El desencuentro nos acerca: dos psicólogos desmienten una visión idealizada del amor - RED/ACCIÓN

El desencuentro nos acerca: dos psicólogos desmienten una visión idealizada del amor

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¿Qué tan común es imaginarnos las relaciones amorosas sanas como una conexión perfecta? Los psicólogos Ed Tronik y Claudia M. Gold descubrieron que esta idea es bastante errada: en las relaciones sanas, la desconexión es la norma.

El desencuentro nos acerca: dos psicólogos desmienten una visión idealizada del amor

Foto por Klaus Nielsen. Crédito: Pexels.

En el libro The power of discord (El poder del desencuentro), los doctores en psicología Ed Tronik y Claudia Gold cuentan que lo escribieron a partir de una pregunta muy simple: ¿En qué consiste una buena relación o una buena crianza? En su investigación encontraron muchas respuestas vagas: que los padres tienen que ser sensibles, que tienen que ser “apropiados o correctos” y, a menudo, se terminaba recurriendo al criterio clínico sobre qué relación resultaba  problemática.

En series, películas e incluso obras de arte plástica como pinturas y esculturas abunda una visión idealizada del amor como la conexión total y absoluta, cuentan los autores. “Pero la pareja formada por Jennifer Grey y Patrick Swayze en Dirty Dancing, donde ella le pisa los pies y él le mete el dedo en el ojo, se acerca más a la verdad. El lío de los malentendidos es necesario para la creación de la danza grácil y coordinada de la escena final. Para Jennifer y Craig, las risas que compartieron mientras limpiaban el desastre y pedían pizza captan la alegría y la intimidad que surgen al atravesar el desencuentro (mismatch) para repararlo”relataron  en este capítulo del podcast Guild of Dads (Gremio de padres).

A partir de varios experimentos, los psicólogos llegaron a esta conclusión: “Atravesar el desajuste resulta ser la forma en que crecemos y nos desarrollamos en las relaciones, desde la más tierna infancia hasta la edad adulta. Esto puede parecer contraintuitivo, ya que es probable que pienses que en las relaciones sanas no hay lugar para la discordia”.   

Algunos estudios consistieron en analizar videos de las interacciones entre padres e hijos cuadro por cuadro y segundo por segundo, a veces incluyendo el factor de la still face o cara fija: la madre interrumpe su actividad normal con el niño o  niña y deja de reaccionar. Luego,  examinaron las respuestas de los bebés, tal como se ve en este video (con subtítulos en español disponibles):

En el análisis de las relaciones sanas entre madres e hijos se esperaba que  estuvieran en perfecta sincronicidad pero, después de meses de trabajo, se volvió imposible negar el verdadero patrón: en los pares de padres e infantes con relaciones típicamente sanas, un promedio del 70% de las interacciones estaban des-sincronizadas. La desconexión resultó ser una parte fundamental. La proporción del 70/30 (de desencuentro y sincronía) se volvió una cifra famosa y fundamental para la psicología del desarrollo.

En el capítulo Mismatch as the norm (Desencuentro como la norma), los autores dicen: “nuestra expectativa de sincronía nos llevó a ver la desconexión como un problema cuando era, de hecho, la norma. En el análisis de estos videos, descubrimos que la parte más importante no era la desconexión sino su reparación. Llegamos a reconocer que la reparación es el quid de las interacciones humanas. La reparación conduce a un sentimiento de placer, confianza y seguridad, y al conocimiento implícito de que se pueden superar los problemas”.

Esta nota en The Atlantic, titulada Cómo no convertirte en tus papás, habla de algo que en ciencias sociales se llama profecía autocumplida: la idea o el miedo de que algo puede llegar a suceder es precisamente lo que provoca. En este caso, se trata del miedo a repetir los patrones de crianza de nuestros padres con nuestros propios hijos.

En una entrevista con Becky Kennedy, psicóloga clínica y experta en crianza, se explica que muchas veces las reacciones de la gente ante el comportamiento de sus hijos son, en realidad, reacciones a sus propios recuerdos de la infancia. Quizá de niño, cuenta la doctora, querías un juguete y te encontrabas con distancia o enfado de parte de tus padres. Aprendiste que a los adultos no les gusta que les pida cosas. Pero ahora que creciste y tu hijo llora y te pide un helado, si respondes con una dureza desproporcionada, quizás sea porque has interiorizado la idea de que pedir cosas es vergonzoso. Esas asociaciones –que aprendemos tan pronto que a veces ni nos damos cuenta de que aún las tenemos– son difíciles de olvidar. Sobre todo podemos volver a esos comportamientos arraigados en momentos caóticos (cuando estamos cansados, enojados o asustados) . 

Lo que Kennedy recomienda es una práctica que llama “reparenting” (una mezcla entre reparar y re-paternar): su idea es reflexionar sobre las experiencias de tu infancia e imaginar, con todo detalle, lo que tus padres podrían haber hecho de otra manera.  Sin embargo, esta práctica no está exenta de riesgos: dejar que la infancia guíe la crianza a veces puede llevar a la gente a corregir en exceso.

Los investigadores suelen situar los estilos de crianza en una matriz con dos ejes: calidez y expectativas. Según Elizabeth Stitt (autora de La crianza como segunda lengua), muchas personas con padres "autoritarios" (grandes expectativas, poca calidez) se inclinan demasiado por la crianza "permisiva" (cariñosa, pero con muy pocos límites) y viceversa. 

Lo que aporta el libro The power of discord es que, si repetimos un patrón y nos damos cuenta de que no es la actitud que queremos tener, podemos repararlo inmediatamente, y esto puede ser igual de valioso.

Aunque parezca descolocado a primera vista, ¿a cuántos de nosotros nos pasó que nos sentimos mucho más cercanos con una pareja después de una pelea? Tal como en estos casos de los bebés y niños, la sensación que suele quedar es: “ahora nos entendemos mucho mejor”. Por eso, todas estas investigaciones y hallazgos no son sólo relevantes para quienes estén navegando las turbulentas aguas de criar: Lo importante no es ser perfecto o no cometer ningún error, sino el saber repararlos.