María del Carmen Roqueta, la mujer que le dio a Jorge Rafael Videla su última condena- RED/ACCIÓN

María del Carmen Roqueta, la mujer que le dio a Jorge Rafael Videla su última condena

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María del Carmen Roqueta, la mujer que le dio a Jorge Rafael Videla su última condena

Foto: gentileza María del Carmen Roqueta | Intervención: Pablo Domrose

Es 5 de julio de 2012 en la ciudad de Buenos Aires. Jorge Rafael Videla está sentado en la sala del Tribunal Oral Federal Número 6, del lado de los acusados. “Vamos a dar lectura al veredicto”, anuncia María del Carmen Roqueta, presidenta del tribunal. La sala está colmada, y el público mira expectante, como si estuviera asistiendo a una película de suspenso y palpitara el momento cúlmine. Pero lo que sucede aquí —lo saben bien— no tiene nada de ficción.

“Este tribunal resuelve: condenar a Jorge Rafael Videla por ser autor penalmente responsable de los delitos de sustracción, retención y ocultamiento de un menor de diez años en los siguientes casos:...”. A continuación la lista de nombres es enorme.

El acusado escucha y mira fijo con el ceño fruncido. Contrae y retrae la boca con ese espasmo involuntario de los hombres de cierta edad. La jueza continúa: “(...)Condenar a Jorge Rafael Videla a la pena única de reclusión perpetua, inhabilitación absoluta perpetua y accesorias legales”.

Videla tiene un saco azul grisáceo, una camisa blanca, una corbata bordó con pintas. Tiene algo de pelo cano a los lados de la cabeza y en la nuca, un bigote blanco, labios pálidos apretados. Tiene 86 años, y una expresión compungida. Y una cadena perpetua.

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El 18 de marzo de 2019 suena el timbre en un edificio de pocos años con puertas acristaladas en el corazón de Palermo Hollywood. Desde afuera se ve un fondo con césped prolijamente afeitado que se ofrece al sol de los últimos días de verano. La exjueza abre la puerta y conduce hacia allí. Al lado del pasto hay una pileta, y luego un deck de madera oscura y más atrás, una parrilla. Todo está rodeado de luces que la tarde azul vuelve innecesarias.

—Sentí que había ofrecido un juicio con calidad, con administración de Justicia, como todos pretenden, más en estos casos tan trascendentes.  

Si se piensa en la jueza que condenó a Videla, sin conocerla, quizás la imaginación delinee una mujer mayor, endurecida por un barniz de rigidez y severidad. Pero no hay rastros de eso en ella. A María del Carmen Roqueta se la conoce como “Marita”. Tiene una melena corta y lacia color miel, y ojos verdes con destellos ambarinos. Tiene 65 años.

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Roqueta nació en 1953, en la ciudad de Buenos Aires. Fue la menor de una familia “sencilla, humilde”, de padres comerciantes, dueños de un almacén de ramos generales, con dos hijas mujeres. Su hermana mayor murió hace un mes. Durante su niñez vivió en Lomas del Mirador y en Valentín Alsina. Ahí cursó la escuela primaria y la secundaria.

—Siempre fui una chica muy inquieta, muy curiosa, y lo sigo siendo. Me gustaba estudiar, siempre me apasionó la historia argentina, así que pensaba seguir esa carrera o periodismo. Pero en algún momento pensé que si cursaba Derecho iba a poder hacer todo. Además, en mi casa se hablaba mucho de política y la conciencia social estaba muy presente. Mi mamá decía: “Hay que ver la pobreza, la marginalidad, las injusticias cotidianas”. Ese era mi impulso: trabajar por la justicia. Y salí a intentar cambiar el mundo en plenos años 70.

Hizo su carrera universitaria a los saltos. Los primeros años trabajando de cadeta y luego de administrativa en una empresa constructora; después de empleada de un banco donde conoció al que sería su marido y el padre de su hija: el director de televisión, cine y teatro, Claudio Ferrari, que en ese momento también era bancario. Además ella militaba en el centro de estudiantes de la UBA. Cuando la dictadura la intervino, dejó de ir.

—Fueron años aterradores. Se llevaron a muchos compañeros. Ya no se podía ir. Preparaba algunas materias libres para no perder la regularidad, por eso mi carrera se hizo larga, como hasta el 80 no volví a cursar. Recuerdo haber llamado a una compañera desde el teléfono público de Florida y Diagonal Norte, decirle: “Hola” y ella: “Se llevaron a fulanito. Cortá”. ¿Viste cuando te das vuelta, ves la ciudad y decís: “Ahora, a dónde voy, qué hago”? El recuerdo de sentirme sola. Y el miedo. Mucho miedo.

Esos años estuvieron para Roqueta rodeados de ausencias: en 1978 murió su papá. Dos años después se casó. En 1984 murió su mamá, y en 1986 su matrimonio terminó. Pero de esa relación, en 1982, nació su hija, Flora Ferrari.

—Desde ahí la batallé sola. Terminé la carrera después de tener a mi nena, con un divorcio en el medio. Y después sí volví a militar en el peronismo. Siempre me había interesado la política pero lo que me marcó fue el levantamiento de los carapintada en semana santa. Ese domingo de Pascuas agarré a Flor, que era chiquitita, y me fui a la Plaza. Sentía que uno tenía que salir con los hijos, que después de todo lo que había pasado había que seguir apostando por la vida.

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Ya instalada la democracia, la entonces abogada comenzó a trabajar junto a Chacho Álvarez. Luego fue “redactora de leyes y decretos” en La Plata, cuando Antonio Cafiero ganó la gobernación de la Provincia, y cuando Menem asumió la Presidencia, se fue al Ministerio del Interior de la Nación con las mismas tareas. “Trabajé mucho”, recuerda.

Inquieta, con el deseo de crecer en su profesión, a principio de los 90 estaba lista para pasar a otra cosa. Su objetivo era ambicioso: el Poder Judicial.

—Había logrado una entrevista con el secretario de un juzgado y me dijo: “Esto es Penal. El juez no quiere mujeres”.

Roqueta volvió a intentarlo.

—Cuando se dio, creo que fue porque estuve en el lugar correcto, en el momento indicado y despierta.

En 1993 juró como jueza del Tribunal Oral Federal número 6, donde ejerció hasta abril de 2016, cuando se jubiló.

El camino no fue apacible. En los primeros años debió lidiar con los prejuicios y las suspicacias de sus colegas por ser mujer, por ser joven, y porque no venía del mismo riñón judicial sino de la política. También con las críticas de los medios que, para pegarle al Gobierno del cual ella era parte, se encargaban de ella.

—Publicaron que era la amante de Corach. ¡Nada que ver! —exclama y ríe como si la sola idea le resultara tan inverosímil como un animal mitológico. —Decían que era una tarada, que no sabía nada. En el momento fue durísimo. Nos pegaban a todos. Y ¡pum!, me pegaron a mí. Clarín me pegó, Página 12 me pegó, Verbitsky ​me pegó. Ellos ponían: “Joven abogada, sin experiencia en el Poder Judicial”. Eso fue lo que más me costó: que me reconocieran. Ser la única mujer, y jueza. Fácil no fue.

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La causa conocida como “Plan Sistemático” entró a su tribunal por sorteo. Videla había sido juzgado y sentenciado a reclusión perpetua en el Juicio a las Juntas de 1985. En diciembre de 1990 Carlos Menem indultó a todos los condenados. Ese decreto se sumaba a las leyes de Obediencia Debida (1987) y Punto Final (1986), pero esas leyes no incluían las causas por robo de bebés, y las Abuelas de Plaza de Mayo no descansaron hasta demostrar que había habido un plan sistemático para apropiarse de los niños nacidos en cautiverio.

—Era un tema que en el juicio de 1985 no se había podido probar porque todavía no había información suficiente  —explica Roqueta—. Después, en 2003, 2004, cuando se anulan las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y se reabren las causas, Videla es investigado también por otros casos. Nosotros le dimos 50 años que era el límite por esos delitos, pero teníamos que unificar la condena con la causa original, entonces fue perpetua.

—¿Qué recordás del juicio?

—Para mí fue mucho, mucho, trabajo. Era importante contar con un buen equipo, con mucha empatía, que entendieran qué estábamos haciendo. Y hacer un juicio como se hacía cualquier otro: con las mismas garantías y la protección de los imputados, y de las víctimas. Mantener la objetividad al máximo. Difícil.

Roqueta, mujer menuda, de modos amables pero enérgicos, recuerda que los condenados nunca mostraron arrepentimiento: “No, ninguno. Videla reivindicaba todo y negaba el robo de bebés. Sí se hacía cargo de las órdenes que había impartido. Como soldado decía que era responsable de lo que había pasado: ‘Una guerra infame pero guerra al fin’”. También recuerda que siempre le hablaron con cordialidad y respeto: “Todos. Videla era militar así que era conocedor de la jerarquía. Y la jerarquía la tenía yo. Y encima era una mujer” —dice y ríe.

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Desde que está jubilada disfruta de no tener horarios y aprovecha su tiempo para hacer yoga, salir con amigas, pasar tiempo con su hija, ver maratones de Friends en Netflix, escribir y viajar.

Aunque no extraña el ejercicio de la profesión sigue atenta las causas que ocupan la agenda nacional. “No, no me puedo desconectar. Tantos años trabajando y marcando una jurisprudencia de protección de las garantías procesales y ahora veo cosas que me indignan muchísimo.” Cree que la Justicia argentina tiene agujeros profundos.

—Da la sensación de que es algo sucio, corrupto y alejado de la sociedad. No es así en todos sus sectores, pero esta es la imagen que se tiene. Y la estructura es un desastre. Creo que como en su momento fue política de Estado avanzar con los juicios de lesa humanidad, debería haber un acuerdo para armar una Justicia que sea creíble y accesible. Eso es lo más importante: que cualquier persona que pise este país tenga un acceso sencillo.

Respecto a la condena a Jorge Rafael Videla (que falleció el 17 de mayo de 2013 a los 87 años y mientras estaba detenido en el penal de Marcos Paz) Roqueta señala:

—Lo que tratás de decir al final es: “Hice un juicio justo”. Me quedé muy tranquila porque era una sentencia recontratrabajada. Decir “hacer justicia” es algo muy fuerte, una trata de administrar de la mejor manera.

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El 24 de marzo de 1976, cuando se despertó, su madre le dijo que había un golpe de Estado. Roqueta se puso a llorar. Tenía 22 años.

Estaba en tercer año de Derecho. El 23 de marzo, en la facultad, el ambiente era denso. El golpe se palpitaba fuerte. El 24 a la mañana fue a la oficina de la empresa constructora donde trabajaba como administrativa, en el centro porteño.

—Estaba aterrada. Siempre me acuerdo que uno de los jefes que trabaja ahí como tesorero me dijo: “Aprendé a mirar a la gente que camina por la calle. Vas a ver que van con la cabeza baja”. Empecé a prestar atención y era cierto. “Cuando vos ves que la gente comienza a caminar con la cabeza baja estamos muy pero muy mal”.

Hoy, 24 de marzo de 2019, María del Carmen Roqueta va a ir a la Plaza de Mayo. A marchar.