Argentina es el segundo país con más trastornos de conducta alimentaria: qué los originan y cómo ayudar a quienes los atraviesan- RED/ACCIÓN

Argentina es el segundo país con más trastornos de conducta alimentaria: qué los originan y cómo ayudar a quienes los atraviesan

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

Los más conocidos son la bulimia y la anorexia, pero hay muchos otros. Se explican a partir de cuestiones profundas de la personalidad y a contextos individuales. Las redes sociales también tienen su impacto. Aunque históricamente se relaciona estos trastornos con mujeres, los varones no están exentos.

Un dibujo de los pies de una persona sobre la balanza.

Ilustración: Julieta de la Cal.

El 30 de noviembre fue el Día Internacional de la Lucha contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria. Según datos de la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia (ALUBA), entre un 10 y un 15% de la población argentina tiene algún trastorno alimentario. Por otra parte, un informe de la Fundación La Casita, un centro especializado en trastornos de la conducta alimentaria (TCA), muestra que Argentina es el segundo país que tiene mayor cantidad de casos, después de Japón. 

Los trastorno de la conducta alimentaria son trastornos psicológicos que conllevan alteraciones en nuestros actos en relación con la comida. Y si bien las más conocidas son la anorexia y la bulimia, hay muchos otros trastornos que no tienen visibilidad. 

Agustina Murcho es nutricionista y se especializa en trastornos alimentarios. Con respecto a que Argentina es uno de los países con más trastornos alimentarios a nivel mundial señala que esto se debe a “la presión que hay y el peso que se le ponen a las dietas, al ser delgado. Siempre hay comentarios relacionados al peso. Los mismos profesionales muchas veces generan trastornos alimentarios en los pacientes dándoles dietas restrictivas. Se habla mucho del cuerpo de los demás. Uno mira en la televisión y las redes sociales cuerpos hegemónicos, se habla de productos para adelgazar. En la Argentina, lamentablemente, se promueve que el exterior o el ser delgado va a hacer feliz a la persona y darle la aceptación de la sociedad”.

Esta nota se desprende de un episodio de FOCO, el podcast de RED/ACCIÓN.

“En la bulimia —agrega Murcho— lo que suele suceder es que hay atracones recurrentes, seguidos de métodos compensatorios, como ayunos, laxantes, diuréticos, vómitos o ejercicio excesivo. Y en la anorexia se restringen extremadamente las calorías, los nutrientes, el placer, y puede haber algún que otro atracón aunque no tan frecuente como con la bulimia. Es muy normal que se pase de la anorexia a la bulimia, porque la restricción no se puede sostener por tanto tiempo. Igualmente, también hay casos de anorexias de años. Y a su vez puede ocurrir de que se pase de la bulimia a la anorexia. Eso también va a depender mucho de  la historia de vida de cada persona: no todas las personas desarrollan de la misma manera el trastorno, ni todos lo desarrollan por la misma causa”.

Los trastornos alimentarios que reciben mayor visibilidad son, como dijimos, la anorexia y la bulimia. 

Sobre esto, la especialista en nutrición advierte : “Obviamente hay muchos más trastornos alimentarios, como la vigorexia, que es la obsesión para desarrollar masa muscular, la ortorexia, que es la obsesión por comer 100% saludable,  la diabulimia, que es la mezcla entre diabetes y el trastorno alimentario,  puede haber TANE, que son los trastornos alimentarios no especificados, de los que hay muchos, los que no encajan en ningún diagnóstico específico. Puede haber también pregorexia, que es un trastorno durante el embarazo, hay muchos. El trastorno por atracón, que es similar a la bulimia, pero sin métodos compensatorios. No podemos quedarnos solo con la anorexia y la bulimia porque hay muchos trastornos más”.

Mara Fernández es psicóloga especializada en trastornos de la conducta alimentaria, y a través de su cuenta de Instagram Hablar Sana busca informar e instalar el tema. Ella explica que si bien los trastornos alimenticios suelen comenzar con preocupaciones por la comida y el peso, son mucho más que comida. “Estas personas usan la comida, el control de esta, como un intento para compensar los sentimientos y emociones que de otra manera son vistos como intolerantes. Para algunos, la dieta, los atracones, la purgación, pueden ser como una forma de lidiar con las emociones dolorosas, y para sentirse en control de su vida personal. Pero estos comportamientos dañan la salud física y emocional, la autoestima, y la sensación de competitividad y control”, explica.

“Quienes padecen estos trastornos son personas cuyo estado anímico se ve influenciado por el éxito y el fracaso en su relación con la comida y con su imagen de sí mismos —agrega Fernández —. Tienden a describirse a sí mismas en términos absolutos: bueno-malo, lindo-feo, correcto-incorrecto. Esta polarización refuerza la necesidad que tienen de controlar lo que comen. La búsqueda de la delgadez extrema se traduce en una lucha psicológica en la cual la persona adopta una conducta de desafío, de independencia, pero la realidad es que sienten que no valen nada ni que merecen que nada bueno les suceda”.

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Quiénes son las personas más propensas a sufrir estos trastornos

Corina Pryor es psicóloga e integra el equipo de Trastornos de la Conducta Alimentaria del servicio de Salud Mental del Hospital de Clínicas. Ella señala cuál es la edad más vulnerable para desarrollar estos trastornos: “Los trastornos de la conducta alimentaria aparecen por lo general con la llegada de la pubertad. Pero aparecen en una personalidad que ya tiene ciertas dificultades o cierta patología previa. Aparece en este momento del desarrollo cuando los cambios corporales y los procesos de individuación y separación se hacen inevitables. En el proceso de adquirir más autonomía, que es propio de esta edad, en este momento del desarrollo tienen una dificultad en integrar la personalidad. ¿Qué es lo que no pueden integrar? No pueden integrar el sentido del self corporal, del sentido del self psíquico”. 

Pryor explica en profundidad sobre la dificultad en integrar la personalidad: “Ellos pueden percibirse subjetivamente, pero sienten que los demás solo los reconocen en su presencia corporal, produciéndose así un split en el sentido del self. Sintiendo angustia y aislamiento, escondidos en un cuerpo que representa el único aspecto que los demás pueden ver en ellos. Es decir que se sienten totalmente impotentes en sus intentos de que los demás los vean más allá de su apariencia física, sus gestos visibles y sus actividades. Entonces lo que pasa es que terminan adaptándose al control, en la anorexia por ejemplo, al control excesivo de su pensamiento, y a la búsqueda de perfección y excelencia en todo lo que emprenden, renunciando a sus deseos propios, no pudiendo integrar lo que sienten y poniéndole palabras a sus emociones. Es decir que solo saben relacionarse a través de su cuerpo y de sus logros intelectuales. Ya que en realidad también hay una variable interviniente, que es que suelen ser cognitivamente muy precoces”.

Si bien estas eran patologías que se presentaban principalmente durante la pubertad, esto cambió. Esto se evidencia en un comunicado de FLENI, hospital especializado en neurociencias, que asegura que en los últimos años la incidencia de este tipo de enfermedades en poblaciones infantiles, a partir de los 8-9 años, aumentó considerablemente.

“Sufrir un trastorno de la conducta alimentaria a edades tan tempranas de la vida tiene consecuencias para la salud mental y física de quienes lo padecen —explica Fernández—. Físicamente hay un maremoto hormonal, y este desarreglo o desajuste frecuentemente provoca una pérdida de la menarca, puede provocar una amenorrea y un retraso en el desarrollo. Psicológicamente puede suponer una fractura en el desarrollo de las relaciones sociales, en las habilidades para desenvolverse con otros, en la dependencia y adquisición de la autonomía, una interrupción en el proceso académico, una crisis familiar y un estigma en la biografía de la persona que presenta estos trastornos”.

Una de cada tres mujeres jóvenes en el país padece patologías vinculadas a trastornos de la conducta alimentaria, tales como la anorexia o la bulimia nerviosa, señaló un informe de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), en junio de este año. 

El informe alerta que hubo una agudización de esta tendencia durante la pandemia. ¿La causa? El aislamiento llevó a que muchísimas personas perdieran o tuvieran menos contacto con los grupos de pares, y en muchos casos se perdió la presencia de una red social de contención. 

Qué impacto tienen las redes sociales en los TCA

La psicóloga Fernández, apunta sobre el rol que juegan las redes sociales y cómo pueden actuar como disparadores de síntomas de trastornos de la conducta alimentaria, ya que “suelen promover la delgadez y belleza como sinónimos de éxito”, y además “amplifican estereotipos inalcanzables y estilos de vida irrealizables”.

Fernández también advierte sobre algunas cuentas de redes sociales que “pueden fomentar malos hábitos alimentarios, sentimientos de rechazo al propio cuerpo y debilidad de autoestima”. El uso de filtros en las fotos es otro factor que analiza, y reflexiona en que “generan una percepción irreal del otro, una ilusión óptica para cubrir defectos, paso del tiempo, cicatrices, cuando en realidad no queremos mostrar vulnerabilidad ni debilidad”. 

“El público que consume las redes, aún sabiendo que muchas publicaciones son fotos retocadas o escenográficas, en su afán por tener la vida de ese influenciador al cual siguen, pueden adoptar conductas poco saludables, entre ellas, una dieta restrictiva, o compensatoria, con el objetivo de alcanzarlo”, concluye Fernández.

Las mujeres son las que más sufren de estos trastornos, según revela la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia (ALUBA). Algunos informes hablan de que el 90% son mujeres, respaldando la idea inicial. Esto no sorprende si consideramos que las mujeres sufrieron históricamente y siguen sufriendo el mandato de cumplir con determinados estereotipos de belleza.

Pero esto está siendo relativizado.

Pryor resalta que se ha hablado mucho y pensado mucho sobre cómo ciertos estereotipos sociales y culturales en torno al cuerpo y lo femenino incide o ha incidido en la prevalencia de trastornos de la conducta alimentaria en la mujer por sobre el hombre. Pero también reflexiona en que si bien las estadísticas muestran una prevalencia importante de mujeres sobre hombres, es necesario pensar exclusivamente en todos los jóvenes, y “ver qué implica para cada uno un trastorno de la conducta alimentaria”.  “Es momento de empezar a pensar más allá de las cuestiones de género binario, hombre y mujer; creo que en este momento hay que pensar más inclusivamente, porque hay muchas investigaciones de jóvenes LGBTQ al respecto”. 

Fernández también destaca cómo puede afectar a los hombres atravesar una enfermedad que constantemente se estigmatiza, y que es asociada a las mujeres: esto genera que los pacientes lo vivan en secreto y busquen menos ayuda y tratamiento, e insiste en que “el reconocimiento de un trastorno de la conducta alimentaria podría implicar una amenaza y posible crisis de la identidad masculina, por lo cual acuden a pedir menos ayuda”.

“Son múltiples los factores que inciden en la etiología de un trastorno de la conducta alimentaria —aclara Pryor—–. Factores como predisposición genética, por ejemplo si hay antecedentes de una personalidad con trastornos de la conducta alimentaria. Rasgos de la personalidad como, por ejemplo, excesivo perfeccionismo, una gran autoexigencia que lleva a la necesidad de control, poca flexibilidad, baja tolerancia a la frustración. También puede incidir una tendencia a la introversión, y una autoestima vinculada a la imagen corporal. Además, hay factores familiares, como si no existe o no ha existido una estructura estable y segura en el tiempo, o familias en las que la comunicación y la dinámica familiar tienden más al acto que al pensar y al ponerle palabras a las emociones. Las dinámicas familiares que también pueden incidir por ser excesivamente rígidas y exigentes”.

Por último, la psicóloga Mara Fernández agrega: “Lo que sí se sabe es que son necesarios dos factores para que se produzca un TCA, que son una predisposición o debilidad y un precipitante, que influya en esta situación, como puede ser un evento estresor, las redes sociales y medios de comunicación, la exigencia deportiva en disciplinas como el atletismo o la danza. Pero nunca en sí mismos justifican el desarrollo de un trastorno alimentario”.

“Las personas que atraviesan un trastorno de la conducta alimentaria —resalta Fernández — tienen que realizar un tratamiento con un equipo multidisciplinario: médicos, enfermeros y psicólogos especializados para sanar su mala relación con el cuerpo y los alimentos, pero son tratamientos largos y difíciles, porque un rasgo habitual de estos cuadros es la falta de consciencia de la enfermedad por parte de la persona que lo padece. Esto significa que la persona afectada tiene una incapacidad de identificar las consecuencias negativas de la enfermedad, ni la necesidad de hacer tratamiento o los beneficios del mismo. Esta situación complejiza la adherencia al tratamiento en algunos casos. Es imprescindible el papel y el apoyo de la familia y el entorno”.

Cuáles son los niveles de recuperación que hay de estos trastornos

“Con respecto a la curación de un trastorno de la conducta alimentaria, hay que tener en cuenta dos cosas: por un lado, hay que empezar a trabajar lo antes posible, con los primeros síntomas que aparecen en la pubertad. A veces alargamos el tema y decimos que estos síntomas ya van a pasar. Todo lo contrario: hay que empezar lo antes posible, ayudando al paciente a integrar su personalidad, que es la mayor dificultad que tiene, y eso ayuda muchísimo con el pronóstico. También hay que tener en cuenta la personalidad previa de este paciente. ¿Cómo llegó a la pubertad? ¿Con más recursos o con menos? Esto también va a incidir en su pronóstico y son las cuestiones claves para empezar a trabajar en su curación”, argumenta Pryor.

Bernardo Rovira es psiquiatra y psicólogo, y se desempeñó durante 22 años como director del Programa de TCA del Servicio de Salud Mental del Hospital de Clínicas. En base a su experiencia explica : “En un estudio sobre 500 pacientes que hicimos en el departamento de salud mental del hospital de clínicas de la Universidad de Buenos Aires vimos que de estos pacientes, el 8% tenía anorexia nerviosa, el 24% bulimia nerviosa, y un 68% que correspondían a los llamados trastornos no especificados, por no cumplir con los requisitos para ser anorexia o bulimia. De este 100% de pacientes, el 30% tuvo una recuperación espontánea, entre la primera y la segunda entrevista. Otro 30% se quedó con un tratamiento de un año y medio o promedio dos años, para su recuperación. Y otro 30% persistió o persiste con síntomas crónicos que dependen de cada uno de los cuadros. Normalmente es el control de la comida o presentar descontroles episódicos”.

Cómo ayudar a alguien que está atravesando un trastorno de la alimentación

Pryor hace hincapié en que cuando conocemos a alguien con un trastorno de la conducta alimentaria y no sabemos cómo ayudar hay que tener en cuenta dos cuestiones. En primer lugar, “que tenga su espacio de tratamiento con los profesionales correspondientes”. En segundo lugar, “cuando lo vemos con algún síntoma, no hablarle del mundo externo, de la comida o el cuerpo, sino empezar a conectar con el mundo interno: qué siente, qué siente ante determinadas cuestiones, qué hace cuando está enojado, qué hace cuando está contento o frustrado, pero empezar a pensar juntos”. También remarca que no hay que hacerlo desde el lugar “como si a esa persona le estuviese pasando, sino ¿qué hacemos nosotros, qué hacemos todos cuando estamos frustrados, cansados, nos sentimos inseguros? Empezar a hablar del mundo interno, de lo que sentimos. Ponerle palabras a nuestras emociones”.

“Si por el contrario, nosotros le hablamos a una persona sobre lo externo, la comida, la ropa, el cuerpo, lo que estamos haciendo es exacerbar esa defensa. Porque es un mecanismo de defensa el que está usando la persona con el comer, el no comer, etc. tenemos que hablarle de las emociones”, concluye Pryor.

Agustina Murcho, en tanto, explicaque las primeras señales que indican que una persona podría estar atravesando un trastorno alimentario son que “empiezan a restringir alimentos, hablan mucho sobre el cuerpo, hablan de su disconformidad, hacen exceso de actividad física, pueden hablar sobre suplementos para adelgazar”. También agrega que otras señales a tener en cuenta son el notorio cambio de humor, en especial si la persona está empezando a hacer una dieta, también puede aislarse y manifestar irritabilidad”. 

Por último, Murcho advierte: “Pedir ayuda no es fácil, pero es fundamental. Si no es a los padres, porque muchas veces los trastornos se dan por familias disfuncionales y los padres están ausentes, es necesario pedir ayuda a algún amigo, familiar, alguien de confianza para poder tratarlo”. 


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