De la imposición de la maternidad al cuestionamiento por la maternidad: ¿cómo saber si deseamos realmente tener hijos?- RED/ACCIÓN

De la imposición de la maternidad al cuestionamiento por la maternidad: ¿cómo saber si deseamos realmente tener hijos?

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En algún momento, usualmente entre los veintilargos y los treinta, la pregunta acerca de ser madres, quizás hasta entonces latente, aparece en la cabeza de muchas mujeres. ¿Cuánto nos influyen los mandatos familiares o las tradiciones arraigadas? ¿Qué construcciones sociales inciden en el deseo de tener hijos o hijas?

De la imposición de la maternidad al cuestionamiento por la maternidad: ¿cómo saber si deseamos realmente tener hijos?

Ilustración: Denise Belluzzo

Diría que es casi inevitable. Al llegar a determinada edad, usualmente al rondar los 30, la pregunta aparece para las mujeres y personas con capacidad de gestar. A veces es propia y viene acompañada de una respuesta clara. A veces está guardada, escondida en algún lugar recóndito de la cabeza o en alguna otra parte del cuerpo y se va haciendo lugar, incluso contra la voluntad de quien lucha por mantenerla presa, hasta ganar terreno y ocupar un espacio central que la vuelve insoslayable. Muchas otras veces, quizás más de las que nos gustaría, viene de expectativas ajenas: es alguien de la familia, del barrio, o la persona que atiende el kiosco la que hace la pregunta: “¿Y vos, para cuando?”.

Si bien la irrupción de los feminismos en la escena pública hizo que la maternidad, que hasta hace no tanto se presentaba como un destino incuestionable, mutara y pasara a ser una opción más entre tantos proyectos de vida posibles (para quienes tenemos el privilegio de poder elegir uno), no es fácil deshacerse de lo que, inconscientemente, estaba arraigado. Por este motivo es que aún, muchas mujeres en sus veintilargos o treintis, sienten que la respuesta a la pregunta por la maternidad es una que deben encontrar a la brevedad, antes de que el despiadado reloj biológico clave sus agujas en un cuarto de hora tardío. 

Pero ¿cómo saber si se desea o no la maternidad?, ¿si se decide por deseo o se decide porque corre el tiempo? ¿Y si pienso que lo deseo pero el deseo es impuesto?, ¿cómo saber si es real o resultado de años de mandato incuestionable? ¿Y si decido que sí y resulta que no era para mí? ¿Y si decido que no y me arrepiento y después es tarde? ¿Y si busco otras opciones: si quiero ser madre soltera, congelar óvulos o adoptar? ¿Cuántas explicaciones voy a tener que dar sobre eso?

Ser o no ser madre

“Tengo 27 años y todavía no tengo claro si quiero serlo o no. Me lo pregunto con regularidad ya que en mi familia y la de mi novio todos lo ven como algo que eventualmente tiene que pasar y muchas veces me lo preguntaron y tuve que explicar por qué tenía dudas”, cuenta Cami, miembro de RED/ACCIÓN. “Por un lado —continúa— me gusta la idea de formar una familia. Pero más allá de las dudas normales sobre la responsabilidad sobre otro ser humano, las preocupaciones económicas y el hecho del cambio rotundo de vida, me lo planteo desde el lado ambiental. Siento que es un poco egoísta decidir traer otra persona al mundo solo porque quiero cuando ya escasean recursos, cuando hay miles de chicos nacidos que no tienen familia, incluso cuando pienso en todos los desechos extra que generaría siendo madre. Me cuesta mucho imaginármelo, pero aún así creo que lo terminaré siendo”.

También les preguntamos a nuestras lectoras, vía Instagram, si se habían cuestionado o no la idea de ser madres y cuáles eran sus reflexiones sobre eso. Estas fueron algunas de sus respuestas:

  • “Fue a mis 12 años, ahora tengo 32, desde ese momento decidí no serlo”.
  • “Tengo 15 años, me lo empecé a preguntar hace poco. De chiquita ya tenía la idea de ser madre, que claramente no había sido idea mía si no mandatos que la sociedad y la gente de alrededor te inculcan, desde cuando jugás con muñecos a la mamá hasta cuando te dicen: ‘¿Cuando vos seas madre?’”. 
  • “Creo que siempre creímos que era el fin último de ser mujer y que todas teníamos que ser madres en algún momento. Con el tiempo me di cuenta de que no quiero serlo. Quiero desarrollar mi vida personal, mi trabajo. La elección de ser madre no es la primera opción”. 
  • “Tengo 30, no tengo el deseo de ser madre pero muchas veces pienso en si me voy a arrepentir”. 
  • “Añares diciendo que quería ser madre, ahora digo que no. Dilema”. 
  • “No fue hasta hace un par de años que me cayó la ficha de que era una decisión que podía tomar.

Hace pocas semanas, la historietista Camila Levato, creadora del personaje Cami-Camila, dibujó una tira titulada “Ser o no ser madres. ¿Esa es la cuestión?”, en la cual la Cami dibujada con palitos se pregunta justamente la posibilidad de la maternidad. Un interrogante que, en la vida tridimensional, se está haciendo su autora. 

“Cuando era chica y adolescente, y mismo en mi veintis, no era un cuestionamiento, para nada. Yo sabía que quería ser madre sin preguntármelo, como que lo daba por sabido. Para mí estar en pareja y que todo estuviera bien significaba que en algún momento el próximo paso iba a ser convivir y tener hijes. Después del primer Ni Una Menos, que yo creo que fue una bisagra para muchas de nuestra generación que no venimos militando históricamente en el feminismo, empezaron a sonar algunas alarmas y a surgir algunos cuestionamientos que no había tenido hasta el momento, entre ellos, el de la maternidad. Si quiero ser madre por qué, si es algo que realmente quiero yo o que creo que quiero porque pensé toda la vida que era algo natural, un paso más, hasta incluso un objetivo más”, dice. 

“Y sí, en mis largos veintis y ahora, ni hablar, a mis 30 es algo que me planteo muchísimo (y cada vez más) porque empiezan a surgir las charlas con amigas, en el consultorio con mi ginecóloga y también las presiones sociales, por supuesto. A los 30 convergen absolutamente todas: sociales, familiares… y siempre está la expectativa ajena de qué es lo que vas a decidir y todo eso no ayuda para nada”, agrega.

Florencia Sichel es filósofa, docente, divulgadora y madre. Escribe “Harta(s)”, una newsletter semanal sobre maternidad y filosofía. Y coincide en que parecería que a los 30 el mundo esperara que las mujeres y personas gestantes respondan si van a tener descendencia o no de una vez.

“Yo fui a terapia para hablar sobre eso. Porque si bien luchamos para que la maternidad sea deseada todavía tenés una sociedad que cuando estás cerca de los 30, sobre todo a las mujeres, (la sociedad, los médicos, todos) te empieza a preguntar: ‘¿Y vos qué querés?’, ‘¿y vos para cuándo?’. Parecería que hasta ese momento venimos zafando pero cuando tenemos 30 aparece esa pregunta. Que es como una pregunta a la que te tenés que enfrentar. Y entonces parecería que la respuesta va a aparecer como una iluminación. Y no es tan claro. En mi caso, que fue una maternidad deseada, también me causó un montón de sorpresa, de preguntas, de dudas, de miedo. Por eso me parece que hay que saber también que el deseo, si bien está buenísimo trabajarlo, es ambivalente, que está teñido de matices, de preguntas, de dudas, y que es difícil escucharse en una sociedad que todo el tiempo te dice qué es lo que tenés que hacer”.

¿Qué significa maternidad deseada?

Florencia rodea un nudo clave (que debería ser central) en torno a la pregunta por la maternidad: el deseo. 

La filósofa abraza los derechos ganados para que la maternidad sea realmente deseada, “pero una vez que confirmamos eso y decimos sí, es deseada, aparece la pregunta: ‘¿Y cómo se desea eso?’, o ‘qué deseamos’. Y también aparece la pregunta acerca de si podemos desear algo que todavía no conocemos. Y eso con la maternidad es increíble: uno no sabe bien qué es lo que está deseando cuando desea ser madre. Y de hecho, es tal la sorpresa que después también causa conmoción”, dice. 

“Al mismo tiempo, creo que el deseo no es algo fácil de traducir. Venimos de generaciones en las que la maternidad sí se debía a un régimen mucho más obligatorio, yo creo que eso se está discutiendo un montón, que se está empezando a entender que la maternidad, si bien es algo que por supuesto hacemos por amor —aunque incluso podríamos decir que es un acto egoísta porque uno no le preguntó a un hijo o una hija si quería nacer—, también es un trabajo. Y en parte, cuando se empieza a desromantizar la maternidad es difícil pensar: ¿lo estoy deseando? ¿no lo estoy deseando?”, agrega Florencia.

“Entonces —sigue la filósofa— creo que el deseo en estos tiempos es confuso; que no tenerlo tan claro no quiere decir ni que no lo deseamos ni que lo deseamos. Y también hay veces que uno puede pensar que lo desea y una vez que sos madre, no y al revés. Y eso tiene que ver con la irreversibilidad y con que de ninguna manera lo podés saber hasta que no sucede. El problema es que todavía hay un montón de ideas arraigadas a una naturaleza que tenemos las mujeres por ser gestantes que pareciera que no se puede poner en duda”.

Otro punto que señala Florencia respecto al choque entre lo que se cree que se desea al desear la maternidad y lo que esta es realmente es consecuencia de la idealización de la maternidad que reinó durante mucho tiempo. “Yo me acuerdo que deseaba ser madre y me imaginaba en el sillón, viendo tele, y mi bebé rozagante durmiendo al lado. Y no sucede eso: tenés a la bebé llorando a los gritos, tu casa es un quilombo, vos te ves horrible. Y eso tiene que ver con la poca representación de la maternidad real en un montón de lugares, con la poca representación del cuidado en la vida cotidiana y con que la maternidad, verdaderamente, se mantuvo siempre en el ámbito de lo privado. Entonces, claro, cuando deseamos la maternidad muchas veces no sabemos ni qué estamos deseando: porque no vemos bebés, no sabemos cómo los cuidan ni en qué condiciones o qué trabajos implican”.

Camila también desentraña otro aspecto acerca del deseo de la maternidad. Ella se pregunta por qué lo planteamos, en general, como si fuera inherente a una pareja y no como una elección individual. 

Sobre esto, cuenta que aunque al inicio de su relación hablaban con su novio de tener hijos o hijas como algo que sucedería sin cuestionarlo, hace un tiempo comenzaron a charlarlo seriamente y a preguntarse qué deseaban en el plano individual. 

“Me parece algo superimportante de hablar con tu pareja (o de preguntártelo a vos misma, por supuesto), pero estando en pareja me parece que es un tema que hay que ir desentramando porque uno cambia, uno no es la misma persona siempre. De hecho hay mucha parejas que suelen enfrentarse con esta pregunta y tal vez los deseos hayan cambiado: hay muchas parejas que se separan, muchas que lo repiensan, que deciden tenerlos o no. Y creo reimportante eso: darnos la oportunidad de cambiar de parecer y de que nuestros deseos cambien”. 

“Hoy en día lo que sé es que no quiero ser madre, es una decisión que tomé o que tomo todos los días, en realidad. Y también sé que si en algún momento tengo el deseo de serlo eso no va a depender del vínculo, es decir, de la pareja o del deseo de mi pareja. Si bien sé que es superdifícil, yo sé que si el día de mañana quiero ser madre y mi pareja no quiere, voy a serlo porque es mi cuerpo, mi decisión, mi vida y mi proyecto de vida. Y tener esa posibilidad es algo nuevo porque yo ni siquiera me lo planteaba. Incluso también desde las posibilidades que tienen que ver con el método o con la manera en la que podría llegar a ser madre”. 

Otras alternativas y otras formas de cuidar diferentes a la maternidad

Uno de los principales motivos por el que mujeres y personas gestantes comienzan a sentirse presionadas cuando se acercan a los 30, es que los médicos y la evidencia científica suelen hacer hincapié en que a partir de los 35 comienzan a disminuir las posibilidades de lograr un embarazo. Aunque los tiempos se han estirado y las opciones de gestar se han multiplicado, el famoso reloj biológico sigue amenazando a las treintañeras como la espada de Damocles.

Por eso, y para descontracturar la presión del tic-tac mental, es cada vez más frecuente considerar otras opciones como congelar óvulos —quienes tienen la posibilidad de costearlo— o pensar en adoptar.

“Por supuesto hay una cuestión biológica que no necesariamente tiene que ver con los 30. Hoy en día hay muchísimas maneras de ser madre si eso quisiéramos, pero también es una realidad que a los 50, si quisiera ser madre biológica, las chances serían mucho menores. En ese sentido me siento presionada, y por las expectativas ajenas tal vez incluso más que las propias”, dice Camila. 

Y agrega: “Sí me he planteado la congelación de óvulos como una posibilidad y una manera de quedarme tranquila y no tomar ninguna decisión porque el tiempo apremia. No quiero ser corrida por nada. Siento que si un día decido ser madre voy a estar 100% convencida y con toda la información, sabiendo todo lo que eso implica y el cambio que genera en la vida, de prioridades, de tiempos. Entonces, poder cuestionármelo, estando en un lugar de privilegio absoluto en el que puedo tener acceso a esa información, en el que puedo decidir sobre mi cuerpo, también es supervalioso y necesario; ojalá lo tuvieran todas las mujeres”.

Florencia también habla de congelar óvulos como una opción cada vez más en auge aunque, al igual que la historietista, señala lo costoso de este procedimiento, lo que lo vuelve excluyente y una alternativa para pocas. Por eso la filósofa piensa en otras opciones a tener en cuenta y en la necesidad de seguir problematizando la maternidad.

“Me parece que lo que más va a ayudar, a largo plazo, es entender que la maternidad de verdad no es obligatoria. Y que debería ser un proyecto más para quienes la quieran. Y así como en la vida uno no se dedica a todos los proyectos y no tenemos conflicto (por ejemplo, hay proyectos a los cuales yo ya le cerré la puerta, como ser deportista y no voy por la vida lamentándome por eso), lo que me quiero preguntar es por qué la maternidad sigue siendo tan importante para las mujeres. Y también entender que la lógica de los cuidados no hace falta ejercerla mediante la maternidad”. 

“Hay algo más grande todavía que tiene que ver con problematizar la idea de familia, de que cuidar a un hijo es la única forma de cuidar. En todo caso una puede cuidar sobrinos, ver de qué otra manera puede rodearse y crear comunidad, creo que es mejor eso que tener hijos de manera obligatoria, sin haberlos querido tener. Me parece que hay que trabajar cada día más para de verdad ser más libres de nuestras decisiones. Y entender que quizás te perdiste esa experiencia, que no es la mejor o la que te va a completar como sí nos quisieron vender o nos hicieron creer. Pero se necesita otra sociedad para eso”.  

Ambas coinciden en que si bien hemos avanzado mucho y seguimos desarmando y desandando mandatos, todavía falta. Y en que, probablemente, las próximas generaciones ya no tengan estos conflictos, o sepan resolverlos cada vez mejor.  

Y, mientras tanto, para quienes se lo están preguntando en este momento, la filósofa sugiere habilitar el espacio de la pregunta: “Me parece que está bien convivir con la duda un tiempo. No dejarse apurar. Si bien no hay un día que llegue y digas ‘hoy, sí’, me parece que hay que volver, ahora más que nunca, a pensar en el deseo. Porque hay personas que evidentemente lo sienten más claro pero otras no tanto, entonces, para mí, lo que siempre hace bien es ponerlo en común: exponer las dudas, charlarlas con psicólogas perinatales que sepan del tema pero también con amigos o amigas, darse tiempo una misma”.