, para encontrarlo otra vez:

“Pronto descubrí también que hasta las cosas aparentemente más mundanas —la gramática, la sintaxis, la estructura de las oraciones— hasta esos elementos estaban animados por algo invisible y, me atrevería a decir, mágico, que se esconde detrás y más allá de ellos. Que la longitud de nuestras frases, su andadura, su sonido, nuestro uso de los tiempos verbales, del punto de vista, de los pronombres, todo tenía su historia, sus implicaciones políticas y culturales, y que cada cual podía ser un ladrillo, un gesto concreto para bien o para mal, hacia un mundo futuro e imaginado”.

La idea de la ficción y la magia, de la labor de escribir como magia, ese talento como un fulgor, no tiene porqué desaparecer. En especial si hace que la gente escriba cosas tan lindas como las citadas. Pero insisto que esta creencia no se tiene que volver nunca un obstáculo. Quizás sea el preciso límite, difícil de encontrar pero provechoso, entre la admiración y la santificación. Quered a sus escritores preferidos; pero sólo tratadlos como dioses con fines creativos.