Historias de fantasmas argentinos - RED/ACCIÓN

Historias de fantasmas argentinos

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‘Para que sepan que vinimos’, de Marina Yuszczuk, y ‘Fantasmas en escena’, de Mariana Eva Pérez, examinan el lado oscuro de ser lo que somos.

Historias de fantasmas argentinos

En Para que sepan que vinimos, Marina Yuszczuk cuenta cómo el viaje a Nueva York de una pareja con una niña se vuelve una pesadilla. Es literatura de horror, y es muy actual.

Plus: Mariana Eva Pérez sobre la desaparición, su dimensión fantástico-espectral y sus problemas de representación.

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Intervención: Julieta de la Cal

Un fantasma en una mansion abandonada probablemente ya no le dé miedo a nadie: ¿quién puede concebir hoy que una mansión abandonada sea un escenario válido para algo? Tal vez Gianluca Vacchi, el millonario extravagante de Instagram, pero no muchos más. Lo que nos da miedo, paradójicamente, es lo que conocemos. 

Por eso la última versión en cine de Otra vuelta de tuerca —una novela de fantasmas en una mansión, de Henry James, publicada en plena fiebre espiritista en 1898—, está traída al año 1994 y muestra a la institutriz y al niño de la mansión (dos de los protagonistas) como fans de Nirvana (me refiero a The Turning, dirigida por Floria Sigismondi).

  • Para que sepan que vinimos, el nuevo libro de Marina Yuszczuk, es una novela de horror con un fantasma y está construida sobre los pilares del presente: una pareja en crisis, con una hija de 6 años, de vacaciones en Nueva York. Ella se llama Fernanda; él, Mariano. Tienen nombres tan cotidianos que parece que uno los conociera de antemano. La niña se llama Rosa. La abuela Bea acaba de morir de cáncer. Los reproches entre ellos dos son tan constantes, tan amargos: cualquiera que se haya separado alguna vez se los puede imaginar.

Por la muerte de la abuela Bea, el viaje ha tenido que esperar y ahora Brooklyn parece una oportunidad para empezar a ser felices de nuevo, pero ya en el vuelo de ida un ojo —un espectral globo ocular— se le aparece a Fernanda en la oscuridad de la noche, más allá de la ventanilla del avión. El horror de Para que sepan que vinimos es tan asquerosamente palpable como aquel globo ocular: todas las variables son usuales y de repente se cuela lo siniestro.

“Todo el mundo cree en fantasmas… El que diga que no, miente”, me dice Yuszczuk. “Cuando estás solo en tu casa a la noche, y te das vuelta para comprobar que no hay algo a tus espaldas, creés en fantasmas. Y es el mismo tipo de persuasión que produce la literatura. Lo que me encanta del fantasma es que reúne la tradición literaria, el relato victoriano, con lo más antiguo y primitivo. Ya casi nadie cree en un alma que sobrevive a la muerte del cuerpo y sin embargo siguen existiendo los relatos de fantasmas, de apariciones. Se heredan, se transmiten. Son tan invencibles como nuestra capacidad para inventarle una forma a nuestras pesadillas”.

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Un ejercicio similar —combinando lo cotidiano y lo horrorífico— ya había impulsado dos novelas de Yuszczuk: La sed y La inocencia. Y en las dos, como en Para que sepan que vinimos, la maternidad también es un tema. (Yuszczuk es una de las animadoras de la nueva literatura argentina de horror. Ahí, cerca de Mariana Enriquez.)

De hecho, Para que sepan que vinimos surgió de La sed. “Supe que iba a escribir una historia de fantasmas”, sigue Yuszczuk, “después de terminar ese libro y volver sobre un capítulo que es mi preferido, cuando la protagonista sigue a una muchacha hasta una villa en las afueras de la ciudad, la mata, y el fantasma de la chica se le aparece. Pero aparece como niña. No tengo ni idea de lo que significa todo eso, lo escribí en un estado medio de ensoñación, y me quedé entusiasmada con las posibilidades de un relato con fantasmas, con esa cualidad evanescente, inmaterial, que tiene que tener la escritura para construir lo sobrenatural. Después, antes de mandar a imprenta La sed, le agregué una dedicatoria: A mi madre, el fantasma que vive conmigo. Y ahí se me terminó de armar esta nueva novela”.

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  • ¿Por qué situar la historia en Nueva York? ¿Por qué no en un escenario más del mundo de los fantasmas, como por ejemplo Londres?
    Creo que el viaje a Europa fue la aspiración de los argentinos durante mucho tiempo, pero en estos últimos años ese lugar lo empezó a ocupar el viaje a Nueva York. Y esta novela, para mí, se trata de la felicidad, de una pareja adulta con una hija y un gran malestar, que tiene la ilusión de que un viaje puede devolverles algo de la vitalidad, del entusiasmo que se les escapa. Hay toda una tradición de este tipo de viajes, me acuerdo de Viaggio in Italia, de Rossellini, una película con Ingrid Bergman. El viaje tiene esa suspensión del mundo habitual, de la rutina, que uno piensa que lo va a salvar, cuando en realidad lo que sucede es que lo enfrenta con el conflicto de una manera muy rotunda.
  • Da un poco de miedo, deprime un poco, la relación desgastada entre Fernanda y Mariano. ¿Qué función cumple en la historia esa crisis matrimonial?
    Lo terrorífico en la novela no está dado solamente por lo sobrenatural. Desde mi punto de vista, es una novela sobre ver o negarse a ver. Y lo que se ve o se prefiere ignorar no tiene que ver solamente con el fantasma, sino con la situación en que vive esta pareja, una especie de loop en el que podrían durar toda la vida. Creo que el fantasma viene a intervenir sobre eso. 

 

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  • Y por último, ¿hay que actualizar la literatura de fantasmas y sacarla del paradigma de la época victoriana?
    No creo que haya un deber ser de la literatura, salvo hacerse con la mayor libertad posible. Los relatos victorianos de fantasmas surgieron en una época en que las ciencias no estaban del todo establecidas, en que había una gran fascinación por lo sobrenatural, se estudiaba, se invocaba a los espíritus de los muertos, era como la tele de esa época. El entretenimiento. Entre otras cosas, por supuesto, pero digo, ese mundo no existe más. El cine y la literatura siguieron su curso y me parece que el fantasma del siglo XX es el cuerpo, ni más ni menos: el cadáver, el cuerpo resucitado, el zombie. Es interesante porque en la vida social se oculta, y en las ficciones aparece de mil formas. En mi novela habría como una vuelta a ese fantasma incorpóreo del siglo XIX pero en realidad, con otro sentido: es la figura del duelo. Yo pienso que el duelo es literalmente convivir con un fantasma, hasta que se va. 

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Los murmullos, de Luis Cano

Más espectros llegan a través de las páginas de Fantasmas en escena: Teatro y desaparición, de Mariana Eva Pérez (que el año pasado reeditó Diario de una princesa montonera: 110% verdad). En este nuevo libro, que es interesantísimo y personalísimo, Pérez estudia la desaparición de personas en el teatro del período 2001-2015 a través del análisis de cuatro obras: Un mismo árbol verde, de Claudia Piñeiro; Los murmullos, de Luis Cano; La Chira (El lugar donde conocí el miedo), de Ana Longoni, y Luisa se estrella contra su casa, de Ariel Farace.

Y toma distancia de la desaparición como una forma de violencia estatal y la entiende como “una biopolítica de producción de espectros”. 

“Esta biopolítica desaparecedora”, escribe ella, “operó a nivel de los cuerpos y de la población por medio de la reducción a la espectralidad y la fabricación masiva de fantasmas, con el objetivo inmediato de producir terror y parálisis y con el fin último de transformar en sentido regresivo la estructura socioeconómica argentina”.

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Mariana Eva Pérez nació en 1977. Es hija de dos militantes montoneros que para el momento de su nacimiento llevaban algunos años en la clandestinidad. Cuando ella tenía quince meses, toda la familia fue secuestrada por un grupo de tareas de la Fuerza Aérea. Esa noche, ella fue dejada por la patota en la casa de unos familiares. Su madre, que estaba embarazada de ocho meses, dio a luz un niño en la ESMA. El niño fue robado. Y recuperó su identidad recién en el año 2000.

Fantasmas en escena es la tesis de doctorado de Pérez. La defendió en la Universidad de Konstanz, en Alemania.“La literatura, como el teatro, y en particular ese género en el que ambos se intersectan, la dramaturgia”, escribe, “pueden ofrecer perspectivas reveladoras sobre la desaparición, su dimensión fantástico-espectral y los problemas de representación que este aspecto del fenómeno supone. Por la naturaleza performativa de la palabra dramática, basta con que un personaje teatral anuncie ‘Yo soy el muerto’ para que el fantasma se haga presente en la escena”.

  • Todo lo que hace Pérez es, como dije antes, muy interesante y muy personal. Ahora viene de hacer la performance Antivisita en la ex ESMA. Seguila en Twitter.

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